Cláusula de emergenia

El arte de mentir

El silencio en el despacho de mi padre era tan denso que podía cortarse con un bisturí.

—Entonces, Valeria —dijo él, girando su pluma de oro entre los dedos—, esperamos conocer a este joven en la gala. Después de tanto misterio, asumo que es alguien que está a tu altura.

Mi corazón dio un vuelco. Sabía que debía decir la verdad. Debía admitir que no había ningún novio, que el "compromiso" del que hablé por teléfono fue un invento de un minuto de pánico para que dejaran de intentar emparejarme con el hijo de su socio.

Pero miré el retrato familiar en la pared: todos tan rectos, tan perfectos, tan... falsos. Y mi boca se movió antes que mi cerebro.

—Por supuesto, papá. Es... es alguien especial. Solo que es un poco reservado.

—Bien. Porque si es otra de tus distracciones, ya sabes lo que pienso sobre tu fondo de beca.

Salí del despacho con las manos temblando. Tenía dos semanas. Dos semanas para encontrar a alguien que aceptara mentirle a un juez de la corte suprema y a una arquitecta de renombre.

Bajé las escaleras de la universidad a toda prisa, casi chocando con el tablón de anuncios, cuando lo vi.

Dante Silva estaba apoyado contra la pared, con una pierna doblada y su eterna chaqueta de cuero desgastada. Tenía un cigarrillo apagado entre los labios —prohibido en el campus, como todo lo que él hacía— y observaba el caos de los estudiantes con una mezcla de aburrimiento y superioridad.

Él era el desastre. El chico que me había llamado "robot" en mi primer año. El que había saboteado mi presentación de debate solo porque "se veía demasiado ensayada".

Nuestras miradas se cruzaron. Dante arqueó una ceja, esa maldita ceja que siempre parecía estar burlándose de mis planes perfectos.

—¿Qué pasa, Méndez? —arrastró las palabras con esa voz ronca que me ponía los pelos de punta—Pareces alguien que acaba de ver un fantasma. O un error en su promedio.

Lo miré con asco. Pero entonces, una idea tan retorcida como brillante cruzó mi mente.

Él necesitaba una limpieza de imagen. Yo necesitaba una mentira convincente. Él era el último hombre en la tierra al que besaría, y eso era precisamente lo que lo hacía perfecto. Nadie sospecharía que Valeria Méndez caería por alguien como Dante Silva a menos que fuera un amor real, ciego y devastador.

Me acerqué a él, ignorando el instinto que me decía que corriera en dirección contraria.

—Silva —dije, tratando de que mi voz no temblara—. Necesito que seas mi novio.

Dante se quedó congelado. Luego, una sonrisa lenta y peligrosa se extendió por su rostro. Se enderezó, invadiendo mi espacio personal hasta que pude oler el tabaco y algo peligrosamente parecido a la libertad.

—¿El robot quiere jugar a las casitas? —se burló, inclinándose hacia mi oído—. Esto te va a salir caro, Valeria.

—Pon tu precio —desafié.

—No quiero dinero, princesa. Quiero ver cómo se rompe tu perfección.

Ese fue el momento en que debí darme cuenta. Estaba firmando un contrato con el diablo, y el precio no era mi reputación.

Era mi corazón.




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