2º LIBRO - Pasado y Presente
17.
Conociendo a la familia
Neuval aparcó el coche junto a una acera de losas grises tras haber subido una larga carretera, de una calle ahora vacía rodeada de un parque, algo apartada de la urbe. La verja que limitaba el inmenso recinto del cementerio se perdía calle arriba y calle abajo, ya iluminadas con la luz anaranjada de las farolas. Yenkis y él se bajaron del coche y cruzaron una puerta de hierro. Anduvieron un rato cuesta arriba por el asfalto y llegaron al caminito de piedra que comenzaba entre dos hileras de árboles altos. No hace mucho, Cleven y Brey también pasaron por allí.
Yenkis tenía muy vagos recuerdos de ese lugar, apenas había ido, por lo que andaba un poco perdido. El camino estaba iluminado también, pero en la zona reinaba tal silencio, cortado de vez en cuando por el susurro de las hojas de los árboles, y hacía tanto frío, que le entró un poco de miedo. Más allá de la primera fila de árboles no llegaba la luz, y era un mar de tinieblas y murmullos. No había nadie por ahí, salvo ellos dos.
Sin embargo, Neuval se paró en seco y Yenkis, que caminaba detrás atento a los alrededores con nerviosismo, se chocó contra él. Neuval le sonrió por encima del hombro y le tendió una mano. Yenkis dudó un momento, pero finalmente decidió que sería buena idea, así que agarró su mano y siguieron caminando.
Tras llegar a la cima de la colina, Yenkis contempló la diferencia. En esa zona había un montón de mausoleos, tan majestuosos con su piedra gris y blanca, o bien de ladrillo y tejado de pizarra, como siniestros, dando a imaginar lo que contenían. Una vez pasaron de largo una fuente seca con la estatua de un ángel llorando al cielo, Yenkis no pudo evitar detenerse y ponerse tenso. Neuval también se paró y miró más allá.
Allí estaban, cuatro personas, aguardando a las puertas de un mausoleo de piedra y madera, grande y pulcro. A juzgar por el estilo de construcción, Yenkis vio que no era exactamente un mausoleo, sino un altar dentro de un templete típico de la cultura china. También vio que había más por los alrededores. Ahí no había nadie enterrado, sólo había lápidas de piedra pulida y brillante con grabados chinos que representaban a cada fallecido de un clan. Calcinaban a los fallecidos y esparcían sus cenizas al mar o bien se guardaban en jarrones, ya bien destinados a estar en la casa de los familiares, ya bien en el mismo templete. Luego reparó en que esas personas iban vestidas de blanco, enteros o una parte. Su padre llevaba un jersey blanco que nunca antes le había visto puesto aparte de hoy.
Había que apuntar que, en realidad, los antepasados Lao que había allí eran los antepasados de Mai Tsi. Ella era una Lao, y su padre era primo lejano del padre de Kei Lian. Entonces Mai Tsi y él eran primos lejanos también. Pero Kei Lian nunca llegó a conocer a sus padres, estos los abandonaron a él y a su hermano gemelo a las puertas de un orfanato de Hong Kong nada más nacer.
Por lo tanto, Kei Lian, el cual confirmaba que no tenía antepasado alguno, y que su padre, como mucho, debió de ser una vergüenza, se consideraba como el primer Lao de la familia Lao. Por así decirlo, el fundador o iniciador de la verdadera y actual familia Lao. Cuando Kei Lian y Mai Tsi se mudaron a Japón tras aceptar este una oferta de trabajo mejor, y Sai y Neuval seguían siendo jóvenes, Mai Tsi trasladó el templete ancestral de su rama de la familia desde Hong Kong hasta este cementerio.
Yenkis se había detenido por esas personas. Reconoció solamente al viejo Lao, con pantalones vaqueros, jersey blanco y bueno, su pelo también blanco. Luego había una mujer de la misma edad que su padre, aproximadamente; a su lado una chica joven, con una larga melena negra y lisa y de piel muy blanca, y finalmente un chico, con el pelo revuelto que le tapaba un poco la cara. No se atrevía a acercarse, para él eran desconocidos, pero al mismo tiempo familia. Le entró mucho corte.
—No temas, ellos saben quién eres —lo tranquilizó su padre—. Les he hablado muchas veces de Lex, de Cleven y de ti. Bueno, a Lex ya lo conocen desde hace años.
—Pero no saben que estoy aquí —murmuró.
—No te preocupes. Les sorprenderá, sí, pero se alegrarán, ya verás. Son muy buena gente.
Volvió a tenderle una mano y Yenkis acabó cediendo. A medida que se acercaban ya se oía la voz del viejo Lao.
—Ya os digo, este viejo amigo mío del orfanato donde me crie se metió en el bosque del sur de Hong Kong para cazarlo —les contaba muy convencido a sus nietos y a su nuera—. Ya lo había visto, y quiso cazarlo. Y una vez lo tuviese, quiso sacar un buen fajo de billetes, pues muchos darían oro por tener una criatura como esa.
Neuval y Yenkis se pararon a pocos metros de ellos, los cuales estaban de espaldas y no repararon en ellos. Yenkis escuchó con intriga la historia que estaba contando el viejo.
—Pues bien, tal como le enseñó el ermitaño de la cueva, mi amigo siguió el camino correcto y llegó a la roca con forma de nariz verrugosa. La levantó... —susurró con tono misterioso, haciendo los gestos—. Halló la madriguera... y ahí estaba, chicos, ahí estaba...
—A ver, espera —le cortó Kyo—. ¿Tú llegaste a verlo, o tu amigo sólo te lo contó?
—Sólo me lo contó, pero supe que era verdad porque me enseñó el sombrerito verde —asintió el viejo seriamente—. ¡El sombrerito verde! Y cuando me lo contó dijo que ya lo había vendido. ¡Un leprechaun, chicos, era un verdadero leprechaun en tierras asiáticas!
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romance y humor, accion con poderes, sobrenatural y crimenes
Editado: 24.11.2024