Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x03. Los mellizos

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

3.

Los mellizos

 

Cleven se dio un buen susto cuando se miró al espejo a la mañana siguiente. Ella tenía naturalmente un pelo muy voluminoso, abundante, con grandes ondulaciones y corto hasta los hombros, y ahora parecía una cara rodeada de un puñado de algas rojas.

Era como si hubiese metido los dedos en el enchufe. No lo entendía. Cierto era que muchas veces soñaba cosas como que corría, saltaba, hacía piruetas… Casi siempre soñaba que iba a una entrega de premios para actores de cine, ya sean los Óscar en Hollywood, los César en París, en todos lados. E iba luchando y corriendo entre una batalla campal de fans armada con pistolas, abriéndose paso y sujetando una libreta y un bolígrafo entre los dientes, hasta que hacía el salto del león cavernario sobre cualquier actor guapo que viese. Se aferraba a él y le amenazaba con las armas para que le firmase el mejor autógrafo con dedicatoria que pudiera imaginar.

Lo que Cleven no sabía es que con estos sueños daba gritos o hablaba mientras dormía, y que su padre se levantaba de su cama, alarmado, corriendo a ver qué estaba pasando. Y cuando descubría que ella simplemente estaba soñando, se quedaba un rato mirándola, perturbado, preguntándose a veces si debería llamar a algún cura. Después, Neuval se volvía a su cuarto, pero ya no podía pegar ojo.

—Hoti, pon mi lista 2 de música —dijo Cleven cuando entró en el cuarto de baño y se puso frente al espejo para lavarse los dientes. Empezó a cepillarse, pero no sonó ninguna música—. Hoti, mi lista 2 de música —repitió, con espuma en la boca, pero tras unos segundos, no hubo respuesta—. ¿Hoti? —tocó varias veces una zona del espejo, a un lado, que tenía otro tipo de superficie digitalizada, pero no ocurrió nada.

Extrañada, Cleven terminó de lavarse los dientes. Mientras se peinaba, se preguntó por qué casi siempre soñaba con esas cosas. No hacía falta que fuese una entrega de premios o un concierto, la mayoría de las veces se encontraba en algún tipo de batalla campal, armada, y mostrando una agilidad que ella se sorprendía de sí misma. Siempre armada, siempre corriendo, siempre hacia un objetivo.

Pese a ser un sueño, normal o estrafalario, a ella le resultaba una escena y una sensación muy familiar. Pero no sabía de qué. En esos sueños sentía que hacía cosas que conocía, cosas que ella sabía hacer en realidad; cosas que alguna vez formaron parte de ella. No lo entendía, porque ella, que supiera, jamás había cogido un arma y, sin embargo, en el sueño sabía manejarlas, incluso clasificarlas, desmontarlas y montarlas.

Justo cuando salió del cuarto de baño al pasillo, se chocó con lo que ella creyó una roca, pero al alzar la vista, cambió de idea al pensar que sus mañanas eran malas. Era su padre, que justo pasaba por el pasillo. Se quedó ahí parado tras chocar con ella, pero su cara era de auténtico zombie. Normalmente, Neuval no era persona hasta que no se tomaba su taza de té con azúcar –aunque, más bien, era su taza de azúcar con té–. Pero ahora mismo lucía de lo más agotado y desorientado, más que nunca en años.

A pesar de sus ojeras y cara de atontamiento, él ya estaba aseado, arreglado e impecable, como siempre, con su cabello castaño claro bien peinado, barba perfilada, traje gris elegante con corbata de seda azul y desprendiendo esa imagen de millonario acomodado.

Cleven lamentó descubrir que al parecer estaban los dos solos. Hoy Hana se había ido más temprano a trabajar y Yenkis también al colegio. Se dio cuenta de que él estaba ahí parado porque estaba esperando a que ella se moviese primero. Ella lo hizo, se fue hacia su cuarto sin decir nada, para ir a coger su mochila. Por su parte, Neuval se dirigió a bajar las escaleras. Una vez más, evitó mirar el conjunto de fotografías que colgaban de la pared junto a las escaleras. En algunas de ellas, aparecía Katz, la madre de Cleven. En otras, aparecía su hermano mayor, Lex. Y otras habían sido descolgadas y habían dejado un hueco vacío, para esconder viejos secretos.

Cuando Cleven bajó y se metió en la cocina para desayunar, nada más cruzar la puerta volvió a chocarse con su padre, que justo iba a salir, con su cara adormilada. Pero llevaba su té en una mano, y con el choque, la taza se le cayó. Sin embargo, en los dos segundos en que Cleven cerró los ojos, tanto la taza como el líquido del té fueron empujados de nuevo hacia arriba por un golpe de viento y la taza regresó intacta a la mano de Neuval con su té dentro.

—¡Ay! —protestó Cleven con susto, apartándose de él—. Qué silencioso eres, caray… —refunfuñó.

Neuval cerró los ojos y dejó salir por la nariz un largo suspiro de paciencia. Esperó a que ella volviera a quitarse del medio y se fue a sentar en la mesa del comedor con su té.

Cleven se dio cuenta de que su padre estaba distinto hoy. No solía estar tan callado, ni ignorarla tanto. Tampoco era como si tuviera un problema con ella. Más bien, era como si estuviera más cansado que nunca, y no tenía ganas ni de abrir la boca, sólo para sorber su té.

—Hoti, mi capuchino —dijo Cleven en la cocina, mientras sacaba unas galletas de un armario. No obstante, una vez más, miró hacia la moderna cafetera tecnológica sobre una de las encimeras, y esta no le hizo ni caso—. Hoti, ¿me preparas mi capuchino habitual, por favor? —probó a preguntarlo más educadamente, mirando hacia el techo, pero la cafetera seguía apagada—. Hoti, dos tostadas —lo intentó de nuevo, pero la moderna tostadora, con su propio dispensador de pan, no hizo nada—. Hoti, peux-tu préparer mon cappuccino? —hizo un último intento, hablando en francés, pensando que quizá había cambiado su configuración a ese idioma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.