En una noche de luna llena, una joven se hallaba sentada en una banca oculta en el jardín, deleitándose de la soledad y tranquilidad de la noche.
—Perdón, no sabía que había alguien más aquí —dijo el caballero que acababa de irrumpir.
—Oh, no se preocupe. Ya estaba por marcharme —respondió la joven apresuradamente, levantándose de su asiento y mirando a su alrededor.
No debería estar sola allí, y menos con un hombre. Ella solamente quería un poco de tranquilidad cuando fue a ese lugar. Jamás pensó que alguien aparecería allí.
—Por favor, no se vaya, mi lady. No era mi intención molestarla —dijo el hombre—. Usted llegó primero a este escondite, así que se lo concedo por hoy.
— ¿Me lo concede? ¿Acaso le pertenece, señor? —preguntó la joven con tono sarcástico, lo que hizo sonreír al hombre por su atrevimiento.
—Bueno... es mi escondite desde hace mucho tiempo. Así que podría decir que sí, me pertenece.
— ¡Qué arrogante es usted pretendiendo ser el dueño de este jardín!
—Mi lady, únicamente tomo lo que me pertenece —respondió el hombre, le dedicó una breve mirada, luego se giró para mirar la luna.
La joven observó al hombre, su altura imponente podría ser intimidante, pero, en cambio, no podía evitar sentirse atraída por la curiosidad que despertaba en ella. Su voz profunda y ronca hacía vibrar su corazón. Era como si hubiera algo magnético en él que la atraía hacia su persona.
— ¿De quién se esconde? —preguntó la joven, detallando el perfil del hombre.
— ¿Quién dice que me escondo? —respondió el hombre sin mirarla, permaneciendo en la misma posición, sereno y tranquilo como una estatua.
—Usted acaba de decir que este es su escondite.
—No debería estar aquí sola, y mucho menos en mi compañía —respondió el hombre, dándole una mirada que ella no supo interpretar.
— ¿Y por qué no? —preguntó la joven con curiosidad.
—Este no es el lugar más seguro para estar, mi lady. Es evidente que hay peligros que no puede ver. Es mejor que se vaya antes de que algo le suceda.
La joven se sintió un poco asustada por la advertencia, pero también intrigada. ¿Qué tipo de peligros podría haber en ese sitio?
Frunció el ceño ante sus palabras. Él tenía razón, no debía estar allí. Lo miró frunciendo los labios, sin saber qué decir. Entonces, él se giró para quedar frente a ella y observó su rostro con detenimiento. Ese simple acto hizo que su corazón se acelerara y eso la desconcertó por un instante. Se puso nerviosa ante su escrutinio, pero aun así le sostuvo la mirada.
Si el perfil de su rostro le había parecido interesante, de frente lo era aún más. Tenía el ceño ligeramente fruncido, adornado por gruesas cejas. Sus ojos de un azul oscuro, como debería ser el mar de noche, ahora estaban fijos en ella. Algunos mechones de su pelo caían sobre su frente y se movían libres con la suave brisa que los envolvía. La joven levantó su mano enguantada, ya que le había provocado acariciar esos mechones, pero se detuvo en el aire al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Con la respiración agitada y temerosa de lo que estaba sintiendo, dio un paso atrás. Se recompuso y decidió alejarse antes de que alguien más los viera allí.
Caminaba apresurada por el jardín cuando su dama de compañía la encontró.
— ¿Dónde estaba, niña? Si su madre se entera de que estaba sola en el jardín, es capaz de matarme —explicó Lolita con preocupación.
—Tranquila, nada más fui a tomar un poco de aire. Necesitaba alejarme un momento de Aurelio.
— ¿Por qué, niña? ¿Le hizo algo?
—No, Lolita, ya sabes que es muy respetuoso y educado, pero es que a veces... —hizo una pausa para encontrar las palabras adecuadas—, cuando habla de su trabajo con tanta pasión, me molesta hay cosas que no entiendo y me agobia eso es todo.
—En ese caso, prepárese porque su madre y el Marqués la están buscando.
Con un suspiro de resignación, la joven entró nuevamente al salón de baile. Había estado intentando escapar de la fiesta, pero sus intentos habían sido en vano. Se sentía abrumada por tanto alboroto. Apenas había tenido un momento de paz en el jardín hasta que apareció ese misterioso hombre, lejos de relajarse ahora estaba más alterada.
Una vez dentro, su hermano se acercó a ella con una sonrisa y le extendió la mano para invitarla a bailar. La joven aceptó agradecida y se dejó llevar por la música. Bailaron juntos en silencio durante un rato, disfrutando del movimiento y la cercanía. Finalmente, él habló.
— ¿Te está pasando algo, hermana? Pareces distraída.
—No es nada, solo un poco cansada —respondió la joven, tratando de sonreír.
— ¿Es por Aurelio? —preguntó el hermano, con una mirada de complicidad—, ¿O por la escapada a solas al jardín?
La joven se sonrojó ante las palabras de su hermano.
—No sé de qué estás hablando —respondió ella, tratando de parecer tranquila.
—No te preocupes, no le diré a nadie —dijo él con una sonrisa—. Pero tienes que ser más cuidadosa. No puedes pasear por allí sola, la gente empezará a hablar.