Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x08. Planes de rescate

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

8.

Planes de rescate

 

Esa aburrida tarde de domingo, Nakuru se encontraba de relax haciendo uno de sus hobbies, tallar esculturas en piedra maciza.

Ella y su padre vivían en una urbanización de modestos pero modernos apartamentos adosados que rodeaban un gran patio interior con jardines. Las viviendas no eran muy grandes porque estaban pensadas para uno o dos individuos, y Nakuru era de esas personas que vivía con mayor paz mental en una casa donde el espacio fuera el justo y el necesario. A su “iris” le ponían nervioso los espacios sobrantes no aprovechados debidamente.

Aun así, no eran viviendas baratas, aunque ella se lo podía permitir gracias al dinero que ganaba en la Asociación a cambio de su duro pero ejemplar trabajo combatiendo contra el crimen y el terrorismo, además del sueldo del trabajo de su padre.

La mayor ventaja de aquella urbanización era que las viviendas –que se situaban todas en la primera planta–, tenían debajo, en la planta baja, su propio garaje, el cual tenía la misma extensión que la vivienda de arriba, por lo que podía servir de garaje, de trastero e incluso de estudio, todo a la vez. Los apartamentos eran básicamente de dos plantas, arriba la vivienda y abajo un gran espacio reservado para cualquier otra cosa. Varios de los vecinos de allí lo usaban para talleres.

Este espacio Nakuru lo tenía muy bien aprovechado. Ella misma lo había reformado con sus tabiques, ladrillos, yesos y demás usando su “iris” Suna, teniendo, por un lado, un garaje para el coche de su padre con trastero, por otro lado un estudio que Nakuru usaba para sus inquietudes de “iris” como la escultura o el entrenamiento de artes marciales y armas –estando hechas las paredes y techos con material insonorizado–, y por último una habitación más recóndita y asegurada donde guardaba su propio arsenal de armas.

Ahora ella estaba en el estudio, un espacio amplio, luminoso, de paredes y techo blancos, con una zona diseñada para el ejercicio con el suelo hecho de tatami, y otra zona donde tenía una colección de diferentes tipos de enormes rocas, y grandes vasijas de cerámica colmadas de arenas de diferentes colores y composición.

Muy concentrada, con su ojo izquierdo brillando de su luz naranja, caminaba alrededor de una escultura de mármol color crema a medio terminar. Era la figura de la mujer más bella que Nakuru había podido imaginar, con largos cabellos ondulados, mechones al viento, y vistiendo supuestamente con ligeros velos que flotaban a su alrededor.

Nakuru movía las manos con delicadeza cerca de las superficies, y a la orden de su poder de “iris”, en el mármol surgían surcos, pequeños cortes o raspaduras como por arte de magia. Esculpir con el “iris” requería un nivel de concentración muy elevado especialmente en rocas tan quebradizas como el mármol, por lo que era una muy buena forma de entrenar el control milimétrico que el “iris” podía ejercer sobre su elemento. Tenía bastante mérito, porque la mujer hasta tenía cabellos muy finos, como hilos, separados del resto, lo cual era físicamente imposible de hacer para un escultor humano.

—Oh… Hm… —oyó de repente la voz de su padre detrás de ella, rompiendo su concentración, y lo encontró en la puerta del estudio mirando con una mueca examinadora la escultura—. Un poco pequeños, los pechos. ¿No?

—¡Papá! —protestó ella, un poco sonrojada—. ¡Estaba concentrada! ¡Y no critiques los pechos pequeños! ¡A algunas personas nos gustan los pechos pequeños!

—Bueno, claramente yo no soy una de esas personas —sonrió felizmente—. Algo que se puede adivinar fácilmente viendo las fotos de tu madre.

—¡Papá!

—Tengo un gusto exquisito con las mujeres.

—Yo también lo tengo —le espetó Nakuru—. Y porque sea diferente al tuyo, no quiere decir que sea un mal gusto.

—Hahhh… cómo te añoro, Eleanor… —siguió diciendo él, suspirando apasionadamente con la mirada perdida en el techo—. ¿Por qué no haces una escultura de ella algún día? Has empezado con este hobby hace un par de años y parece que ya lo dominas increíblemente bien.

—Por enésima vez, papá, todas las esculturas que hago las pulverizo al terminarlas para reutilizar la arena en otros proyectos o cosas útiles. No podemos acumular esculturas aquí. Tenemos espacio, pero no tanto.

—Podría ser terapéutico para tu “iris” —insistió él, sin borrar la sonrisa.

—Mmm… —Nakuru se puso pensativa.

—Y no hace falta hacer una grande. Con una pequeña escultura que pueda poner en mi escritorio… Es como si pusiera una foto o un retrato de ella. Mi cumpleaños es el mes que viene, por cierto.

—Vaaale, está bien, está bien. Haré una pequeña escultura de mamá.

—Pero no le hagas los pechos pequeños. No sería fiel a la realidad.

—¿Sólo te preocupa que haga bien sus pechos? ¿No te da vergüenza?

—Sí, sólo me preocupa esa parte en la que pareces flojear un poco. Porque en lo que respecta a la mejor parte de ella, sé que la tallarás a la perfección. Esos ojos… esa mirada única de ella… que podía penetrar en tu alma y descubrir todo de ti… —volvió a quedarse absorto mirando al techo—. Si no tallas esa divina y letal mirada suya, no será ella.




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