Han pasado tres meses desde la masacre del clan Brasov. El silencio ha caído sobre el mundo vampírico, pero es un silencio tenso, el que precede a la tormenta.
El Clan Dracul está disperso y herido, pero no roto. En Londres, la mansión se ha transformado en un cuartel de guerra y una guardería forzada. Los niños, ajenos a la gravedad del peligro que los rodea, juegan en un mundo de peluches y sangre embotellada, mientras sus madres y padres planean la venganza.
En un hospital subterráneo en Transilvania, la mujer que desafió la Gran Ley, Katherine Dracul, yace en un ataúd de curación especial. El efecto del poder de privación de Aranza no ha desaparecido. Su cuerpo inmortal es ahora una cáscara fría, suspendido entre la vida eterna y la nada.
Mientras tanto, la traidora Aranza y el renegado Henry Socarras se han desvanecido en la oscuridad. Henry, convertido y cruel, lleva el peso de haber sido un arma en la caída de la madre de sus hijos. Pero la voz de la conciencia, o quizás el recuerdo de un amor mortal, comienza a corroer su nueva naturaleza.
El conde Drácula no tolerará este insulto. Ha convocado a los ancianos del linaje para una purga. No habrá piedad. La guerra no ha terminado; solo ha comenzado una nueva fase, más oscura y despiadada.