Cleventine 2: Pasado y Presente

2x20. Zou (2/2)

2º LIBRO - Pasado y Presente

20.

Zou (2/2)

«La historia de la Asociación comenzó con un joven llamado Wei Zou. Apenas había cumplido la segunda década de edad cuando la guerra de los bárbaros que querían conquistar territorio chino del noroeste se llevó a su padre y a dos de sus hermanos. Los cuatro, siguiendo la tradición familiar, se habían especializado en Medicina, aunque Wei se especializó en Psicología, y combatieron en la guerra en calidad de sanadores. Su padre y hermano mayor fueron destinados a otro territorio y murieron. Wei fue destinado con su hermano menor a otro lugar, y tuvo que verlo morir.

Un par de años después de terminar la guerra, aún desolado por la pérdida, Wei siguió trabajando en su ciencia y se mudó a un templo situado en un monte, donde instaló su propio estudio con todos sus libros, pergaminos, incontables plantas medicinales y herramientas para tratarlas. Estaba a pocos kilómetros de la aldea donde vivían su madre y sus dos hermanas pequeñas. Al menos seguía teniéndolas a ellas.

El templo, aunque en él habitaban monjes budistas que sólo meditaban y también otros monjes que estaban especializados en otras materias como arquitectura, filosofía y arte, era propiedad de un señor feudal de la capital, quien, según los rumores, tenía una relación algo sospechosa con el monje superior. Algunos decían que juntos llevaban a escondidas un negocio de transporte ilegal de contrabando inglés, usando el templo como tapadera. Otros decían que el señor feudal quería convertir ese templo, el monte y el gran valle en una gran base militar para el imperio. Sea como fuere, en general allí la vida era pacífica.

Wei estudiaba mucho, se cuestionaba muchas cosas sobre la mente humana, las reacciones químicas del cuerpo, el comportamiento humano y de otros seres vivos, en especial, las maravillosas propiedades tanto curativas como mortales que podían aportar las diferentes sustancias de las plantas de diversas partes del mundo. Experimentaba medicinas, mientras trataba en su estudio, a modo de consulta, a las personas que acudían a él con algún problema, ya fuera emocional, ya fuera una enfermedad mental o un trastorno psicológico, y se le daba muy bien. Sus pacientes solían ser habitantes de las aldeas próximas al templo, como las que reposaban en el gran valle, y de ciudades cercanas.

Entonces, una noche, recibió la visita de un paciente muy especial. Era un niño pequeño que llevaba un parche en un ojo, según él, porque tuvo un accidente doméstico labrando en el campo, y Wei quedó deslumbrado por la madurez, la inteligencia y la fuerza que tenía desarrolladas, que ni en un adulto era normal.

Estuvo estudiando a ese chico durante meses, y descubrió que sus problemas emocionales partían del trauma que le produjo presenciar la muerte de sus padres, unos humildes y buenos campesinos que no podían pagar los impuestos y los mandaron ejecutar, en lo que el niño estuvo presente. El niño le contó lo que sintió en ese momento, y la mayoría de sus palabras describían su incesante odio hacia los que mataron a sus padres, y su deseo de vengarse de la forma más cruel y de hacer justicia por otras inocentes víctimas de algo similar.

Después, cuando cogió confianza, el niño le enseñó el ojo, y Wei vio que no llevaba el parche para ocultar un ojo herido, sino un ojo que brillaba de una luz tenue y grisácea. Luego le explicó que a veces se sentía extraño, extraño de sí mismo. Sentía que algo desconocido le hacía comportarse de forma agresiva repentinamente, lo que le tenía atemorizado. Por eso acudió a él cuando oyó hablar del doctor Wei Zou.

Wei lo tuvo un par de años con él, viviendo en el templo para seguir estudiándolo. Al principio veía que no había forma de mantener a raya ese odio, que no había nada que pudiera distraer la cabeza del niño de sus ansias agresivas. Entonces, Wei estuvo desarrollando técnicas especiales con él, para probar, como ponerse bajo una cascada durante largo rato, ponerse sobre un poste o en la cima de un pico donde soplaba mucho el viento, desarrollar la caligrafía sobre la arena, contemplar el fuego... Esto último parecía que era lo que más le hacía efecto, pues contemplar el fuego hacía que se relajase considerablemente, que su raciocinio volviera a tomar el control.

Ahí fue cuando descubrió que ese niño tenía una capacidad inhumana. Podía someter el fuego, no quemarse con él y formar llamas en la palma de la mano. Incluso la luz de su ojo dejó de ser grisácea y adoptó un vivo color rojo. El niño también quedó sorprendido, y Wei supo que había descubierto algo trascendental. Lo estuvo entrenando con el fuego y, como esperaba de sus estudios anteriores con él, el odio pareció calmarse y mantenerse en un equilibrio, hasta obtener el pleno dominio de sus propias emociones y de su elemento, e incluso de su atención y análisis lógico del entorno y de los detalles. De todo. Era una persona superior al resto en inteligencia y fuerza. Y en bondad.

Wei creó más técnicas de mentalización y de ejercicio corporal, obsesionado con el muchacho, el cual se estaba convirtiendo en algo más que un paciente para él. Wei añoraba a su difunto hermano menor y no pudo evitar estrechar un lazo similar con ese joven, divertido y bienhumorado chico inhumano lleno de energía y de espíritu de justicia, de ganas de vivir y ayudar a los demás.

Tras unos pocos años juntos, Wei y el primer iris llegaron a convertirse en mejores amigos, en hermanos, uniéndolos un poderoso vínculo. Fue a estas alturas cuando Wei logró descubrir que había más personas como ese muchacho, con un ojo que brillaba de luz grisácea. Las traía a su consulta para tratarlas y vio que algunos calmaban más su odio entreteniéndose con otros elementos distintos del fuego. Todos tenían en común haber presenciado la injusta muerte de alguien a quien amaban.




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