Claro de Luna

Capítulo 3.

Al día siguiente, temprano por la mañana, la familia Oberisel, en compañía del Duque Meier, emprendió su viaje hacia la casa de campo. Una vez allí, se instalaron y refrescaron antes de reunirse para almorzar en el jardín.

Después de comer, los hombres salieron a conocer los alrededores mientras la madre de Anne se retiró a descansar. Ella aprovechó para dar un paseo por los jardines, sintiéndose libre al salir sin que nadie la viera. Disfrutó de su soledad y admiró la belleza del lugar.

Mientras caminaba, escuchó el sonido de un arroyo cercano y se acercó a él. Se sentó en una roca y cerró los ojos, dejando que la brisa fresca del río le acariciara el rostro. De repente, sintió una presencia detrás de ella y abrió los ojos para ver a Lucien parado frente a ella.

—Perdón si la he asustado —dijo él, con una sonrisa amable.

—No, no se preocupe. Solo estaba disfrutando del paisaje —respondió ella, sonrojada.

Lucien se sentó a su lado y admiró el paisaje junto a ella. Estuvieron hablando durante un rato donde él le contaba las travesuras que solía hacer allí de niño. Ambos compartieron las cosas que les gustaban y lo que querían para su futuro. Anne Marie se sintió atraída por la inteligencia y la sensibilidad de Lucien, y se preguntó si había sido un error venir a la casa de campo con él.

Al notar la incomodidad de Anne Marie, Lucien le ofreció regresar a la casa. Al llegar, se encontraron con el Marqués, quién había recibido la invitación del Duque y este no dudó en ir a su encuentro al saber que Anne estaría allí.

El Marqués no se separaba de Anne ni un instante y se desvivía en elogios hacia ella, mientras el Duque observaba en silencio a la feliz pareja. Le desagradaba ver al Marqués tan cerca de Anne, así que se disculpó con la excusa de atender unos asuntos importantes, aunque en realidad no soportaba ver cómo el Marqués acaparaba la atención de Anne.

Anne Marie se sentía dividida entre el Marqués y Lucien. Aunque se sentía atraída por la inteligencia y la sensibilidad de Lucien, también valoraba la estabilidad y la seguridad que el Marqués le ofrecía. No sabía qué hacer y se preguntaba si debía seguir adelante con el compromiso o tomar un camino diferente. Estaba confundida y necesitaba tiempo para pensar.

Esa noche, Anne Marie no podía conciliar el sueño, se sentía asfixiada en su habitación y decidió salir a tomar un poco de aire fresco. Caminó por un rato hasta que le dolieron los pies y se recostó en un árbol. Al mirar a su alrededor, se encontró rodeada de grandes arbustos que parecían enormes paredes. Siguió un pequeño camino de piedras y encontró un quiosco oculto. Estaba decorado con telas que cubrían gran parte del mismo. Su curiosidad le ganó y se acercó, llamó para ver si había alguien y al no escuchar nada decidió entrar a mirar. La luz de la luna llena se filtraba por las telas y le daba un aspecto sombrío y a la vez de ensueño. Pudo notar algunos sillones y, al dar un paso dentro, se topó con una gruesa alfombra en el suelo. Se quitó las zapatillas y frotó sus pies, la sensación le gustó y jadeó de placer al sentirla.

De repente, una suave luz iluminó la estancia y ella se giró para ver de dónde provenía. Casi se desmaya del susto al ver al Duque recostado sobre unos enormes almohadones que estaban en el suelo de todo el lugar. La había estado observando en la oscuridad.

—Lo siento mucho, Anne Marie. No quería asustarte. Solo quería tener un momento de paz y tranquilidad —dijo el Duque dándole una mirada que ella no supo identificar.

Anne Marie se sintió incómoda. No sabía si debía quedarse o salir corriendo de allí.

—No te preocupes, no te haré daño. Me gusta venir aquí a veces para escapar del bullicio de la casa —explicó el Duque.

— ¿Qué hace usted aquí? —preguntó ella con nerviosismo.

—Es mi casa, recuerdas. Veo que has encontrado mi escondite, ¿te gusta? —le preguntó mientras se levantaba de su asiento y se acercaba lentamente hacia ella, llevando un vaso de licor en la mano. Lo bebió de un solo trago y dejó el vaso en la mesa a su lado.

— ¿Qué haces aquí, Anne Marie? No deberías estar a solas conmigo, y menos en estos momentos.

A pesar de lo nerviosa que estaba, no pudo evitar preguntar:

— ¿Por qué no?

—Anne, eres tan inocente que no te das cuenta de lo que provocas en mí.

Ella frunció el ceño ante sus palabras, y él levantó su mano para acariciar su frente. Siguió acariciando su rostro hasta llegar a sus mejillas, que ahora estaban de un rosa intenso.

—Eres preciosa —susurró cerca de sus labios y se humedeció los suyos por la tentación que ella representaba. Al tenerlo así tan cerca de ella, hizo que se estremeciera todo su cuerpo. Sentía su aliento cálido en su rostro y pudo percibir el olor a alcohol que desprendía.

—Yo... Debería marcharme —pronunció ella en un hilo de voz.

—Sería lo más sensato, Anne. No sé si pueda contenerme —ella asintió y se humedeció los labios de forma inconsciente—. Tendrás que perdonarme.

— ¿Por qué?

—Por profanar tus labios.

Y sin más, Lucien rodeó la nuca de Anne Marie con una mano y la otra en su cintura, atrayéndola hacia él y tomando su boca en un beso posesivo que le permitió saborear cada centímetro, disfrutando de su suavidad. Ella no opuso resistencia en ningún momento, lo que a Lucien le gustó porque le demostraba que no era indiferente para ella.



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En el texto hay: romance amor entre tres

Editado: 16.06.2023

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