Esa misma tarde tuve un sueño, uno realmente extraño, porque por alguna razón tenía la sensación de que me estaban observando, aunque no podría confirmar si era dentro del sueño o fuera de este, o tal vez en ambos. Y sin importar que lo hiciesen, decidí prestarle mayor importancia a mi entorno en aquel sueño. Sin embargo como todos los que tuve no podía distinguir de forma concreta lo que veía, después de todo no era real, sino algo producido por mi mente.
Me encontraba en mi antigua academia, nombrada Sebastian Borg, y de un momento a otro estaba en el exterior, en una montaña con césped muy alto y ciertas flores en la tierra. Me rodeaban los estudiantes de la academia, aunque no podría decir si eran todos o no. Sí logré identificar que me sentía confusa y algo ansiosa a la vez.
—Tengo algo que decir.
Abrí la boca sin querer hacerlo, claramente no puedo controlar mi sueño aunque estuviera consciente del mismo.
Las personas a mi alrededor se voltearon para verme, y noté que algunos vestían batas de laboratorio, lo que me hizo pensar que no todos son estudiantes de exorcismo.
—Soy la elegida.
Las expresiones de la multitud cambiaron por unas horrorizadas, y varios retrocedían.
Se formó un nudo en mi garganta y sólo pensaba en retirar desesperadamente lo que había confesado. Al menos eso pensaba hasta que el entorno cambió a uno oscuro, y los gestos de espanto fueron reemplazados por sonrisas que lograron petrificarme. Sus mejillas subían más y más, los dientes surgían a la vista al igual que sus encías, y creí que no podría hacerse más grande de lo que ya estaba.
— ¿Y qué si eres la elegida?
Habló una chica con tono burlesco y exagerado; luego la multitud se le unió.
—Cualquiera de nosotros podría superarte, no te creas mejor.
Las personas que habían retrocedido empezaron a avanzar, y su distancia con la mía no era más que de unos pocos pasos.
—Yo… sólo trato de prevenirles lo que vendrá. Deben estar a mi lado.
— ¿De tu lado? Si sólo eres alguien más.
Pasó junto a mí, chocándome el hombro, y siguió su camino bajando la montaña.
— ¡Abran los ojos, el mundo se acabará si no vienen conmigo!
Grité con todas mis fuerzas, queriendo que entendieran del peligro que se avecinaría, y sin más bajaron como el resto, hasta dejarme totalmente sola con un hueco en el pecho. No servía de nada ser la elegida si no tenía a nadie, si no había nadie que quisiera ser salvado.
Rendida en la desesperanza extendí mis alas y levité por los cielos con gran velocidad, queriendo subir lo más alto posible hasta ir lo suficientemente lejos. Pensé detenidamente qué podría hacer para que me entendiesen, pero no se me ocurría nada. Excepto llamar su atención y darles su merecido por no escucharme.
Volé, atravesando la exósfera para encontrarme con el espacio, así huir de los humanos que me ignoraron. Pero no sucedió exactamente lo que esperaba. En vez de escapar hacia las estrellas, me vi sumergida en llamas más potentes que mis alas. Mi piel ardía y sollozaba en gritos. Ya no tenía salvación, estaba muriendo por tomar una decisión estúpida. Sin elegida, la humanidad tampoco tendría salvación. Sonreí ante la ironía, y me deshice en cenizas que de alguna forma volvieron a la tierra.
Aquella ceniza se desplazó por el aire, hasta aterrizar, sembrando caos. El cielo se volvió oscuro y llegaron abominaciones con formas físicas que aterrorizaron a los mundanos, masacrando todo a su paso. Sí, resulté ser yo la que provocó el fin del mundo.
Desperté, sentándome de un golpe sobre la cama, sacudiendo a su vez las sábanas. Mi respiración estaba entrecortada y mis ojos lagrimaban, sin olvidar el sudor surgiendo de mi piel.
—Era un sueño —Dije para intentar calmarme —Sólo un sueño.
Me toqué la cien en un profundo suspiro.
—No tenía idea que las elegidas también tienen pesadillas.
Oí una voz grave y masculina enfrente de mí. Lo primero que pensé fue que aún seguía atrapada en mi sueño.
Se trataba de un muchacho con cabello rubio, y gracias a la luz del atardecer podía ver ciertos reflejos castaños. Estaba allí mismo parado, enfrente de mi cama, observando con una sonrisa curiosa cada ángulo de mi cuerpo. Levantó la mano y la dirigió hacia su cabello, alborotando aún más a los mechones.
—Gracias por la aclaración, pero no hay otras elegidas, soy la única que existe en el mundo.
Entrecerré los ojos, queriendo enfocar la mirada en su rostro, pero el sol me lo impedía, y el que estuviera justamente parado al lado de la ventana lo hacía peor. Hasta que al fin el sol logró esconderse, aclarando mi vista.
—Mi nombre es Eloy Nolan.
Se acercó a mi lado y pude notar aquellas facciones delicadas en su cara, una perfectamente libre de marcas o detalles sobre su piel blanquecina y de un tenue color miel. Sus ojos verdes, extremadamente claros, como si escavara mi mente en busca de cualquier pista que deseara encontrar.