Cleventine 2: Pasado y Presente

2x29. Ojo de luz

2º LIBRO - Pasado y Presente

29.

Ojo de luz

Durante el trayecto en coche, Yenkis se pasó la mayor parte charlando con Evie sin parar. Los dos estaban sentados atrás y conversaban sobre las canciones de su grupo.

Hatori, de vez en cuando, echaba ojeadas al muchacho por el reflejo del retrovisor. Puede que fuera por la costumbre que su padre le inculcó desde pequeño o puede que fuera algo que ya llevaba en la sangre, pero no hacía otra cosa que analizarlo todo. Las cosas de las que hablaba con Evie, qué palabras escogía, los tonos de voz, los gestos, las miradas… Hatori tenía el mismo nivel analítico que un iris o al menos muy aproximado. Y no podía no notar pensamientos y sentimientos ocultos. Pero no en Yenkis, sino en Evie. Lo curioso es que, mientras que para Hatori era muy evidente, como un libro abierto, al propio Yenkis parecían escapársele todas esas señales ocultas y no tan ocultas de lo colada que estaba Evie por él.

Hatori entornó aún más sus ojos, suspicaces, discretos, fingiendo estar solamente centrado en conducir por las concurridas calles de Tokio, a las que también echaba meticulosos vistazos en busca de cualquier desorden o delito que pudiera haber.

—Así que… Yenkis —les interrumpió Hatori de repente mientras estaban parados en un semáforo.

El chico calló enseguida su conversación con su amiga y miró los ojos azules del ministro en el retrovisor, poniéndose firme.

—¿Señor?

—Dime. ¿Qué calificaciones sueles sacar?

—Agh… —protestó Evie—. Vamos, tío, no te pongas con los interrogatorios.

—Deja que tu amigo decida libremente por sí mismo si responder o no. No eres su abogada.

—Lo seré si te pones demasiado pesado —refunfuñó la chica.

Yenkis miró a uno y a otro, un poco cohibido. Evie parecía molesta por la interrupción, pero Yenkis sabía que debía cumplir respetuosamente.

—Ahm… Suelo sacar entre 90 y 100 puntos en los exámenes… desde que empecé el colegio.

—¿En todos? —Hatori hizo un gesto sorprendido, mirando con más atención a Yenkis por el espejo, y el chico asintió con la cabeza—. Ya veo… ¿Tienes algún tipo de condición intelectual?

—¿Eh?

—Tío Hatori, esas son preguntas personales —intervino Evie—. Kis no quiere destacar. Sólo quiere tener una vida escolar como los demás chicos. Por eso a veces saca menos de 100 puntos adrede.

—Así que ocultas tu inteligencia por encima de la media —observó Hatori, con un tono interesado.

—Bueno… yo… es que… —se encogió sobre el asiento, nervioso.

—Tranquilo. Eso no es un delito —dijo con calma, volviendo a arrancar el coche al ponerse el semáforo en verde, y frunció el ceño un momento, recordando algo—. Es cierto… ¿No es tu padre el fundador de la gran Hoteitsuba?

—Ehm… Sí, señor.

—Lo sabe medio instituto. El señor Vernoux es un genio famoso —dijo Evie—. Tienes que ponerte más al día. Estás conduciendo uno de sus coches.

—Es curioso que las veces que he ido a la casa de Viernes, nunca me he cruzado con el tal señor Vernoux, viviendo justo en la casa de al lado —comentó Hatori—. Creo que alguna vez llegué a ver desde la distancia a una mujer de cabello oscuro, y a una chica joven pelirroja. Pero nunca ni un atisbo del señor Vernoux.

—Porque es un hombre muy ocupado, tío Hatori —defendió Evie—. Por no decir que tú apenas has venido de visita a mi casa desde que nos mudamos ahí hace tres años.

Hatori se quedó callado el resto del trayecto, como si ya hubiera saciado su curiosidad sobre Yenkis. O como si se hubiera puesto un límite consciente.

La curiosidad de Hatori no tenía límite; si por él fuera, nunca dejaría de preguntar hasta el más mínimo detalle, o dato íntimo o pecado embarazoso, con tal de llegar a conocer la verdad completa sobre alguien que él considerase tres cosas: una amenaza para la sociedad, una valiosa fuente de información para lograr un fin importante, o una persona demasiado cercana a su sobrina.

Por eso, a los iris no les gustaba el hecho de que Hatori hiciera el trabajo que los iris consideraban suyo, así como a Hatori no le gustaba el hecho de que los iris hicieran el trabajo que él consideraba de la policía. Era obvio que él tenía esta característica común con ellos: odiaba a los criminales, las injusticias humanas, y todo aquello que peligrase o perjudicase a la gente inocente, que alterase el orden y la paz social o que pusiese en peligro a un ser querido. La gran discrepancia que había entre medias es que Hatori no consideraba a los iris competidores semejantes, sino otro de tipo más de criminales. A sus ojos, los iris eran unas existencias caóticas, desviadas, alterando u obstaculizando el camino hacia el correcto orden que debería reinar en el mundo humano.

Sabía lo suficiente sobre los iris como para tener en cuenta que literalmente cualquier persona podía ser uno. Cualquiera. Excepto bebés que apenas sabían andar y gente enferma o con discapacidad, claro. Desde la panadera de la esquina de la calle, o el niño pequeño agarrado a la mano de su madre, o el abuelo sentado en el banco del parque, o el emperador de Japón… o incluso el muchacho que se sentaba en la parte de atrás de su coche junto a su sobrina.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.