Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x02. El chico perdido

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

2.

El chico perdido

 

Cleven y Kaoru se separaron tras un largo rato, aunque para ella había sido muy breve. Se miraron a los ojos, cogidos de la mano, sonriéndose.

—Nos vemos mañana —le susurró Kaoru con palabras cariñosas, le dio un beso en la mejilla y, dando media vuelta, se marchó en dirección al instituto.

Cleven lo siguió con la mirada hasta que se perdió de vista. Suspiró, permaneciendo un rato parada en el sitio, y bajó la vista al suelo. Se sentía extraña, sentía que algo raro pasaba. Intuía que algo no iba bien en aquella relación, era un presentimiento, pero no sabría decir si se trataba de ella o de Kaoru.

Necesitaba hablarlo con alguien, necesitaba contarle a alguien lo que sentía, estaba confusa. Pensó en Raven y en Nakuru, sin embargo, sabía de sobra que ellas le dirían que si no estaba segura o que si tenía alguna duda con respecto a su relación, lo dejase, cortara enseguida y que dejase de comerse el coco.

De lo que Cleven no estaba segura era de dejar a Kaoru o no aunque estuviera dudosa o incómoda con algo. Sólo habían pasado un par de semanas, ¿no? Acaban de empezar. Era pronto para decir si iba mal o bien. Y es que él era un chico que lo tenía todo, popular, guapo, buen estudiante, deportista... Todo el mundo quería estar con él, todos lo aclamaban. Pero ella, por primera vez en aquellas dos semanas se preguntaba si de verdad era eso lo que quería de Kaoru. ¿Qué buscaba ella realmente en un chico? Le daba rabia verse incapaz a estas alturas de responder a esa pregunta.

Hubo un tiempo, muy lejano, en el que ella ya encontró a alguien, alguien que la acompañaba por las lindes entre la vida y la muerte. Pero lo había olvidado. Y por eso, tal vez, se estaba haciendo las preguntas equivocadas. ¿Qué buscaba ella de sí misma, de la vida, de su futuro y del mundo que la rodeaba? Hace muchos años, lo tenía muy claro. Ahora ni siquiera tenía ganas ni de estudiar para un simple examen de Lengua ni de saber qué iba a comer mañana.

 

Dio media vuelta y bajó las escaleras hacia el metro para volver a casa. Los andenes estaban abarrotados de gente, como siempre. Esperó a que llegara el tren entre toda la masa de gente. Una más. Eso es lo que era, una persona más de entre millones, tan insignificante y normal como todas las demás.

Muchas veces había soñado con ser algo más que eso, como soñaban muchas personas de su edad. A veces deseaba ser más de lo que era, pero otras veces se resignaba a la comodidad de la rutina. Era como un deseo intermitente de volver a ser algo que ya fue una vez y que había olvidado, y una recóndita parte de ella lo añoraba. A diferencia de Nakuru, Cleven odiaba la rutina. Le parecía tan aburrida, tan repetitiva, siempre lo mismo, una y otra vez... Para ella, la vida consistía en cambios, evolución, novedades y avances. Si su vida ahora no tenía nada de eso, normal que sintiera que su vida no tenía sentido.

¿Por qué no me puede pasar algo emocionante algún día?, se preguntaba. Pero ¿qué era lo suficientemente emocionante para ella? Las cosas nuevas, sí, ¿pero en qué grado? Había empezado un nuevo curso, un nuevo año, con nuevos compañeros de clase, un nuevo tutor bastante extraño pero simpático, una nueva relación amorosa con un nuevo chico... No. No era capaz de considerar todo eso como algo emocionante. Lo seguía viendo dentro de la rutina. ¿Qué era, entonces, lo que esperaba que sucediese?

Se sentía vacía, desde hacía siete años, desde que murió su madre. No sabía por qué. Ella quería a su madre, y ya decidió firmemente que viviría la vida por ella. Pero sentía que, aparte de su madre, algo dentro de ella también se fue lejos. Algo, quizá, sobrenatural.

 

Llegó el tren, se metió en el vagón y se fue a sentar. Justo cuando fue a apoyar el trasero en el asiento, vio por el rabillo del ojo que otra persona hacía lo mismo al mismo tiempo, en la silla de al lado, la que aún quedaba libre.

Cleven giró la cabeza un momento para ver quién se había sentado a su lado, y se quedó algo abstraída. Era ese chico, el mismo que había visto en la sala de profesores. Seguía teniendo la capucha de su sudadera puesta, bajo un abrigo negro lleno de cremalleras. Sólo se le veía la cara de nariz para abajo, y a Cleven no se le ocurrió otra cosa que fijarse en sus labios. Se vio a sí misma ruborizándose, y apartó la mirada. Le sonaba de algo. Si no tuviese la capucha puesta seguro que lo reconocería de algo. De repente hacía mucho calor.

Las puertas se cerraron y el tren se puso en marcha. El vagón estaba muy lleno, pero, como de costumbre, los japoneses pasan el trayecto en silencio, mirando sus móviles, un periódico, un libro o las musarañas. El trayecto transcurrió tan normal como todos los días.

De vez en cuando, Cleven se atrevía a mirar de reojo al chico que tenía al lado. Estaba muy quieto, cabizbajo, de brazos cruzados y en silencio, casi tumbado en la silla e indiferente. Parecía muy serio, y pensó que tal vez se debía a la tediosa charla que el director le había dado esa tarde en la sala de profesores. ¿Qué habría hecho? ¿Se habría peleado con otros chicos? ¿Habría roto algo?

Cuando miró entre sus pies y vio su mochila, se sorprendió. «¡Ah, ya caigo!» pensó, reconociendo esa mochila, pues la había visto antes. «Este chico es de mi clase» recordó. Se acordaba de él vagamente. Era nuevo en su clase, y no pudo afirmar si era nuevo en el instituto o había estado antes en otra clase de su mismo curso. No recordaba haberlo visto antaño, por lo que supuso que sí, que era nuevo en el instituto. Intentó recordar su nombre, mencionado el primer día de clase junto con los de los otros nuevos alumnos.




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