Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x46. Hijos del Trueno

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

46.

Hijos del Trueno

 

Raijin aparcó el coche junto a la acera de un pequeño parque, en una de las zonas más ricas de la ciudad. Estaba lleno de niños jugando y corriendo por los columpios. Siempre se ponía impaciente en estos casos, no le gustaba estar demasiado tiempo por esa zona residencial donde solían vivir personas importantes, como funcionarios del Gobierno.

Por ello, se bajó enseguida del coche y se dirigió rápidamente hacia una mujer joven que estaba sentada en uno de los banquitos del parque, junto con otras madres o niñeras, e iba vestida con un uniforme. La chica, al verlo, se puso en pie al instante y sostuvo en ambas manos un par de mochilitas de colores que contenían ropa y algunos juguetes. Raijin las cogió y comprobó su interior para ver que no faltara nada.

—¿Qué tal está hoy, señorito? —le preguntó la chica amablemente.

—Bien —contestó Raijin sin más, tan seco como siempre.

—Oh, el señor y la señora Saitou me han pedido que le diga de su parte que usted debe parar de decir palabrotas delante de ellos, porque luego ellos las repiten, y no les agrada nada.

—Hm… —Raijin cerró las mochilas y miró a la joven con cara pensativa—. ¿Puedes decirle a Norie que deje de tocarme tanto las pelotas?

La otra reprimió una risa, llevándose una mano a la boca con modestia.

—Se lo haré saber, señorito.

Raijin de repente oyó unos gritos por el parque por encima del barullo de otros niños. Al darse la vuelta, vio a un niño que debía de tener unos 10 años, peinado con gomina y vestido con un trajecito elegante que en ese momento empujó al suelo a una niña más pequeña que él. El arrogante niño rico no paraba de lanzarle burlas y, por si fuera poco, le pegó una patada a la niña en la pierna.

Dos centésimas de segundo después, Raijin ya estaba caminando a zancadas hacia él con una cara de mil demonios. La niña, rabiosa, estuvo a punto de levantarse del suelo para lanzarse contra su agresor, pero Raijin se puso entre los dos niños, apuntando con el dedo al abusón.

—¡Eh, chaval! —le rugió, echando chispas por los ojos—. ¡Mocoso de mierda! ¿¡Qué coño te crees que haces con esta mocosa!?

—Eh, pringado, ¿de qué vas? —le espetó el niño, sonriendo con burla—. ¡No te metas donde no te llaman, chaval!

—¡Chaval, me has cabreado! —Raijin se inclinó hacia él y el otro también le plantó la cara delante, clavándose las miradas—. En estos momentos lamento no poder darle una bofetada a un mocoso como tú sin acabar en la cárcel —gruñó.

—¿¡De qué vas, pringado!? ¿Vas a defender a esa tonta? ¿Es que vas de héroe? ¿O eres su hermano mayor?

—¿¡No ves que tienes el doble de años que ella, pedazo de grano!?

—¡Si yo le digo a esa estúpida que el columpio es mío, es que el columpio es mío! ¡Y si se pone a llorar ya puede acostumbrarse, porque mi papá es un hombre muy rico y este parque va a ser para mí y no para esa niña tonta! ¿¡Es que vas a llorar tú también por ella, pringado!? —le espetó, y se asomó detrás de él para dirigirse a la niña—. ¡Vamos, tonta, vete a llamar a tu papá para que yo pueda tratar con él, jajaja!

Raijin volvió a ponerse delante de su cara, ofreciéndole una de sus miradas más frías y aterradoras.

—Ya estás tratando con él —le gruñó, y el niño se quedó perplejo, y petrificado—. Y te acabo de salvar la vida, pedazo de pústula con gomina, porque si yo no llego a aparecer, ella te habría partido las costillas. Como vuelva a ver que te acercas a mi hija a menos de cien metros, me verás aparecer debajo de tu cama con una guadaña todas las noches.

El niño se quedó temblando de miedo y borró por completo esa arrogancia, y empezó a hacerse pis encima. De pronto, echó a llorar y se fue corriendo de allí llamando a su madre.

Raijin volvió a erguirse, soltando un gruñido satisfecho. Acto seguido, se dio la vuelta, sólo para localizar como si fuera un radar aquella raspadura que sangraba un poco en la rodilla de la niña. Fijando esa magulladura en su punto de mira, el rubio sacó del bolsillo de su pantalón su pequeño estuche de botiquín y, con suma destreza, cogió un trozo de algodón, desenroscó un botecito de clorhexidina, mojó el algodón y cerró el botecito.

—¡Ahhhh! —Clover dio un respingo horripilado al verlo y se apresuró a huir de ahí—. ¡Nooo, no, no, no, no…!

Pero Raijin la atrapó a tiempo con buena práctica, la sentó en el suelo, sujetó sus manos bajo un brazo, la inmovilizó con una llave de kárate bajo una pierna y puso su pequeña rodilla lista para tratar, quedando ella tras él. Comenzó, pues, a limpiar su herida.

—¡Nooo, duele, pica, dueleee! —berreó Clover.

—Cállate —dijo Raijin tranquilamente, continuando con su labor—. Que la gente se va a pensar que te estoy maltratando.

—¡Me estás maltratando! —replicó la niña.

—¡De eso nada! —se picó el rubio, terminando de limpiar la herida—. ¡Y ahora elige! —se volvió hacia ella, refunfuñando, plantándole en la cara tres modelos de tirita de tres colores diferentes—. ¡Unicornio con arcoíris, gato con sonrisa estúpida o monstruo verde con ojos saltones!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.