Danielle
La mañana se presenta, no solemos levantarnos a esta hora, preferimos hacerlo cuando casi es la hora de que llegue la noche. Mis hermanas y yo hemos completado nuestra rutina habitual: limar nuestros colmillos, beber sangre en el bosque y vestirnos. Ahora bajamos las escaleras, excepto Katherine. Nunca he visto un vampiro tan perezoso como ella.
La casa se ve impecable. Anoche, después de que Katherine se fuera a su alcoba, decidimos ayudar a los chicos a limpiar el desorden. Si los hubiéramos dejado solos, todavía estarían limpiando.
—Buen día.
Decimos las cuatro al unísono.
—Buenos días.
Responden con normalidad.
—¿Van a desayunar?
Nos pregunta Nicolás.
—Carmela ya hizo el desayuno.
Informa Lalo.
—No, más tarde lo haremos.
Responde Bárbara de inmediato, evitando decir que acabamos de desayunar la deliciosa sangre de un animal.
—Vaya, vaya, pero qué limpio está todo. Dudo que lo hicieran solos
Katherine, como siempre, entrando a los sitios sin saludar. Nos mira a las cuatro levantando una ceja.
—Eso no me importa. Saldré a tomar aire fresco. Ahora regreso.
Responde encogiéndose de hombros. Me acerco lentamente a ella.
—¿Vas a cazar?
Pregunto en un susurro.
—No, ya tomé sangre. Salí al bosque antes que ustedes.
Contesta, la siento extraña. Se da vuelta y sale de la casa sin decir nada más.
—¿Qué le pasa?
Pregunta Perrie, acercándose a mí.
—No tengo idea
Hablo torciendo los labios.
—Esto es difícil para ella.
Nos recuerda Eleanor, mis hermanas y yo sentimos.
—Ustedes tienen la culpa de todo. Maduren un poco y dejen trabajar a los demás.
Les digo a los chicos, negando lentamente con la cabeza.
—Son unos idiotas.
Me voy de la sala y me dirijo al jardín. Menos mal que no hay casi flores, porque su olor me da náuseas.
*
*
Mientras paseo por el jardín, un olor familiar me envuelve. Es una mezcla de tierra húmeda y perfume masculino, un aroma que reconozco. Alguien me persigue, lo sé. El olor de esa persona me hace sonreír, porque sé que este juego va a ser divertido.
* * * * * *
Lalo
Un gran problema se ha formado, y Katherine está furiosa. Creo que ya es hora de madurar después de esto. Veo que Danielle se dirige al jardín, y lentamente, comienzo a seguirla. El olor de su perfume es irresistible, y mis pasos son silenciosos.
—Lalo, ¿Qué haces aquí?
Pregunta dándose la vuelta. Me pregunto cómo supo que era yo.
—Quiero disculparme contigo. Lo que hicimos no estuvo bien.
Digo sincerándome.
—No debimos seguirle el estúpido plan a Henry. No me gustó ver a tu hermana furiosa.
—Nunca he cuidado a alguien, ni siquiera a mis dos hermanas menores. Siempre hemos tenido niñeras. Ahora que vamos a cuidar por primera vez, me arrepiento enormemente.
Habla con voz seria y puedo sentir la tristeza en ella
—Venir aquí fue la peor decisión que tomó mi padre y mi tío Paul. Pero sea lo que sea, te perdono por todo lo que ha sucedido.
Me acerco a ella, pero no se aleja. Su presencia es tranquilizadora, un faro de calma en medio de la tormenta. Su belleza es innegable, con su piel morena y sus ojos color café que me invitan a perderme en ellos.
—Hablaré con mis hermanas para que llamemos y pidamos renunciar a esto.
Comunica y niego rápidamente.
—No se vayan. No volverá a pasar lo de anoche.
Prometo con toda la sinceridad del mundo.
Ella levanta una ceja, me mira por un momento y suspira.
—Hagamos una cosa.
Dice con seriedad.
—Lo que quieras.
Respondo con una sonrisa sin dientes.
—Si cometen otra estupidez, no dudaré en irme de aquí con mis hermanas. ¿Entendido?
Advierto y su seriedad me asusta un poco.
—Me parece muy bien tus términos.
Contesto.
—Entonces, ya puedo trabajar como se debe.
Afirma con una sonrisa.
—Sí, pero empecemos de nuevo. Soy Lalo Peralta.
Extendiendo mi mano. Ella me mira extraña.
—¿Qué pasa?
Pregunto.
—Nada, no te preocupes.
Responde extendiendo su mano con inseguridad. Su piel es muy suave, pero muy fría. Me imagino que es por el clima de Londres.
—Yo soy Danielle Dracul.
Se le forma una hermosa sonrisa.
—¿Amigos?
Pregunto con una sonrisa esta vez con dientes.
—Amigos.
* * * * * *
Bárbara
—Ustedes son unos verdaderos idiotas.
Murmuro rodando los ojos con fastidio.
Me alejo de la sala a pasos rápidos, mis oídos se agudizan, percibiendo un segundo par de pasos que me siguen. El olor de la sangre de ese mortal es exquisito, y mi hambre se intensifica. Entro en la cocina, con la intención de tomar un vaso con agua para controlar la sed. El mortal entra detrás de mí.
—¿Qué quieres, Nicolás?