2º LIBRO - Pasado y Presente
16.
La decadencia de Drasik
Cleven estuvo una hora en casa con los niños jugando a varias cosas. Todo el salón estaba repleto de muñecos tirados por el suelo, pelotas, pinturas, trapos, pistolas de juguete, hojas... Ahora estaban jugando a princesas guerreras y samuráis, supuestamente Cleven y Clover eran las tales princesas de algún remoto mundo lleno de magia, en un bando, y en el bando enemigo estaba Daisuke, que se bastaba solo, vestido con el mismo kimono del festival, con su espada de madera y, por supuesto, el colgante que su padre le regaló en el festival.
Cleven se había disfrazado con una falda de cuadros por encima de unos leggins y de cadera para arriba se había atado la sábana de su cama de forma transversal, recordando a la toga romana pero con un nudo grotesco a la espalda colgando a modo de cola. En la cabeza se había puesto una toalla de baño como turbante, decorado con un collar de macarrones. Y su supuesta arma era la escobilla del váter, mortal para todo ser humano.
Por su parte, Clover iba con otro estilo. Llevaba puesta una camisa blanca de su padre, que le llegaba hasta los pies y le sobraba por todos lados, y para ceñírsela, se había atado a la cintura una corbata del mismo dueño, dejando que le cayera por detrás también como una cola. En la cabeza llevaba un gorro suyo, con largas y peludas orejas de conejo, y en su brazo, por supuesto, llevaba la horquilla que le regaló su padre en el festival a modo pulsera. Y sus armas eran las mangas de la camisa, que al quedarle tan largas las usaba como látigos. Además, Cleven la había maquillado: le había pintado unos labios rojos descomunales, desde donde acababa la nariz hasta la barbilla; sombra de ojos verde claro, haciendo juego con sus ojos, y colorete en las mejillas para parar un camión.
En ese momento las dos estaban detrás del sofá, usándolo de fortaleza y escondite, en sumo silencio, y Daisuke deambulaba por ahí, por el comedor, buscándolas con porte severo y varonil. Cleven le había pintado al niño unas cejas negras como petroleras y un bigote fino y largo, y lo había peinado con una cresta.
—Estamos acabadas, Princesa de la Luz Cristalina de las Aguas Inodoro de la Escobilla Ancestral de los Bosques Encantados del Takoyaki —agonizó Clover, angustiada, viendo que el Guerrero del Dragón Guay de los Dulces Tocinos de Cielo Mortales de las Cejas Malditas se estaba acercando a su escondite.
—No te preocupes, Princesa de las Braguitas Hello Kitty de las Mangas Atrapadoras del Poder de la Crema Pastelera —dijo Cleven, alzando el puño con valentía—. No nos queda otra que atacar. Yo lo distraigo y tú vas a por él. Y recuerda, los peluches son minas; las pinturas, barritas de vida. ¿Estás preparada?
—Que el poder de la escobilla mágica del trono blanco te proteja —asintió Clover, posándole una mano en el hombro.
Ambas primas se asintieron con la cabeza, firmes, entonces Cleven se levantó de golpe.
—¡Por el Poder del Tallarín Frito! —exclamó, blandiendo la escobilla.
—¡Una emboscada! —saltó Daisuke, alzando la espada de madera—. ¡Muere, Princesa Pedo! ¡Muere!
Cleven y Daisuke empezaron a chocar la espada y la escobilla del váter tal como la esgrima, con el sofá de por medio. Clover aprovechó y salió escopetada del escondite a lo comando. Se tiró al suelo y rodó como una verdadera G. I. Joe, esquivando el peluche de un pingüino y el de un cerdo azul –las minas–. Cogió de paso una pintura e hizo como que se la comía.
—¡Fuerzas recargadas! —dijo y, poniéndose detrás de su hermano, lanzó las mangas de la camisa y estas rodearon al niño por los hombros.
A Daisuke se le cayó la espada.
—¡Maldición, por los vellos varoniles de mi pecho! —rugió Daisuke—. ¡Estoy atrapado!
—¡Ahora, Princesa de la Luz Cristalina de las Aguas Inodoro de la Escobilla Ancestral de los Bosques Encantados del Takoyaki! —vociferó Clover, y cogió aire después de pronunciar aquel largo nombre.
Cleven embistió el pecho de Daisuke con la escobilla.
—¡Uh! —exclamó el niño, poniéndole todo el teatro del mundo.
—¡Y el golpe final! —declaró Cleven, sacando de su turbante un frasco de colonia.
—¡No! —agonizó su enemigo.
Como si fueran balas de ácido sulfúrico, Daisuke recibió el “flis” del frasco una y otra vez, matándolo.
—¡Qué asco! ¡Me derrito...! ¡Uaaah...!
Daisuke fue cayendo al suelo lentamente, poniendo posturas de película dignas del Óscar al mejor actor de la exageración y, finalmente, soltando el último aliento, pereció en el suelo, con una mano agarrando su colgante.
—¡Por el Poder del Tallarín Frito! —exclamó Clover, rebosante de triunfo.
—¡Bieeen! —corroboró Cleven.
Ambas se abrazaron y empezaron a pegar saltos alrededor del pobre Daisuke perfumado, y después Cleven la cogió en brazos y comenzó a botar sobre el sofá-fortaleza, dando voces y más voces.
Raijin entró por la puerta de casa en ese momento, con aire pacífico y rutinario. Ya había acabado sus quehaceres de la facultad. Oyó voces en el salón, pero pensó que era la televisión, así que dejó las llaves en la mesilla de la entrada y se adentró dando un bostezo.
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romance y humor, accion con poderes, sobrenatural y crimenes
Editado: 24.11.2024