Cleventine 2: Pasado y Presente

2x12. La vecina de al lado

2º LIBRO - Pasado y Presente

12.

La vecina de al lado

Un poco más tarde del mediodía, el autobús que traía a los alumnos de la clase de Yenkis ya había llegado al aparcamiento del colegio Tomonari. Habían estado desde el pasado viernes hasta hoy miércoles en un viaje de granja escuela en la montañosa prefectura de Gunma, a unas tres horas de Tokio, que solían hacer para los niños de primer curso de la secundaria inferior para enseñarles cosas de agricultura y animales de granja.

Yenkis adoraba viajar. Si por él fuera, estaría todos los días de su vida recorriendo el mundo, un lugar diferente cada día. Y, sin embargo, no había disfrutado de este viaje tanto como le hubiera gustado. Lo había pasado bien, pero no se le iban de la cabeza sus recientes descubrimientos: la historia del pasado de su padre y su horrible infancia en las calles, sus actuales planes para destapar la información de los archivos secretos que le robó a su padre del ordenador con su nuevo invento propio, el cubito, y el extraño suceso que vivió hace semana y media, la misma noche del domingo en que Neuval se reunió con su KRS por primera vez en años, que Yenkis salió de casa por la ventana de su habitación, tratando de ir hasta la ventana de Evie pasando por las ramas del árbol del jardín, y acabó cayéndose, solo que el propio aire lo frenó en el último momento, salvándolo de romperse algunos huesos.

Cuando habló con Lex aquella vez sobre su ojo de luz y Yenkis se quejó de para qué le servía haber nacido con ella, Lex ya le insinuó que no se trataba de la luz, sino de lo que venía con ella. Ahora, Yenkis tenía una señal de aquello a lo que su hermano se refería. Después de todo, Yenkis había nacido en el puro desconocimiento, y ahora no estaba haciendo más que raspar la superficie.

Hacía unos minutos que se había bajado del bus y ahora estaba sentado en un banco, en los jardines que rodeaban el aparcamiento detrás del edificio de la escuela. Tenía su maleta de ruedas a un lado, con su equipaje. Delante de él, unos metros más allá, había mucho alboroto de gente, de sus compañeros de clase charlando en el aparcamiento y algunos padres que habían venido a recogerlos parloteando con otros padres y profesores.

Sus amigos no habían parado de llamarlo para que estuviese con ellos, pero Yenkis les había dicho que se había mareado un poco en el viaje y necesitaba sentarse tranquilo un rato. Era mentira, claro. Solamente quería un rato tranquilo para pensar. Solía evitar decirles esto a sus amigos, porque ellos entonces se ponían a preguntarle sin parar en qué tenía que pensar, y para qué necesitaba irse a un lugar tranquilo para hacerlo, y le daban la lata.

Yenkis al menos entendía que ellos no lo entendiesen. A él le había tocado nacer con la misma peculiaridad que su padre. No sólo tenía su mismo aspecto físico, sino también su cerebro. Tenía memoria eidética y su inteligencia era superior a la de los niños de su edad, pero, siendo consciente de esto desde hace algunos años, decidió que no quería hacerlo notar y adaptarse al nivel de los niños de su edad.

Yenkis tenía tremendas inquietudes intelectuales igual que Neuval, pero, a diferencia de él, no le interesaba usar la vía académica para alcanzar ya mismo niveles avanzados en ciencia o el éxito en el campo de la tecnología o la física. Yenkis era mucho más relajado en ese aspecto, y eso le venía de su madre. Él se sentía a gusto yendo al colegio a pesar de que le parecieran soberanamente fáciles todas las materias que estudiaba, relacionarse con los niños de su edad y hacer cosas de niños normales de 12 años, al menos un tercio del tiempo. Otro tercio del tiempo, Yenkis necesitaba explotar sus inquietudes intelectuales, pero prefería hacerlo por su cuenta, fuera del colegio y en solitario. Le gustaba descubrir y pensar las cosas por sí mismo, solo, sin influencia de nadie. Y durante el otro tercio del tiempo, la música era su mayor pasión. Adoraba experimentar con los sonidos. A veces, lo hacía muy al modo iris, usando las matemáticas y la lógica; otras veces, se dejaba llevar por emociones al azar y usaba ritmos y acordes más abstractos.

Igual que le sucedía a su padre, a veces a Yenkis se le acumulaban demasiados pensamientos a la vez en su cabeza y en ocasiones se acababan desordenando o mezclando. Lo curioso es que no podía eliminar ninguno, no podía dejar de pensar en ninguno de ellos. Siempre estaban ahí, en curso, en activo. Y por eso, lo que necesitaba para solucionar ese agobio, era ordenarlos de vez en cuando, para lo cual necesitaba un rato de calma y soledad.

También sus nervios recientes tenían algo que ver. Daiya, su nuevo miembro del grupo de música, le había escrito al móvil diciéndole solamente “ya lo tengo”. Yenkis supo a qué se refería. Lo había estado esperando. Fue Daiya quien le dijo hace un par de semanas que él tenía el programa capaz de abrir los archivos secretos de su padre, burlando el escudo protector creado por Katz, porque ese desbloqueador también lo había creado Katz. Yenkis sabía que Daiya sabía cosas sobre el misterio de la luz en el ojo y sobre los secretos de su padre, y aunque ya había intentado preguntarle cosas al respeto, sobre todo, cómo podía él tener un programa único creado por su madre o cómo podía saber cosas de su padre, Daiya siempre se había reservado las respuestas y se había limitado a guardar ese misterio.

El propio Daiya era un misterio para Yenkis, y se estaba empezando a preguntar si él vino a pedirle que le dejara tocar con su grupo porque genuinamente le gustaba la música y el grupo de Yenkis, o porque tenía otras intenciones. Irónicamente, había un poco de cada, porque a Daiya realmente le gustaba tocar el bajo como hobby y tenía que admitir que el talento de Yenkis para la música era asombroso para un niño de 12 años, pero obviamente la razón principal era porque eran órdenes de Izan. El cual era, de hecho, quien esa misma mañana le había dado a Daiya el USB con el programa especial de Katz para que este se lo diera a Yenkis.




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