Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x01. Rutina

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

1.

Rutina

 

Un ojo que emitía una rara luz anaranjada fue lo último que el abusón vio antes de morder el suelo y perder el conocimiento, sólo con el primer puñetazo. Al lado, había otro igual de abatido, agonizando con un pómulo morado, y cerca de ellos, aún quedaba uno en pie, que iba a ser el siguiente.

La chica, limpiándose un poco la sangre de los nudillos en su falda del uniforme del instituto, se giró hacia él con esa mirada severa y aplastante. Este tercer y último abusón se había quedado atorado, como en shock, tras haber visto cómo esa chica flaca y punk había tumbado a sus dos amigos básicamente con un aspaviento, más que con un puñetazo. Había estado en posición de ataque y tenía intenciones de agredirla, pero ahora tenía sus dudas. No quería acabar como sus amigos. Ahora esa chica le daba miedo.

Entre ellos, además, había otro chico, sentado en el suelo tras haberse caído, con el mismo tipo de uniforme que la punk. Un inocente estudiante, algo gordito, con gafas y sudoroso, que aferraba entre sus brazos la mochila que esos tres abusones habían intentado quitarle a la fuerza para quedarse con su dinero y sus cosas… hasta que esa chica apareció de la nada soltando sopapos.

—¿Y bien? —le preguntó esta al abusón que quedaba, quien, al igual que sus amigos, tenía un uniforme de un instituto distinto, al que habían arrancado las mangas para adoptar un estilo macarra.

El chico, más grande que ella, tragó saliva, sin dejar de mirar a sus compañeros y a ella repetidas veces, muy nervioso.

—Te la dejo pasar… porque eres una chica… —intentó sonar superior, señalándola con el dedo.

—Como volváis a amenazar, perjudicar o a hacer daño a otra persona para placer o beneficio propio, lo sabré, y os partiré los dedos de las manos, como ese que estás usando para apuntarme.

El macarra bajó la mano enseguida, temeroso.

—Cuando tus amigos se recuperen y vuelvan llorando a tu instituto, diles la mala noticia, que como volváis a poner un pie aquí en mi instituto, regresaréis sin el pie.

El abusón siguió ahí, en tensión, sin decidirse. Entonces, la chica dio un fuerte pisotón, y el suelo tembló por un instante y se formó una pequeña grieta. Fue suficiente para que el otro se asustara y se marchara de allí corriendo. Saltó el muro que separaba el recinto con las calles y desapareció. Ahí, en un patio trasero del instituto donde había materiales de gimnasio y jardinería, entre el edificio y una zona arbolada, no había nadie más que ellos.

La joven se acercó al muchacho rechoncho de las gafas.

—A juzgar por tu postura corporal, la inclinación de tu espalda y el hecho de que no te hayas puesto en pie aún, deduzco que te has hecho un esguince en el tobillo izquierdo, ¿verdad? —le comentó, se inclinó hacia él y le tendió la mano—. Ven, te ayudaré a caminar hasta la enfermería, apóyate en mí.

—¡Yo…! —el chico la miró con enfado, pero también sonrojado—. ¡N-no necesitaba tu ayuda!

Ella le devolvió una mirada aburrida.

—Hey, Nakuru —la llamó una voz—. ¿Necesitas un cable o algo?

Se acercó hasta ellos otro chico, del mismo uniforme, pero llevaba encima una sudadera y un abrigo, e iba encapuchado, con una mochila al hombro. No se le veía mucho la cara bajo la sombra de la capucha. Tenía una espalda ancha, de complexión fuerte. Esquivó los cuerpos de los otros dos abusones tendidos en el suelo, pasando por encima de ellos tranquilamente, los cuales ya estaban recobrando la consciencia poco a poco.

—Nah, aquí al parecer nadie necesita un cable —contestó ella con sarcasmo—. Está todo en orden.

—¿Por qué tan grosero con alguien que te ha ayudado? —le reprochó el chico fortachón al de las gafas.

—Porque yo no necesito que una chica me proteja —replicó este, intentando ponerse en pie torpemente.

—Hahh… —suspiró Nakuru con paciencia—. Humanos…

—Hey… —se quejó el chico fortachón.

—¿Eh? ¿Te ofende o qué? —se rio su amiga—. Si tú ya no eres uno de ellos.

—Ya, bueno… Pero hace tan sólo un año que dejé de serlo. Aún es reciente —se encogió de hombros.

—Pues acostúmbrate, Kyo, porque muchas veces su estupidez natural no nos pone el trabajo fácil. En fin, me largo.

La chica dio media vuelta con la mano levantada como despedida y se perdió de vista doblando la esquina del edificio. Kyo se quedó ahí delante de esos tres despojos, justo cuando comenzó a llover. Chistó con la lengua y negó con la cabeza, daban bastante pena, tanto los abusones que ya estaban incorporándose doloridos como su rechoncha víctima con el esguince de tobillo que apenas se tenía en pie. Cuando él también fue a marcharse, irrumpió la áspera voz de un viejo profesor que, asomado por una de las ventanas de la planta baja del edificio ahí cerca de ellos, los vio.

—¡Eh! ¿¡Qué hacéis ahí, gamberros!? ¿¡Peleas!? ¡Están terminantemente prohibidas en este centro! ¡Dadme vuestros nombres ahora mismo!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.