“(…) Deja saborear aquella libre soledad,
lejos de todos y a la vez cerca...
desconectado (…)”
(Intentando el vacío)
El profesor Thomas se levantó luego de varios minutos. Nadie se esperaba a que se parara, por lo que la mayoría nos dispusimos a dormir u otros charlaban o jugaban con el compañero de al lado.
Pisoteó el piso de tal manera que resonó en toda el aula.
—Ya basta de holgazanear.
Lo miramos fijamente, esta vez ansiosos por realizar algo. Se tomó un momento para leer una vez más su libreta de bolsillo, con las actividades que haríamos.
—No nos queda mucho tiempo, por lo tanto no podrán hacer todas las actividades que estaban planeadas… Hoy practicarán con una pistola, dando al blanco.
Se escuchaban negaciones por parte de pocos alumnos.
—Si alguien no está de acuerdo, adelante, está permitido querer suicidarse.
Frunció el ceño, cansándose del barullo de los estudiantes.
—También, el que quiera o intente hacer una tontería en la hora de la práctica, se le concederá un castigo. Y deseará no haberlo hecho nunca.
Esbozó una sonrisa torcida y luego se rió a carcajadas. Quién sabe qué tenía en mente.
—Como sea, vengan, los guiaré a la sala de armas.
Entramos, el lugar estaba repleto de armas como su mismo nombre: espadas, arcos, pistolas, escopetas... para resumir, armas blancas y de fuego. Cada una estaba colocada en un sector para identificar las espadas de los cuchillos, las bombas de los misiles, entre otras cosas.
Nunca pensé que estaría emocionada por ver tantas armas... en realidad mi gran interés son las armas blancas. Detesto las de fuego, hay algo en ellas que no me atraen.
Mis compañeros también se asombraron al entrar a la sala de armas. A pesar de su nombre, todos nos habíamos imaginado otra cosa. Y yo no era la única contenta por ver armas.
El profesor nos dirigió hacia un pasillo en concreto que llevaba a un sitio de entrenamiento con disparos. Se podía ver con facilidad a la barra que separaba el área para disparar, y al otro extremo, el muñeco con el blanco en su cabeza. Sin duda era para verificar nuestra puntería, además de aprender a disparar una pistola.
El profesor dijo que nos coloquemos detrás de la línea. Agarramos una pistola de una gran bolsa negra con la que tendríamos que dispararle al muñeco en la otra punta de la línea. Y desde luego dar al blanco.
Nadie se animaba a preguntarle al profesor sobre cómo usar un arma, por lo que a través del instinto (y películas de acción) algunos logramos comprender cómo usarla.
Agarré el arma con ambas manos y estiré los brazos, doblando los codos. Apunté al muñeco, pero cuando apreté del gatillo me di cuenta que la pistola no tenía balas. La suposición me jugó una mala pasada.
Escuché una carcajada venir desde mi derecha.
—La pistola no tiene balas, anciana.
Otra vez ese repugnante apodo y esa fastidiosa personalidad.
Todavía no le encuentro el sentido sobre decirme anciana, pero de igual manera logra irritarme.
—Creí que las tenía, genio —Fruncí el ceño mirando a la pistola. Lo peor es que no tengo la menor idea sobre cómo ponérselas ¿Y cómo sacar el seguro? Incluso me olvidé de eso. No estoy hecha para este tipo de armas.
—Déjame ayudarte.
Mientras fulminaba a la pistola no me percaté que Peter aún no había apartado su mirada de mí ni por un instante.
—Sí, claro…
No estaba muy convencida al respecto. Nunca imaginé que intentara ser amable, al menos conmigo.
—Seguro cuando termines y yo apriete el gatillo las balas se caerán, haciendo que quedara como una imbécil.
—Así no funciona, primero hay que hacer otras cosas... ¿Desde cuándo dices groserías, chica buena? —Esbozó una sonrisa torcida.
—Según veo todavía no me conoces —Resistí la sonrisa — ¿Ahora cambias de apodo?
—Tal vez, lo iré modificando. Pero te queda “niña buena”, porque sin duda que eres una completa idiota.
— ¿De nuevo tienes un cambio de carácter?
—Lo siento —Se rió por lo bajo y frotó su cabeza con la mano —Como sea, además debo ayudarte.
— ¿Debes? —Me reí, resultaba irónico, Peter Rendic debiéndome algo a mí.
—Sí, ya me has ayudado muchas veces…
—Yo no recuerdo que lo haya hecho.
—De cierta forma me ayudaste cuando les revelé mi secreto. Lo que dijiste... ya sabes.
—Ah, eso... está bien, aunque no fue gran cosa en realidad.
Sin decir nada se aproximó hacia mí. Miré nuestro alrededor para asegurarme que el profesor no nos estuviera acechando.
—Mira —Agarró la pistola —Primero aprietas el botón del costado —Señaló debajo del gatillo —De aquella forma liberas el cargador. Luego, lo llenas con las balas.
Agarró unas balas que se encontraban en la barra, en frente nuestro ¿cómo no las pude ver? Ahora entiendo cuando me llamó idiota.
Me miró de reojo, aunque no le dio importancia a mi rostro cubierto de rojo y continuó explicando.
—Llénalo con una bala a la vez hasta que esté completa. Inserta el cargador en el arma, escucharás un tronido, indicando que ya está asegurado —En verdad podría llegar a ser un muy buen maestro cuando se trata de usar pistolas, aunque me es difícil poder concentrarme estando tan cerca suyo. Podía detectar con claridad el olor de su perfume —Luego quita el seguro del arma. Está en un costado, cerca del mango. Ahora carga el arma, moviendo esta parte hacia atrás. Y prepara una bala en la cámara para ser disparada.
Me dio el arma, con la punta siempre mirando enfrente, hacia el muñeco. A continuación se paró detrás, sujetando mis codos. Su contacto me provocó un cosquilleo empezando desde los brazos y subiendo. Me puse aún más roja. Creí que en cualquier momento se daría cuenta de mi piel hirviendo.