Cleventine 2: Pasado y Presente

2x09. Taimu, taimuki, brujos y arki

2º LIBRO - Pasado y Presente

9.

Taimu, taimuki, brujos y arki

A la mañana siguiente, cuando notó la calidez del primer rayo de sol en la frente, parpadeó después de no haberlo hecho durante horas. Tenía una taza medio llena de tila en las manos, y tres más en la mesa de al lado ya vacías. Aun así, no consiguió dormir. Sentado en una butaca de su habitación, se puso las gafas negras y giró lentamente la cabeza para ver a ese hombre joven que dormía profundamente en su cama.

Anoche todo pasó muy rápido. Fueron a su casa, y Owen, declarando que estaba demasiado agotado, se quedó dormido enseguida en su habitación. Normal, un salto en el tiempo no era algo a lo que su cuerpo estuviese acostumbrado. A partir de ahí, Denzel estuvo largo rato dando vueltas por la habitación, cavilando, haciéndose preguntas, observando a Owen dormir para asegurarse de que era real y no un espejismo… Hasta que se hizo las tilas y se quedó el resto de la noche sentado en la butaca, vigilando que Owen seguía durmiendo tranquilo y que no sucedía ninguna otra anomalía.

Dos siglos, eran. Dos largos siglos hacía que dejó esa vida atrás, físicamente, pero por dentro jamás la había olvidado. Para Denzel era su mayor desgracia, vivir tanto.

Una de las cosas que más le impresionaban era verlo con ese aspecto joven, y haber oído el sonido de su joven voz. Porque, la última vez que lo “vio”, mejor dicho, que estuvo con él, Owen era un anciano lleno de arrugas, y los últimos recuerdos que Denzel tenía de él y su “aspecto” eran las arrugas de su cara, la aspereza de sus manos, y su voz desgastada. Lo había “visto” nacer, crecer, formar su propia familia, envejecer... y morir, como a todos los demás seres queridos que tuvo. Y mientras tanto, él seguía siendo joven, seguía estando vivo y experimentando el pasar del tiempo con las relativamente cortas vidas de su familia. Una gran condena.

¿Pero qué era una gran condena? ¿Vivir una larga vida sin amar, o amar y perder lo amado? Aquí, la opinión de Agatha y la de Denzel diferían. Sin duda, Agatha había demostrado su firme postura en su modo de llevar a cabo la vida de un taimu. Se había casado nueve veces, sólo se había divorciado una, y enviudado las otras ocho. O sea, que Agatha, cada vez que amó y el tiempo se lo quitó, sufría un periodo de duelo, y después decidía volver a experimentarlo con alguien nuevo, sabiendo que después volvería a sentir el dolor de la pérdida, una y otra vez.

Denzel no. Se casó una vez, perdió una vez, y no se atrevió a volver a pasar por ello. A veces, rechazar a las mujeres que iban tras él era fácil, como con la acosadora pesada de anoche; pero, otras veces, se había cruzado con mujeres que realmente merecían la pena, por las que en un principio comenzó a sentir algo… pero el pavor acabó haciéndole huir, justo antes de que empezara a encariñarse demasiado. Para él, la condena era tener una vida como la de Agatha, y para Agatha, la condena era llevar una vida como la de Denzel.

El día en que Agatha sintió el mayor de los orgullos por él, fue cuando él decidió casarse con aquella muchacha humana china que había estado conociendo durante unos pocos años y de la que se había acabado enamorando perdidamente. Denzel siempre pensó que su abuela se alegró solamente porque, con ese acto, él desafió y desobedeció a los dioses. Y nada en el mundo satisfacía más a Agatha que molestar y desobedecer a los dioses.

Pero quizá Denzel estaba siendo irónicamente ciego con esta visión de las cosas. Por supuesto que casarse y tener descendencia fue un acto de desobediencia contra los dioses y esto regocijó a Agatha. Pero esa vieja taimu había vivido demasiado tiempo como para creer que molestar a los dioses era la única razón por la que merecía la pena hacer las cosas. Aquella vez, Agatha sintió el mayor de los orgullos por él, porque él decidió darle un sentido a su propia existencia; porque Denzel lo hizo por libre albedrío, y lo hizo por él mismo. Y por nadie más.

Y, aun así, esto no pareció ser suficientemente extraordinario para él como para repetirlo. En este caso, el dolor pesaba mucho más que la satisfacción para él. Para Agatha, era al revés.

Así que, ¿cómo podía sentirse ahora mismo, viendo justo delante de él una reaparición de lo que tanto le dolió perder? ¿Podía permitirse a sí mismo sentirse feliz, disfrutar de esta casualidad, sabiendo que, una vez más, iba a ser temporal?

Cuando quiso darse cuenta, Owen ya estaba despierto, sentado sobre la cama y mirándolo en silencio.

—¿Ya puedes hablar?

Denzel respiró nervioso al escuchar su voz de nuevo, pero trató de calmarse. Intentó hacer como los iris, ponerse sin más a pensar en las posibles razones lógicas de este suceso e ir planteando modos de lidiar con ello de manera ordenada y eficaz. Pero no fue capaz. No era un iris. Denzel funcionaba mentalmente igual que un humano, y contener las emociones ante un evento de gran impacto no era algo de esperar de una mente humana sana.

Mientras Owen se desperezaba y se sentaba al borde la cama, frotándose los ojos, todavía algo cansado, Denzel se teletransportó a sí mismo con la butaca incluida hasta el lado de la cama, delante de Owen, para evitarse el esfuerzo de arrastrarse con la butaca hacia él los tres metros que los separaban. Denzel quiso observarlo de cerca una vez más, estudiar sus rasgos, cada centímetro de su aspecto. Estaba anonadado, viendo por primera vez la cara de una persona a la que conoció durante 81 años.




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