Ciudad Violenta

El Perfecto Caballero

3

 

            Cuando Nadine Velázquez entró al apartamento de Milo (cuyo nombre se pronunciaba en inglés) no pudo evitar dejar escapar un suspiro de asombro. Era más grande que la mayoría de casas que ella conocía; un techo tan alto que podría haber habido dos departamentos ahí, uno encima de otro, y su tamaño era de todo el ancho del edificio. En los pisos inferiores, Milo le había explicado que cabían cuatro departamentos por piso, así que el suyo tenía la extensión de cuatro enormes departamentos. 

            Se habían conocido esa mañana, en el metro, después de que Nadine utilizara sus encantos de hembra dominante para hacer que él se acercara a ella. El hombre que hasta ese día había sido un completo extraño con el cual se encontraba en el metro de camino al trabajo, se había acercado hasta ella, y tras hacerle conversación, la había invitado a salir.

            –Pero tengo que ir a trabajar –se había excusado ella.

            –Claro que sí –respondió él con una tímida sonrisa –yo también, no te estoy diciendo que salgamos en este instante, pero por la tarde, podríamos ir a algún lindo restaurante después del trabajo.

            Ella lo miró con expresión pensativa.

            –Ya sabes, para sacar el estrés de un maldito día en la oficina –siguió intentando él.

            –Es lunes –lo rebatió ella.

            –Qué más da el día que sea, eso no debería limitarnos –le lanzó la mirada de ojos grandes del gatito astuto que espera convencer a su dueña para que le dé un poco de esa deliciosa comida de humanos.

            Ella a su vez le regaló una mirada juguetona. La estación donde tenía que bajar se acercaba peligrosamente. Además de las power ballads que escuchaba en la regadera, a Nadine también le fascinaban las películas ochenteras, aquellas como Sixteen Candles, donde las chicas tomaban por primera vez un rol activo en el cine y dejaban de ser las clásicas damiselas en apuros, para convertirse en mujeres fuertes, capaces de tomar las riendas de su situación romántica y ser ellas las que llevaran la batuta en una relación. Así que imaginó qué haría Molly Ringwald en esa situación y actuó en consecuencia.

            – Vamos a hacer lo siguiente –propuso ella. Él le arrojó una mirada interrogativa, totalmente intrigado –. Dame tu número celular y yo te marco en la tarde, para decirte qué decido.

            Una sonrisa amarga cruzó el rostro de Milo. Probablemente era el tipo de chico tímido a quién las  chicas (sobre todo durante la adolescencia) han bateado de mil y una maneras diferentes. Nadine supuso que esa había sido una de ellas.

            –Oye, tranquilo, sí te voy a llamar –aseguró Nadine –, yo no soy como el resto de chicas.

            Ahora Milo la miró con una expresión de real intriga, preguntándose qué tan honesta era la mujer que tenía enfrente.

            Nadine sacó el celular del bolso con un ágil movimiento. El celular era delgado como una oblea y transparente, como si fuera de cristal, aunque no era de última generación, a Nadine todavía le gustaba. Pulsó el centro de la pantalla y cuando el lector de huella digital escaneó la suya, el aparato cobró vida y se llenó de color. Alargó hacia Milo el celular.

            –Escribe tu número –lo apresuró ella.

            Y así lo hizo. Y el resto, como suele decirse, es historia.

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            Ella le habló por teléfono en la tarde, después de la hora de la comida, tal como prometió. Se pusieron de acuerdo en verse en una plaza que les quedaba cerca a ambos. Él se ofreció a ir por ella en un taxi, pero ella lo rechazó, alegando que perderían demasiado tiempo así, y que era mejor encontrarse en un punto intermedio.




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