Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x06. El camarero de ojos dorados

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

6.

El camarero de ojos dorados

 

Abrió los ojos poco a poco. Casi no podía levantar los párpados. Sentía su cuerpo cansado, lleno de agujetas, pero no había rastro de sueño. Al menos trató de no moverse mucho, así que sólo observó lo que sus ojos podían alcanzar. Estaba tumbado en una cama. Más bien, un sofá cama, y totalmente cubierto por una manta. De pronto sintió un breve mareo y se llevó una mano a la cara, cerrando los ojos. Los abrió otra vez, algo aturdido, al notar en su mejilla dos pequeñas tiritas puestas.

Trató entonces de incorporarse y se frotó los ojos para ver con más claridad. Estaba en mitad de un amplio salón, rodeado de un sofá y un par de butacas más, además de una mesa de baja estatura y un mueble de gran envergadura donde reposaba un televisor, una minicadena, libros y demás cosas. Cerca de él había un ventanal por donde pasaban los primeros rayos de luz del amanecer.

—Magnífica reliquia me has traído, ragazzo.

Pegó un brinco sobre el sofá cama y se giró a la velocidad del rayo. Vio que detrás de él, unos metros más allá, había otro ventanal con una repisa interna acolchada, donde había un hombre sentado con la espalda apoyada contra el marco y los pies descalzos sobre el acolchado. Llevaba unos pantalones de pijama y una simple camiseta, y unas gafas con las que leía con gran ensimismamiento lo que parecía un rollo de grueso y desgastado papel.

El chico, con sólo ver su cabello anaranjado, corto y alborotado, lleno de remolinos, lo reconoció enseguida. Y todos los recuerdos de los días anteriores se le vinieron de golpe a la cabeza, comprendiendo lo que había pasado. Se puso de rodillas sobre el sofá cama y se apoyó en el respaldo, mirando a aquel hombre con inquietud.

—No... No debe abrirlo... —le dijo.

El hombre dirigió hacia él una mirada inquisitiva por encima de sus gafas, sonriendo. Después dio un leve resoplido, volvió a enrollar el pergamino y se acercó al muchacho.

—Tranquilo, el poder de este pergamino es inútil en manos humanas —lo calmó al notarlo tan nervioso, y le tendió el objeto—. Ya entiendo. Tus compañeros te han puesto el pergamino a tu cargo como primera prueba de responsabilidad, como hacen todas las RS con sus novatos. Y por nada en el mundo los quieres defraudar. No te preocupes, sigue intacto, y yo además le tengo un profundo respeto a las obras de Denzel.

El muchacho lo cogió rápidamente y se lo fue a guardar bajo la cazadora automáticamente, pero le sorprendió descubrir que no tenía prenda alguna de cintura para arriba. Tenía un vendaje rodeando su costado y otro en su antebrazo derecho. Miró de nuevo al hombre.

—Has venido hecho un desastre —le explicó este—. Tenías una herida en el abdomen hecha con algún objeto punzante, ¿sabes? He tenido que intervenir. El resto de tu ropa está ahí —le señaló una silla allá junto a la puerta de entrada de la vivienda—, y era inevitable que encontrase de casualidad ese pergamino minuciosamente guardado en un bolsillo interno de tu cazadora. Me disculpo, soy un curioso nato, pero como ya he dicho, trato las cosas de los demás con perfecto cuidado.

El chico comprendió. Conocía a Xaviero lo suficiente como para saber que para él, toda cosa minuciosamente guardada era inevitable de encontrar. Se acomodó, más tranquilo, entre los cojines. Seguía sintiéndose muy cansado. Contempló el rollo que tenía entre las manos mientras el hombre volvía a aparecer a su lado con dos tazas. Le tendió una y el chico la cogió.

—¿Te gusta el café, ragazzo?

—Eh... No mucho.

—Entonces habré acertado —rio, sentándose en la butaca de al lado.

Los dos se vieron envueltos en un silencio tranquilo, mientras la luz del amanecer se hacía cada vez más presente dentro del amplio salón. El chico probó a beber de su taza, y el chocolate caliente, que más bien estaba ardiendo, lo que algunos llamarían “magma”, le recorrió por dentro como un trago de vida. Comenzó a sentirse muchísimo mejor. Sí, su anfitrión había acertado de lleno.

—Supuse que tendrías los mismos gustos que tu abuelo —le aclaró el pelirrojo—. Un delicioso chocolate a 90 grados de temperatura. ¿O eran 92?

—Lo siento —dijo el muchacho, bajando la mirada—. Siento todas las molestias que le estoy causando, señor Massimiliano. Le agradezco mucho toda esta ayuda. Se lo compensaré.

—No, no es nada. Aunque ya han pasado años, sigo dispuesto a echar una mano a mis viejos amigos. La familia de Katzline y de Neuval es mi familia.

—Bueno… Si se le puede llamar familia… —murmuró el chico con cierta pena, sorbiendo de su taza.

—Kyosuke, habéis tenido muchas desgracias en la familia, que han llevado a las familias Lao, Vernoux y Saehara a estar separadas en la actualidad. Pero “separadas” no significa “diferentes”, o “inconexas”. Seguís siendo la misma y única familia. ¿Acaso Katzline y Neuval han dejado de ser tus tíos?

—Por supuesto que no —respondió de inmediato, y acabó sonriendo—. Es cierto. Las circunstancias actuales jamás cambiarán el lazo que aún nos une a todos desde la distancia.




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