Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x43. La Marca en la espalda

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

43.

La Marca en la espalda

 

Una vez se marchó el monje Knive, Alvion comenzó a caminar a su ritmo sosegado de siempre. Pero después de unos pasos, se paró al darse cuenta de que Neuval no lo acompañaba y se dio la vuelta para buscarlo, esperando que no se hubiera escaqueado de repente, porque de ser así, la racha que el anciano había conseguido llevar de días sin perder su santa paciencia se rompería muy llamativamente.

No obstante, lo encontró ahí cerca, y la causa de su retraso.

—¡Qué sorpresa, qué alegría verte! ¡Juajuajua! —gritaba y reía escandalosamente un nuevo monje que había ido corriendo hasta él al reconocerlo a lo lejos entre la gente que caminaba por ahí.

—Mírate, monk Squal, ¡te han salido cinco músculos nuevos desde la última vez! —se reía Neuval, dándole palmadas al otro en uno de sus enormes brazos.

Monk Squal era un hombre de 50 años, egipcio, medía casi dos metros y su musculatura asustaba a la vista. Su verdadero nombre era Ini-Herit y de apellido Senusnet, pero todos lo llamaban Squal porque parecía que tenía los dientes con forma de sierra. Pero esto hacía contraste con sus grandes y redondos ojos negros, porque tenían una mirada naturalmente cándida y gentil. Tenía la piel morena, y era calvo, salvo en la parte de arriba de la cabeza, donde tenía una cresta de trenzas que caían hacia atrás por su espalda. Tan sólo llevaba puesta una hakama negra y tenía un tatuaje de tinta roja en la parte sin pelo de su cabeza, y una larga cicatriz del pecho al vientre. Era el monje de lucha y artes marciales.

Cuando estrujó a Neuval entre sus brazos en un amistoso abrazo, levantándolo del suelo, este casi vomitó el corazón.

—¡La última vez fue hace cuatro años! ¡Uaajajah! ¡No será que has venido otra vez por el Edonus Vigi! ¿¡Verdaaad!? —exclamó el monje, dejando sordo a todo el mundo.

—N… no… Ya no más —intentó responder Neuval, sin poder respirar.

—¡Juajaj! ¿¡Entonces cómo es que has vuelto!? —siguió gritando felizmente—. ¡No sabes lo mucho que la gente de aquí te ha echado de menos! ¿¡Es que has vuelto a destruir una ciudad!? ¿¡A explotar un avión!? ¿¡A gastarle una broma a algún ministro!?

—No, no... —casi sonrió, poniéndose azul.

—Monk Squal —interrumpió Alvion con severidad—. A la Sala de Juicio, por favor.

—¿¡Quéee...!? —se sorprendió al comprender lo que eso debía de significar, y volvió a dejar a Neuval en el suelo.

Este le sonrió alegremente, frotándose el hombro dolorido. Fue a decir algo, pero de pronto una estampida de gente proveniente de todas partes se abalanzó sobre Neuval.

—¡Fuujin, eres tú!

—¡Has vuelto!

—¡Fuu!

La mayoría de los que acorralaban a Neuval al comienzo del puente eran niños y jóvenes, y había más mujeres y hombres también, habitantes humanos de las tierras y familiares de monjes y guardianes.

Neuval recibió sus saludos y abrazos con gran afecto, como cada vez que había ido allí. Conocía a todos. Los niños le pedían que los alzase en brazos, los jóvenes que hiciera una demostración de su poder, las mujeres le preguntaban qué tal le iba y los hombres le daban palmadas en el hombro.

Había sido una gran sorpresa para ellos volver a verlo por allí desde la última vez, porque la última vez fue hace unos cuatro años y Neuval vino para someterse a la prueba del Edonus Vigi, un tratamiento muy duro, creado por el monje Knive, para hacer que un “iris” enfermo recuperara el mínimo nivel de autocontrol y para reducir los grados del majin. Durante los últimos siete años, había venido al Monte Zou en raras ocasiones, y ante Hana y sus hijos lo excusaba como viajes de trabajo.

Alvion suspiró, cansado. Podía evitar que esas personas retuvieran a Neuval con una sola orden, pero prefirió dejarlo pasar, viendo que el Fuu se sentía contento y acogido entre el cariño de esa gente y eso era alimento sano para su “iris”, que le hacía falta. Por eso, el anciano dio media vuelta para marcharse por el puente, el cual, a pesar de ser de noche, parecía emitir una ligera luz propia, pero también tenía docenas de antorchas de fuego por sus 4 kilómetros de recorrido y su anchura de 85 metros.

—¡Oh! Alvion, estabais por aquí… —se acercó a él una mujer de piel morena con manchas claras y cabello blanco, vestida con un traje de telas cómodo para moverse—. ¿Qué ocurre?

—Monk Yénova, te lo encargo a ti. Haz que se vista con traje reglamentario y después llévalo a la Sala de Juicio, por favor.

Tras decir eso, Alvion optó por terminar ahí su paseo, y de repente se convirtió en una sombra negra, como una nube de polvo negro, que se marchó como un torbellino directamente hacia la Ciudadela al otro lado del puente.

La monje, confusa, se acercó a la muchedumbre para ver a quién se refería. Cuando vio a Neuval, le dio un vuelco el corazón. Primero sonrió con emoción, pero luego puso una expresión más reservada. Después miró a otro lado, ruborizada, y por último sonrió de nuevo, más calmada. Se abrió paso entre la gente hasta acercarse a él.




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