Cleventine 2: Pasado y Presente

2x08. Visitantes del pasado

2º LIBRO - Pasado y Presente

8.

Visitantes del pasado

Llegó el martes de la nueva semana, y hacia las seis de la tarde, Cleven, Nakuru, Raven, Drasik y Kyo se encontraban en la cafetería de Yako tomando un respiro después de las clases, mientras fuera se había puesto a llover con fuerza. Agatha acababa de pasar por allí para dejar a los mellizos, saludar al grupo y marcharse de nuevo, pues tenía nuevos iris nacidos que ir a recoger en otros lugares del planeta y llevarlos al Monte Zou. Así que, sentados en la barra, los cinco charlaban. Drasik parecía estar de buen humor hoy, quizá porque la ciudad estaba cargada de humedad y lluvia. A Kyo y a Nakuru les alegraba, pensando que ya se le estaba pasando su etapa de humor cambiante por culpa de su pequeño majin.

Quien estaba un poco inquieto era Yako, que iba de un lado a otro mirando el reloj continuamente. Entonces, la puerta del local se abrió y apareció alguien, posiblemente Sam, pues iba tapado de pies a cabeza por el frío y empapado por la lluvia.

—¡Sammy! ¿Dónde estabas? —preguntó Yako, alzando las manos.

Sam se acercó y se fue quitando la capucha del abrigo, de la sudadera, la braga de nieve y los guantes. Al pasar al otro lado de la barra, se puso el delantal reglamentario después de dejar su mochila en un rincón. Se recogió con una goma los mechones largos de su cabello rubio ceniza, y volvió a abrir sus ojos de color café con su mirada serena y profunda de siempre. Raven se quedó prendada.

Era el primer día que Raven venía a la cafetería. Durante la anterior semana, Cleven había estado intentando hacerla ir varias veces para que conociera así por fin a Yako y a los demás. Lo que extrañó mucho a Cleven, incluso a Nakuru, es que Raven había rechazado todas esas invitaciones porque siempre tenía un recado importante que hacer, cuando Raven había sido la más entusiasta por conocer la cafetería cuando Cleven le habló de ella por primera vez hace dos semanas tras fugarse de casa. Pero hoy, al fin, había venido, y había estado, como siempre, llenando el ambiente de alegría con su cotorreo. Hasta ahora. Momento en que Sam apareció y se descubrió de debajo de esos kilos de abrigo.

—He estado echando una mano en la clínica de mi padre, ya que este se ha ido al Monte Zou otra vez para saciar su capricho de convertirse en almaati —le explicó Sam a Yako, un poco alejados de los demás—. Y… —añadió en voz baja con énfasis, mirando a Cleven con cuidado y señalando su mochila—… me he encontrado con Fuujin de camino aquí. Me ha dado tu parte de la misión, la mía, la de Nakuru y la de Kyo.

—¿Y la parte de Raijin y de Drasik?

—Fuujin ya le dio su parte a Raijin, que la tiene conjunta con Drasik. La parte tuya, mía, de Nakuru y de Kyo son las últimas, por lo que no hay prisa, hasta que Lao cumpla la suya primero, y luego Drasik y Raijin.

—Bien —sonrió Yako.

En ese momento, mientras los mellizos iban corriendo de aquí para allá con sus juegos, Clover de repente se paró en seco cuando pasaba entre unas mesas vacías y se quedó con la vista clavada en el vacío. Daisuke, al percatarse de esto, se acercó extrañado.

—Clo, ¿qué te pasa? ¿Ya no quieres jugar al pilla-pilla?

La niña no contestó, seguía mirando al frente con aire ausente. Pero Daisuke se fijó en que sus ojos parpadeaban rápida y brevemente de vez en cuando. Volvía a estar en trance.

—¿Estás teniendo otra de tus visiones? —preguntó Daisuke con curiosidad.

—Dentro de veinte segundos, un hombre estará a punto de ser atropellado por un coche enfrente de la cafetería —le dijo la niña, mirándolo por fin de vuelta a la normalidad—. Pero las gotas de lluvia lo salvarán.

—¡Hala, qué bien, yo quiero verlo! —se entusiasmó el niño.

Los dos se sonrieron con emoción, se cogieron de la mano y fueron corriendo hacia los ventanales de la cafetería para observar el exterior con atención, esperando. Mientras, los demás seguían con su tertulia tan tranquilos en la barra.

—Hey, ¿y ese? —saltó Cleven, señalando hacia la calle.

Todos giraron la cabeza y vieron a través del ventanal a un hombre caminando por medio de la carretera, notablemente perdido, pues estaba constantemente mirando a su alrededor y dando pasos titubeantes. Y lo que más les llamaba la atención eran sus ropas, llevaba un traje tradicional muy elegante del estilo chino tang, y por encima, sin embargo, una chaqueta larga y negra algo gastada y deshilachada que recordaba, más bien, al estilo británico de la época georgiana.

Sólo cuando vieron cómo se paraba en mitad de la calzada, dubitativo, y un coche venía muy rápido por la calle, Drasik saltó de su taburete y fue escopetado afuera. Los demás también se sobresaltaron.

El hombre se dio la vuelta al oír un sonido rugiente y apenas vislumbró entre la lluvia dos luces blancas aproximándose a gran velocidad.

—¡Cuidado! —le dijo Drasik, corriendo hacia él, y acto seguido guiñó su ojo y sacudió sus manos hacia delante con un movimiento vertiginoso.

Cientos de gotas que caían con la lluvia formaron un remolino, cambiando su trayectoria velozmente, y fueron a impactar contra la espalda del hombre, empujándolo con la suficiente fuerza como para moverlo unos metros y salvarlo de ser atropellado. El coche pasó de largo dando pitidos de queja. Así, pues, el hombre se quedó medio tumbado sobre el capó de uno de los coches aparcados en la acera, atónito, y Drasik se le acercó corriendo.




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