Sentada en su mecedora, luego del día loco que tuvo, la vieja Marggie descansaba, se mecía mientras observaba la oscura noche y las estrellas que se dibujaban en ella. Seguía dándole vueltas al asunto de Orlando y Clarissa, era injusto que un oportunista tomara las riendas de una investigación que si no hubiese sido por Clarissa no hubiese empezado en primer lugar, le sorprendía que ahora el pueblo de Heblem se preocupaba por el pequeño pueblo que los vio nacer, aunque otros, por su parte no les convencía que un par de personas mortales pudieran resolver un misterio paranormal. Muchos hicieron maletas y empezaron a abandonar, los ojos negros seguían apareciendo, la plaga crecía cada vez más.
Marggie lo vivía por segunda vez. No le temía porque en su corazón conocía quien era el culpable, aunque no estuviera muy segura. Le faltaban pruebas para asegurar su teoría. Alguien entró por la ventana...
—Hola, ha pasado mucho tiempo Marggie.
—Claro... ¿Recuerdas el tiempo cuando te vigilaba desde el corredor de mi casa?
—Sí. Especulando lo que hacía, ahora ves que tenías razón.
—¿Desde cuándo empezaste en eso?
—Siempre me llamaron la atención esas cosas oscuras, el ocultismo y eso. Me usaron Marggie y el precio fue la muerte de mi madre.
—¿A qué te refieres?
—A qué debo matar al hombre de rojo y a Mauricio Salazar.
—Mauricio está muerto.
—Ese Matías amigo de Clarissa es el último de su sangre. Los quemaré vivos.
—Pero Matías no tiene la culpa.
—Marggie, ¿Dónde está el enmascarado rojo?
—No lo sé. Ni siquiera lo he visto. ¿Me permites cambiar el tema?
—Debo irme. Estas arrugada en cambio yo he estado congelado en el tiempo. En algún momento debe aparecer y lo estaré esperando.
—¿Matarás a Matías?
—Sí, y al rojo también.
—Adiós Marggie. Tú también deberías descansar y congelarte en el tiempo.
Se despierta, sudando.
—Señora Marggie, ¿Estás bien?
—Claro.
Observó la ventana. Abierta.