Había pasado la noche entera diseñando el documento más importante de mi vida académica, y ni siquiera era para una clase de Derecho.
Eran las 7:00 AM y yo ya estaba sentada en la mesa más apartada de la cafetería del campus, con mi laptop abierta y una carpeta de cuero frente a mí. El archivo se titulaba: "PROYECTO DE COOPERACIÓN MUTUA: MÉNDEZ-SILVA".
—Noviazgo falso —susurré para mis adentros, dándole un sorbo a mi café solo—. Es solo un noviazgo falso. Una transacción comercial.
A las 7:15 AM, Dante Silva apareció. No caminaba, él se deslizaba por el lugar como si el suelo le perteneciera. Llevaba el mismo par de botas gastadas y una camiseta negra que se ajustaba demasiado bien a sus hombros. Al verlo, mi estómago dio un vuelco que decidí ignorar, atribuyéndolo a la falta de azúcar.
Se desplomó en la silla frente a la mía sin pedir permiso.
—Has llegado temprano, Méndez. ¿Tanto me extrañabas? —Su voz de recién despierto era más profunda de lo legal.
—He llegado a tiempo, Silva. Se llama puntualidad —respondí, deslizando la carpeta hacia él—. Aquí tienes el borrador. Léelo. Firma si estás de acuerdo. No acepto cambios en las cláusulas de contacto físico.
Dante abrió la carpeta con una lentitud exasperante. Empezó a leer, y vi cómo una de sus cejas subía más y más con cada segundo.
—"Regla II: El uso de sarcasmo frente a los padres de la parte A será limitado a un 10%" —leyó en voz alta, soltando una carcajada—. ¿Un diez por ciento, en serio? Valeria, mi personalidad es un noventa por ciento sarcasmo. Me estás pidiendo que sea un vegetal.
—Te estoy pidiendo que seas un ser humano funcional —repliqué, cruzándome de brazos—. Mi padre es juez. Si le respondes con una de tus bromas sobre la anarquía, el trato se acaba y tú volverás a ser el tipo que está a un paso de ser expulsado por sus faltas.
Dante siguió leyendo, pero su dedo se detuvo en la sección de "Afecto Público".
—"Nada de besos. Los abrazos deben durar menos de tres segundos. La distancia mínima en privado es de 30 centímetros". —Se inclinó sobre la mesa, invadiendo mi espacio hasta que nuestras narices casi se rozaron. Sus ojos eran de un color ámbar oscuro que nunca había notado antes—. Dime algo, Valeria. ¿Tienes miedo de que si me acerco a menos de treinta centímetros, olvides que me odias?
Sentí que el calor me subía por las mejillas, pero mantuve la mirada. No iba a darle el gusto de verme titubear.
—Tengo miedo de que tu falta de ética sea contagiosa, Silva. Firma.
Dante sacó un bolígrafo de su bolsillo, pero antes de poner su nombre, me miró con una seriedad que me dejó helada. Por un segundo, la máscara de chico malo desapareció.
—Si hacemos esto, Valeria, lo hacemos bien. Mis padres también estarán vigilando. Y ellos no son tan... educados como los tuyos. Si vas a ser mi novia, vas a tener que ensuciarte las manos.
—Estoy dispuesta a lo que sea con tal de que mi padre deje de respirarme en el cuello —mentí. En realidad, no tenía idea de en qué me estaba metiendo.
Dante firmó con un trazo rápido y desordenado.
—Trato hecho, preciosa. Ahora, como tu nuevo y amado novio, tengo una sugerencia para la Regla III.
—¿Cuál? —pregunté, cerrando mi laptop.
—Ese café negro que estás tomando es deprimente. Vámonos de aquí. Si vamos a fingir que nos queremos, tenemos que empezar porque la gente nos vea juntos en un lugar que no sea esta cueva de estudio.
Me tomó de la muñeca para levantarme. Su piel estaba caliente contra la mía, y por un breve instante, el mundo pareció girar un poco más rápido.
—Regla de los tres segundos, Dante —le recordé, aunque mi corazón no estaba siguiendo las órdenes de mi cabeza.
Él sonrió, mostrando un hoyuelo que era una trampa mortal.
—El reloj todavía no ha empezado a contar, Méndez.