Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x36. ¿Qué deseas?

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

36.

¿Qué deseas?

 

—Vaya, los hemos perdido a todos —se lamentó Cleven, intentado buscar a sus amigos entre los centenares de personas que ocupaban recinto del templo.

—Vamos a buscar por la zona de comida —dijo Yako—. Sé que venían con hambre, es posible que hayan ido primero a picar algo.

Cleven asintió y fue con él. De algunos puestos de regalos y de juegos provenían distintos tipos de música que se mezclaban en el ambiente, acompañado por gritos de niños, risas de jóvenes y alta charlatanería de los más mayores que abarrotaban los pasillos al aire libre entre las casetas. Reinaba un aire cargado de movimiento y de ánimo, era una noche estupenda. De vez en cuando, los dos tenían que andar con cuidado cada vez que un grupo de niños, blandiendo sus espadas de madera, se aventuraba a cruzarse por su camino, corriendo de aquí para allá.

Cleven soltó un suspiro. «Qué lástima, ojalá hoy hubiera podido conocer al tío Brey de verdad. El plan de venir con él al festival para conocernos mejor habría sido maravilloso. Pero supongo que las cosas tendrán que ocurrir de otra manera».

Casi en la otra punta de donde estaban Yako y Cleven, bastante lejos, Agatha caminaba a paso tranquilo entre los puestos donde vendían imitaciones, objetos típicos y artesanales del antiguo Japón. Agatha lamentaba no poder disfrutar al menos de los lienzos, ya que no podía verlos, y era algo de lo que siempre había sentido curiosidad. Neuval ya le había ofrecido mil veces hacerle unas gafas especiales como las que usaba Denzel, pero la anciana nunca quiso aceptarlas. De todas formas, con ellas solamente sería capaz de ver en blanco y negro, por lo que los colores de los lienzos por los que sentía tanta curiosidad seguirían siendo desconocidos para ella.

Iba, cómo no, con Daisuke y con Clover cogidos de la mano, los cuales se mostraban impacientes.

—Jo, Agatha, ¿cuándo podemos ir a jugar con los demás niños? —protestó Daisuke—. No me he traído mi espada ultragaláctica para adornar mi espalda.

—Yo quiero ver las marionetas —declaró su hermana, señalando uno de los mini escenarios, dando saltitos de nerviosismo.

—Esperad a que vuestro padre nos encuentre, y ya podréis perderos lo que os dé la gana —los tranquilizó.

Los dos niños se colgaron de las manos de la anciana soltando un gemido de desesperación. Daisuke iba vestido con un pequeño kimono gris con hakama negra. Clover, por el contrario, y como se esperaba, vestía con un kimono largo, de un color azul suave y con un estampado de flores de lirio color blanco, además de llevar sus sandalias. La gente que pasaba por su lado no podía evitar echarles un ojo y soltar exclamaciones de “¡Son adorables!”, a lo que Clover respondía con una sonrisa vergonzosa y Daisuke, por su parte, desviaba la mirada y fruncía los labios, dándose aires de duro guerrero.

—Hmm... —gruñó Daisuke, parándose frente a un lienzo shodo, que contenía una palabra escrita en caligrafía japonesa y costaba un ojo de la cara—. ¿Cómo se puede vender algo que está mal hecho a un precio tan alto? ¡Qué porquería!

—¿Qué pasa, Dai? —se le acercó su hermana.

—Mira —le señaló el niño los símbolos—. Este trazo debe estar más inclinado. Y este radical más alargado. Está mal escrito.

—¿Ya estás otra vez quejándote del shodo hecho por otras personas? —le preguntó Agatha.

—¡Pues claro que sí! ¡Este shodo no expresa nada! ¡Yo lo hago mejor! ¡Yo soy capaz de extraer el sentimiento del mismísimo papel!

—Por Dios, qué poético te pones con estas cosas, Dai —protestó Agatha—. Puede que seas el niño más avanzado en escritura de tu clase, pero no por eso puedes despreciar la obra de profesionales.

—¡Hola, hola, jovencitos! —los saludó de repente el viejo dueño del puesto de lienzos—. Te veo muy interesado en este arte, niñito. ¿Quieres probar a hacer tú uno? Hacerlo es gratis. Es muy complicado dominar este arte, pero si practicas, seguro que de mayor lo harás muy bien.

—Qué poético ni qué leches, ¡hablaba de forma literal y te lo voy a mostrar! —le dijo el niño a Agatha, arrebatándole al vendedor el pincel mojado en tinta que iba a darle, asustándolo.

Daisuke se subió a una banqueta y se puso frente a uno de los rollos de papel extendidos sobre el mostrador.

—Eh... —se recuperó el vendedor—. Bueno, pequeño, ahora tienes que pensar bien qué palabra o frase representar. Los niñitos de tu edad suelen escribir cosas simples como “felicidad” o “belleza”, así que si quieres...

—¡A usted lo voy a dejar mudo de belleza! —le interrumpió Daisuke con su mal temperamento, algo que sin duda había heredado de su abuelo Hideki, y comenzó a deslizar el pincel por todo el papel con una velocidad y una destreza totalmente anormales.

En un instante construyó la frase en kanji: “la belleza que la voz roba”, y con un último y artístico movimiento de la mano sobre el papel, ocurrió lo más inesperado. Los trazos de tinta que conformaban el dibujo comenzaron a despegarse del papel, a flotar por el aire. Cuando el viejo vendedor vio aquello, quedó sobrecogido, sus pupilas se encogieron, sintió el concepto de “belleza” atravesándole el alma. Después se llevó las manos a la garganta, desconcertado. No podía emitir ningún sonido, se quedó literalmente mudo.




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