Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x31. El pasado de papá (5/5)

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

31.

El pasado de papá (5/5)

 

«Neuval se apartó del cuerpo de Paku, soltando la cadena. Respiró para recuperar el aliento. Tenía la cara y el cuerpo lleno de salpicaduras rojas. Pero no había tiempo para descansar. Rebuscó en los bolsillos del hombre hasta dar con su manojo de llaves, y se fue hacia la puerta del fondo. Al abrirla, Li y los otros cinco niños, que lo habían estado esperando, exclamaron con susto cuando vieron aparecer a Neuval manchado de sangre, con el labio partido y respirando agotado. Le tendió las llaves a Li, el cual las cogió con gran asombro.

Chuqù —le dijo Neuval.

No lo pronunció adecuadamente, pero Li lo acabó entendiendo. Le decía que salieran, que se fueran.

—Pe… p… p… T… t… ¿tú? —le señaló Li, al ver que él se marchaba escaleras arriba.

Chuqù —repitió Neuval, señalando hacia abajo sin siquiera mirarlo, cansado.

Li dudó al principio, no entendía por qué él se estaba yendo por otro lado. Pero luego se dio cuenta de que ahí estaban siete niños, cuando eran diez en total. Faltaban tres más. Y el niño extranjero, al parecer, iba a rescatarlos por su cuenta. Ellos no tenían ya tiempo y no podían arriesgarse a quedarse más rato ahí desde que Neuval pulsó la alarma de incendios, era cuestión de minutos que los compañeros de Paku llegaran a esa zona. Así que Li respiró hondo, agarró bien las llaves y el mapa, y se llevó a los demás niños escaleras abajo.

Al haber grabado en su memoria eidética todo el mapa del lugar y tras haber sacado a seis de los nueve niños en esa primera planta, donde ya no quedaban más habitaciones, Neuval no tuvo más remedio que deducir que los tres niños que faltaban estaban en la planta de arriba, que, según el mapa, contenía el resto de suites.

Había esperado rescatar a Song de las primeras, pero debía de estar en la segunda planta, aún cautiva. Tenía que darse prisa. Después de ver las cosas terribles que les habían estado haciendo a los otros niños…

Le dolía casi todo el cuerpo, de los golpes que Paku le había propinado. No podía pararse a pensar en ello. El tiempo corría. La alarma era igual de ruidosa en la segunda planta cuando llegó a su pasillo principal. Había como diez puertas y se suponía que sólo tres de ellas estaban ocupadas. Tendría que mirar en todas, en las que hiciera falta. Tenía un deber metido en la cabeza que en este mismo momento se estaba debatiendo contra el dolor, el cansancio, el trauma, la furia, la vergüenza, y los fogonazos incesantes que su “iris” desquiciado continuaba proyectando en su mente.

Una de las puertas de las suites estaba abierta y había un hombre joven ahí asomado al pasillo, con una careta de un rostro femenino de porcelana y llevando puesto nada más que un vestido corto de tul azul semitransparente, expresando su queja en un idioma que Neuval entendía, era alemán.

—¡A ver si apagan la maldita alarma! ¡Es muy molesta! ¿¡Dónde está el encargado!? ¡Qué mal momento para hacer un simulacro, seguro que no hay fuego por ninguna parte!

Neuval respiró hondo una vez más y caminó hacia él. Por el camino, cogió una de las muchas bandejas de plata que había en un carrito de comida en mitad del pasillo.

—¿Y tú de dónde sales? ¿Te han salpicado de vino tinto o qué? —se sorprendió aquel hombre al verlo venir—. No habrás pulsado tú la alarma, ¿verdad? Los niños os creéis graciosos haciendo este tipo de bromas, por eso hay que disciplin-…

Neuval blandió la bandeja contra su cara con esa brutal fuerza que su “iris” le estaba otorgando, con tal impacto que le partió la máscara de porcelana en pedazos y uno se quedó clavado en el ojo de ese hombre, quien no tuvo tiempo de gritar o reaccionar porque se golpeó la nuca contra el marco de la puerta y cayó inerte al suelo. Neuval soltó la bandeja como si nada y entró en la habitación. A los pocos segundos salió con una niña más pequeña que él, arrastrándola del brazo hacia el pasillo a la fuerza, porque al parecer esta estaba demasiado confusa con todo y se sentía igual de asustada con él que con su agresor y no paraba de llorar y de resistirse.

Algo dentro de Neuval volvió a estallar, una nueva manifestación de algo insano creciendo dentro de él.

—¡Deja de llorar! —le gritó enfadado—. ¡No tienes tiempo de llorar! ¡Muévete!

La pequeña se quedó estremecida, lo único que vio fueron dos ojos blancos aterradores. Pero Neuval acabó llevándola junto a unas plantas, obligándola a quedarse agachada entre dos grandes macetas, mientras él iba a buscar otra puerta. En vez de llamar con los nudillos a cada una, esta vez optó por guiarse por el oído y pegó la oreja. Alcanzó a oír ruidos en la quinta y la aporreó con el puño insistentemente, haciendo que el inquilino de dentro se molestara y no tuviera más remedio que abrir.

Neuval vio que se trataba de otro tipo con pintas raras y parecía hindú, y, al igual que el anterior, no estaba acompañado por otro adulto que pudiera intervenir. Por lo que, mientras aquel tipo le preguntaba enfadado qué hacía ahí, Neuval ya estaba recogiendo del suelo la bandeja de antes y regresando hacia él. Al parecer, este tipo era más desconfiado y precavido, y de milagro logró prever las intenciones del niño de golpearlo con esa bandeja, por lo que esquivó el primer ataque.




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