Despierto y Rhas no está a mi lado. Un olor a pancakes y café recién hecho, me hace llegar hasta la cocina. Me apoyo sobre el umbral de la puerta, está tan sexy con su pelo alborotado y sin ca-miseta. Como un animal lo ultrajo contra la encimera:
—¡Auch!.—me observa de arriba abajo. Soy cons-ciente que solo tengo puesta la braguita. Sonríe de lado.
—¿Qué? —pregunto mordiendo mi labio inferior.
—Eres cruel. No puedes presentarte de esa “gui-sa” frente a mí. Aun no.—me agarro el pelo.
—¿Y qué impide que…?.—me interrumpe señalan-do el reloj de la cocina. Hago un puchero.—Ya veo, voy con el tiempo justo.
—¿Puede el hambriento permanecer cerca de la cosecha?.
—Esa frase me suena.—era cierto. Hago memoria.
—Es de un libro llamado Cazadores.—¿un hom-bre que lee? No puede ser más perfecto.
—Dawson Doerthy, uno de los protas se lo plan-ta a la chica, Nía Mckenzey. Lo recuerdo.—aclaro.
Me entrega una taza de café y bebo un par de sorbos. Le planto un beso y me giro para irme, no sin antes coger uno de los pancakes que había sobre la isleta. Doy un respingo después de sentir un azote en el trasero. Le dedico una sonrisa traviesa y subo a alistarme. Asoma la cabeza por la puerta de la cocina:
—Da gracias de que hoy trabajas.—grita.—de no ser así te iba a dejar las piernas temblando todo el día —río ante el comprometido comentario. «Ojala lo hicieras» digo para mí misma.
Ya estoy preparada, ambos lo estamos. Rhas sale conmigo de la casa y me acerca hasta la cafetería. Antes de despedirnos:
—¿Nos vemos más tarde, pelirroja?.—asiento.— No dejes de pensar en mí, ¡te lo suplico!.—une las palmas de las manos, imitando a un niño. Acaricio mi barbilla con gesto dubitativo. Lógicamente esta-ba bromeando.
—No sé yo.—sonríe. Cada vez que lo hace me vuelve más loca.
—Me acabas de matar.—finge morir. Me hace reír.
—Si tengo que resucitarte a besos, hago un esfuerzo.
—Pequeña, ¿confías en mí?.
—¿Lo dudas?.
—Eso es lo que quería escuchar. Pase lo que pase, nunca desconfíes.—asiento confusa. Guiña el ojo y se marcha.
El día se había tornado extraño después de aquello. Algo en mi interior comenzó a revolverme el estómago. Sí, él era mucho más de lo que cualquier mujer espera, incluso, puede que ni yo me lo merezca, pero ahí estaba, conmigo. Aun así, presentí que algo no andaba bien pese a parecer todo tan mágico. Tantas preguntas sin respuestas…
La mañana transcurre muy tranquila en lo que a lo laboral se refiere. No hay demasiada gente. Hace un día increíble para estar en cualquier lugar excepto en una cafetería. Horas después recibo la sorpresiva visita de Key, la cual me alegra un poco la mañana. Sirvo su batido de frutas del bosque, conversamos con tranquilidad, prácticamente estábamos solas. De pronto pone su mano sobre la mía de forma sobreprotectora:
—¿Puedo llamarte cuñadita?.—asiento aunque no había nada formal aun.
—Creo que es precipitado, pero suena tan bien que puedes hacerlo.—ríe.
—Tenemos más cosas en común de las que pensaba. Una de ellas es el amor por Rhas.
—¿Amor? Bueno, se acerca bastante, pero… .
—Lo sé, pero lo amarás. Creo en mi sexto sentido.—sonríe orgullosa.—Rhas está totalmente colgado.—confiesa.—Desde el día que le arrojaste tu granizado encima.—sonríe.
—Yo también. Si te soy sincera, después de nuestra última cita no esperaba volverlo a ver. Tuve que regresar de improvisto, él se fue sin decir nada.—aun me muestro un poco molesta por ello. Acepto que aquel día esperaba más a ese respecto, pero huyó.
—Lo sé. Fue difícil para él.
—¿Difícil?.
—Pensó que podrían apartarte de él. Sinceramente nunca lo había visto así, tan dispuesto a todo. No es que sea de esos tipos tóxicos, acaparadores que quieran mantenerte bajo su miembro siempre. Es muy indepen-diente. Solo sintió miedo.
—¿Miedo?.—asiente.
—Quiero que sepas que ha renunciado a todo por ti. No quiero que con esto te sientas en la obligación de corresponderle si no es recíproco.
—No es así.—aseguro.—Rhas es una de las mejores cosas que me han pasado en estos últimos años, por no decir la mejor.
Tras dar unas vueltas de manera despreocupada al batido, sorbe. Extrañamente su semblante ha cambiado de repente. Algo no andaba bien. Percibo su angustia. Continua hablando sin apartar la vista del vaso:
—Solo quería que lo supieras. No soy de esas herma-nas entrometidas. Nunca lo he sido. Rhas ha llegado demasiado lejos, ha arriesgado mucho… todo, y ahora yo tengo que velar por él como él lo hace por ti.—asiento aunque confusa.
La observo casi sin pestañear, poniendo total aten-ción a sus palabras. Jurando que hablaba más para sí misma que para mí:
—Solo confía en él, en mí si es preciso.—vuelve a repetir la misma frase que su hermano y aquello empie-za a desconcertarme más de lo que quisiera.
De repente pone sus manos en la cara, se levanta. Su mirada ha cambiado tornándose entre angustiosa y apesadumbrada, no es la Khendra alegre que yo cono-cía. Eso no me gusta. Vuelve a acariciar mi mano como despidiéndose pero sin pronunciar palabra alguna, antes de marchar hasta la puerta, la abre y vuelve a detenerse. Sus ojos oscuros se clavan en los míos:
—Cuando el cielo oscurezca, búscale.
—¿Qué quieres decir?.—quedo pensativa. Sale del local antes de que pudiera escuchar mi pregunta..
Editado: 18.05.2025