Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x17. Todo el mundo esconde algo (1/2)

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

17.

Todo el mundo esconde algo (1/2)

 

—¡Kis, espera!

Yenkis se paró en mitad de la acera y dio media vuelta, entonces vio a Evie corriendo calle arriba, jadeando como un perro. Cuando llegó hasta él se desplomó sobre el suelo y recuperó el aliento. Yenkis sonrió.

—¿Cuánto hace que llevas persiguiéndome?

—Heh... Unos cinco minutos. Es que estaba en el parque del oeste y te vi desde lo lejos salir de la tienda del barrio y dije: “¡anda, Kis, voy a saludarlo!” Pero caminabas demasiado deprisa...

—Evie, pero si haces deporte todos los días.

—Estoy resfriada, y congestionada. Tengo el cuerpo débil desde ayer. Ya sabes cómo es cuando estás acatarrado —suspiró, y sacó un pañuelo para sonarse la nariz.

Yenkis puso una mueca un poco contenida, pues no estaba seguro de si debía aclararle a Evie que él no tenía ni idea de cómo era estar resfriado. Yenkis nunca en su vida había estado enfermo. Y él mismo sospechaba que la razón podía estar relacionada con el hecho de que uno de sus ojos brillase con una extraña luz blanca sobrenatural. Él empezó a darse cuenta apenas tres años atrás de que no era como los demás niños, ni como las demás personas, de que había nacido con algo raro o diferente, y de que era lo mismo que tenía su padre, fuera lo que fuese.

Y su propio padre ya le explicó una serie de indicaciones para evitar que alguien viese la luz de su ojo. Le dijo que ese brillo solamente se notaba en la oscuridad y que debía acostumbrarse a guiñar el ojo para ocultarlo cuando estuviese en lugares oscuros o en penumbra. De todas formas, el brillo de la luz en el ojo izquierdo de Yenkis siempre fue sutil, más débil que el que solían emitir los ojos de los demás "iris" oficiales ya entrenados.

—¿Vas a casa? ¿Qué hacías por el parque? —preguntó el chico.

—Dar una vuelta, nada más —contestó alegremente, recogiéndose un mechón de pelo tras la oreja—. Veo que tú vienes de compras, ¿eh?

La chica miró la bolsa de plástico que Yenkis sujetaba en la mano, donde llevaba un buen puñado de chocolatinas y un par de refrescos.

—Provisiones. Toca noche de chocolate.

Ella respondió con otra de sus sonrisas. Yenkis vio que tenía la cara muy roja, suponiendo que era a causa de la gran carrera que se había dado, o de estar enferma. Entonces el niño negó con una sonrisa de paciencia, se quitó la bufanda y la ató al cuello de Evie.

—Ahora sé por qué te resfrías tan a menudo, siempre sales desabrigada incluso si fuera está nevando.

—Ah... sí, bueno... soy muy despistada con eso —musitó ella con vergüenza.

Ambos niños emprendieron la marcha calle arriba, Yenkis comiéndose un regaliz tranquilamente, observando su alrededor, e Evie junto a él, mirando a otra parte, agarrando tímidamente uno de los extremos de la bufanda que su amigo le había puesto. Iban por las calles de la enorme urbanización de lujosos chalets de las afueras de Tokio, donde vivía Cleven hasta hace poco. El lugar estaba silencioso, como siempre, apenas había personas caminando por allí, mayoritariamente viejos que sacaban a pasear a sus perros.

—Kis... —lo llamó Evie tras doblar una esquina, y el chico volvió la cabeza hacia ella—. Quería decirte que me ha gustado mucho la nueva canción que has compuesto, la que tocamos ayer.

—Ah, gracias —sonrió alegremente—. Y dime, ¿qué te parece el nuevo miembro?

—¿Daiya Miwa? Pues... es muy bueno —afirmó—. Aunque algo callado.

—Sí, no suele hablar mucho —asintió, volviendo a mirar al frente—. Lo he admitido, en parte, porque al tener 14 años puede atraer más público femenino —sonrió con sorna, volviendo la vista hacia ella de nuevo—. ¿Te gusta?

—¿Eh? —se sorprendió—. ¡No! No... A mí los chicos mayores no... Bueno, es que...

—Tranqui, estaba bromeando —se rio—. En fin, los demás del grupo parece que han hecho buenas migas con Daiya. Es... un chico muy interesante —murmuró, entornado los ojos con suspicacia, e Evie lo miró interrogante.

Evie era una chica normal y corriente a simple vista. Era compañera de clase de Yenkis y vivía en la casa de al lado. Tenía el cabello del color de las castañas y largo, que solía llevar recogido en una coleta alta, con mechones rebeldes. Sus ojos eran de un marrón verdoso y siempre vestía con un estilo deportivo. Ciertamente, era muy deportista. Ella tocaba la batería en el grupo de Yenkis, mientras este se encargaba de la guitarra y la voz, y Daiya era el nuevo bajista y otra chica tocaba el teclado. Evie llevaba tocando la batería desde que tenía 3 años y su mentor no era un cualquiera, era un viejo baterista famoso de Estados Unidos que vivía actualmente en Tokio y daba clase de percusión a niños, pero a ella le daba clases privadas y de mayor nivel, por lo que Evie con 12 años era una baterista muy cerca del título de profesional.

Su otra pasión era el baloncesto y jugaba en el equipo del colegio también desde pequeña. La verdad es que Evie tenía unos bíceps increíbles. Sin embargo, era un imán para los catarros, por lo que Yenkis y los otros chicos de su grupo de amigos estaban acostumbrados a estar encima de ella constantemente con el tema de abrigarse bien del frío o de tomarse el jarabe. Para sus amigos ya era normal el gesto de prestarle a Evie una bufanda cuando hacía frío y ese tipo de cosas, y para ella también había sido una costumbre, solo que ya, a esta edad, una chica empezaba a interpretar esos gestos desde otro punto de vista.




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