Me arrepentí, estaba completamente arrepentido de haber subido al coche, estoy arrepentido de no haber creado otra excusa para no ir a la escuela.
—… ¿Hijo?— llamó mi madre. ¿Me estaba hablando? No escuche nada. —ya llegamos.
Ay no. Volteo a la ventana y estaba la puerta del colegio. Tendría que recoger el uniforme ese día, lo habían dado el primer día de clases. Suspire fuerte muriendo por dentro.
— ¿Dónde está la gente?…
— Es normal, es un colegio nuevo— escuche a mi madre bajando del coche, le dio las llaves al cochero y me abrió la puerta. — Sal a socializar, lo necesitas.
—Moriré, eso es seguro— le dijo y esta me pone una cara de mal gusto.
— No te vas a morir por ir a la escuela—me dice, un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando asome la cabeza afuera de la puerta del coche. —Yo fui al colegio 5 años y mírame, viva y sana.
— La preparatoria solo dura 3 años— le dije confundido viéndola a los ojos, ella traía lentes oscuros, pero sabía que estaba evitando mi mirada.
—Nunca dije que fuera buena— contesto rápido. — Baja ahora.
Sin más remedio bajé del coche con mi mochila abrazada, caminaba detrás de mi madre, estaba aliviado de que no hubiese tanta gente como creía.
Por mala o buena suerte el director, o eso pude asumir, nos encontró en la entrada. Le dio un abrazo a mi madre y le saludó de beso, fue asqueroso, quiso saludarme con su mano, pero yo solo la vi. No iba a tocarlo, si pensaba en todas las cosas que habían pasado en esas manos, asentí como saludo. Sonrió y giró para que lo siguieran.
— Nos complace por fin tenerlo aquí, joven Mondragón— escuche al señor director. — Me llamo Eduardo Huerta Urdí y soy el director.
— ¿Recibes a todos los estudiantes en la puerta, señor Huerta?— pregunto y este se comenzó a reír. Parecía nervioso.
— Es un chico encantador, señora Hipólita— le dice a mi madre y esta también se ríe.
— Se lo dije— continuó ella como si no estuviera a su lado.
Seguimos por los casilleros y nos contó un par de cosas. El colegio Gardenia Gris acababa de abrir sus puertas ese mismo año, prácticamente pertenecería a la primera generación, lo cual no es nada emocionante, pero la cara de madre era diferente a lo que yo sentía, parecía que le acababan de decir que su hijo sería uno de los elegidos para ir al cielo o algo parecido. Solo había cuatro grupos de primer año con no muchos alumnos.
En el camino trate de ignorar el polvo en las esquinas de los pisos o algunas franjas en la pared que estaban algo inclinadas, el piso estaba algo bien, pero mi reflejo era opaco, no lo habían lustrado. No me gustaba, nos detuvimos en la vicerrectoría para que me dieran mi horario de clases. El director le arrebata el papel a la secretaria, regordeta y cabello rojo, tenía manchados los dedos de tinta del sello que usaba en los horarios. Se me revolvió el estómago.
El director me enseñó el horario y yo di un paso atrás.
— Arquímedes es un chico especial, señor Huerta. Es muy estricto con la limpieza de las cosas que toca— confiesa madre en mi lugar. El director nervioso ve el horario que tenía manchas de tinta de la secretaria, que se llamaba Galilea, su nombre estaba en su gafete.
— Vuélvelo a imprimir, Galilea— le ordenó el director y esta obedece.
— ¿Cuántos intendentes tiene este colegio?— pregunte por impulso, había dedos en la puerta de cristal de la vicerrectoría, la planta que estaba a un lado tenía polvo. Definitivamente, si ese colegio tenía intendente hacía un trabajo cuestionable.
— Tenemos dos— me contestó sonriendo.
— No lo parece— le dije rápido.
— Hacen lo que pueden— respondió y la secretaria lo llamó para que tomara el horario todavía en la impresora, era consciente de que si lo tocaba volvería a mancharlo.
El señor Huerta tomó la hoja y después un protector de plástico que se usa en las carpetas para poner mi horario entregármelo sin tener que tocar directamente el papel. Lo veo un poco tratando de no levantar mi mirada hacia el director, fui grosero lo reconozco, pero necesitaba un pretexto para irme de aquí.
— También nosotros hacemos lo que podemos— me dice en cuanto levanté la mirada. Iba a sonreír, pero daba igual, traía puesto el cubre bocas. — Espero que te sientas cómodo aquí, joven Mondragón. Haré que los intendentes vuelvan a limpiar…
—Y haga que su secretaria se lave las manos— le sugerí en un impulso, aunque estaba poniendo la suficiente atención, mis ojos no podían evitar pasar por los dedos de Galilea.
— Si también eso— sonrió de lado y me sorprendí de que su bigote se inclinara. Pareció lo único divertido solo ese segundo, ya que después de eso, tenía que empezar las clases.