Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x10. Las heridas de la familia Lao

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

10.

Las heridas de la familia Lao

 

Como Cleven ya tenía experiencia en esto de meterse donde no la llamaban y en donde no debía, para ella ir hacia la sala de Secretaría cruzando los pasillos como una ninja era pan comido. En esta parte del edificio era donde estaban los despachos de los profesores, las salas de reunión y demás estancias donde sólo los adultos o empleados del centro tenían acceso, por lo que tenía bastante mérito cruzar esos pasillos sin ser detectada. Aunque corría con la ventaja de que, al ser la hora del café, prácticamente la mayoría de profesores y del personal no estaban por ahí ahora.

Tampoco el personal de Secretaría. En una sala grande con un par de mostradores, tras los cuales había varias mesas con ordenadores, tan sólo había una persona que se había quedado, por así decirlo, haciendo guardia. Era un hombre mayor, sentado en su mesa frente a su ordenador jugando al solitario con un vaso de café en la mano. Estaba tras el mostrador de la derecha, así que Cleven se coló tras el mostrador de la izquierda gateando por el suelo.

Como había visto muchas películas, le dio por hacer una voltereta, poniendo su mejor cara de espía, y rodó hasta llegar a una de las mesas con ordenador. Echó un rápido vistazo alrededor antes de sentarse ahí y empezar a teclear. Tenía vía libre. Hurgando un poco en las carpetas y bases de datos, logró encontrar el buscador programado para encontrar los registros de los alumnos mediante el nombre y el apellido. Cleven tecleó los de su tío.

No supo por qué, mantuvo el dedo quieto sobre la tecla de enter unos segundos, dubitativa. Estaba un poco nerviosa. No porque estuviese infringiendo las normas, sino por la emoción de hallar algo nuevo sobre él. «Veamos si de verdad estuviste aquí». Le dio a la tecla. Y apareció una ficha con datos básicos de Brey Saehara.

A Cleven se le escapó un respingo de alegría. Se tapó la boca enseguida, pues había sonado alto. Por si acaso, apagó la pantalla del ordenador de nuevo, y se escondió debajo de la mesa. Como esperaba, a los pocos segundos el viejo que estaba en la otra zona de Secretaría se había levantado de su sitio y Cleven lo vio asomándose sobre el mostrador de esta zona, con cara extrañada y algo sospechosa. Pero, al no ver a nadie ni nada fuera de lo normal, volvió a marcharse a su lugar.

Cleven volvió a sentarse frente al ordenador y reactivó la pantalla. Fue un poco decepcionante que no se mostrara ninguna fotografía de él, pero esto ella ya lo esperaba, ya que sabía que las fichas donde venían todos los datos y el expediente completo de los alumnos los guardaban en otra base de datos bajo contraseña. Obviamente, el Tomonari se tomaba en serio la seguridad sobre la información más importante de sus alumnos, tanto actuales como antiguos. Lo único que estaba disponible para el personal del centro sin contraseña era la escasa información básica.

Buscó directamente lo que le interesaba, pues no podía perder ni un segundo. «¡Oh! Esta calle… ¡está en el distrito de Minato! ¡No está muy lejos de aquí! ¡Sólo a unas pocas paradas de metro! Así que aquí es donde supuestamente vivía durante sus estudios aquí en el Tomonari. No constan más direcciones. ¿Entonces vivió en el mismo sitio desde la primaria hasta que acabó el instituto? ¿Será en esta dirección donde vivían los abuelos antes de fallecer? Espero que sigas viviendo ahí, tío Brey, porque voy a visitarte ahí en cuanto pueda» se dijo con una sonrisa entusiasmada mientras apuntaba en su móvil la dirección.

Con la misma destreza con la que había venido, Cleven se marchó de allí, sin olvidarse de hacer otra voltereta ninja por el suelo hasta llegar a la puerta de Secretaría sin que el viejo de antes pudiera verla.

Cruzó los pasillos de regreso a la puerta trasera de salida. Sin embargo, nada más abrirla y dar dos pasos fuera, tuvo que lanzarse de cabeza detrás de un arbusto que estaba junto al muro. El mismo profesor de antes, el que Sam había ahuyentado, volvía a andar por ahí haciendo su incansable vigilancia por si encontraba a alumnos escondidos por esas zonas solitarias del recinto. No sería la primera vez, algunos alumnos se escondían por esos rincones detrás del edificio para fumar o para besuquearse.

«¡Mierdaaa!» gritó Cleven para sus adentros, sudando a mares, pues aunque no la hubiese visto de milagro salir por la puerta, iba a verla indudablemente en pocos segundos detrás de ese pequeño arbusto en cuanto pasase caminando por ahí. «¿Qué hago? ¿¡Qué hago!? ¡Hazte la muerta! ¡No! ¿¡Pero qué dices!? ¡Eso será peor!».

—¡Profesor! —se oyó una voz por la zona.

El viejo Ishiguro se detuvo, justo cuando iba a sobrepasar el arbusto de Cleven, y miró confuso a su alrededor.

—¡Profesor, hay unos chicos fumando en los lavabos! —volvió a exclamar esa voz.

—¿¡Quién me habla, dónde estás!? —preguntó el viejo—. ¡Seas quien seas, no puedes estar por aquí, muchacho! Será posible… —gruñó, regresando sobre sus pasos—. Seguro que son los mismos chicos de siempre… fumando allá donde creen que no los encontraré… ¡hm! Se van a enterar…

El viejo se alejó hasta dar doblar la esquina del edificio. Cleven salió de su escondite, con una cara muy mosqueada, pues la voz que había oído le resultaba demasiado familiar. Vio unos arbustos de más allá, entre los árboles, junto a la valla metálica que separaba el Tomonari de educación inferior con el de educación superior, agitándose un poco. Algo desconfiada, Cleven caminó hacia ellos. Apartó las hojas y se encontró con un niño de ojos plateados con las manos puestas bajo la barbilla como si fuera un gato.




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