Cleventine 2: Pasado y Presente

2x30. La casa del ministro

2º LIBRO - Pasado y Presente

30.

La casa del ministro

Evie dejó la mochila de Yenkis sobre una silla del vestíbulo. Hatori entró directamente al salón tras quitarse los zapatos en el escalón de entrada, y fue quitándose la chaqueta y la corbata.

—Gracias por llevármela, Evie —le dijo Yenkis, mientras dejaba los zapatos junto a los de ellos y se ponía las zapatillas de invitado—. Debería haberlo hecho yo.

—No seas tonto, no me ha costado nada. Además, no quiero que mi tío se ponga pesado. Es muy estricto con los modales. Pero no te preocupes, tú no tienes que forzarte, ¿vale? Tú relájate, eres mi invitado.

—Evie —se oyó la voz de Hatori por ahí. No gritó, pero sonó tan severo que la chica se puso firme como un soldado de forma automática—. Ven aquí. Ahora.

La muchacha se adentró en el amplio salón y Yenkis la acompañó. Vieron a Hatori en la parte donde estaba la mesa del comedor, rebuscando algo en los bolsillos de una mochila sobre la mesa.

—¡Mi mochila! —exclamó Evie, echando la vista atrás un momento para comprobar que, en efecto, no estaba en la silla del vestíbulo donde la había dejado junto a la de Yenkis—. ¿¡Qué haces!? —se fue corriendo hasta su tío, enfadada—. ¡Te he dicho mil veces que dejes esa fea manía tuya de rebuscar en mis cosas sin permiso! ¿Qué te crees que vas a encontrar, un paquete de tabaco, una botella de cerveza, un arma? ¡Tío Hatori, tengo ya 12 años! Tengo cosas de aseo personales, ¿sabes? —dijo cogiendo su mochila y apartándola de él.

—¿Dónde está? —preguntó Hatori, cerrando los ojos y dando un suspiro paciente, apoyando los dedos sobre la mesa.

—¿Dónde está el qué?

—Tu jarabe. El que se supone que debes estar tomando tres veces al día hasta el próximo martes.

—Mierda, mamá se lo ha dicho… —murmuró Evie con horror, pero rápidamente se puso a disimular, con una sonrisa forzada—. Oh… aaah, el jarabe, sí. Está… ¡Ayyy, nooo! —se dio una torta en la frente, actuando fatal—. Me cachis… ¡Se me ha olvidado en casa! Qué cabeza…

Yenkis tuvo que mirar para otro lado para reprimir una risa. No era sólo lo mal que mentía Evie, era la cara de Hatori. La miraba muy fijamente, sin pestañear siquiera, con una mezcla de santa paciencia, de tener un dilema entre tirarle de la oreja o perdonarla compasivamente, y de sentirse enormemente ofendido por ver que Evie lo estaba tratando de idiota.

—Siéntate —le ordenó él, apuntando con un dedo a una de las sillas que rodeaban la mesa.

—Oh, no, tío, por favor, otra vez no… —suplicó ella.

—Evie Mukai —pronunció con voz potente y autoritaria.

Evie bajó la mirada, abatida, y obedeció. Se sentó en la silla. Hatori agarró una lámpara flexo que había sobre la mesa, la acercó y se sentó en otra silla frente a la chica. Encendió el flexo y apuntó directamente a la cara de Evie, la cual entrecerró los ojos con molestia.

—¿Para qué te ha recetado el médico ese jarabe? —le interrogó el hombre, conciso y frío.

—Para la tos. Un catarro de infección bacteriana. Pero es que apenas tengo ya tos, ya estoy casi curad-…

—¿Es un jarabe con antibióticos?

—Sí.

—¿Sabes lo importante que es respetar a rajatabla el número exacto de tomas, en su debido momento, en su debida cantidad, cuando se trata de antibióticos?

—Sí.

—¿Realmente lo has olvidado en casa?

—No.

—¿Y quieres curarte?

—Sí.

—¿Y por qué te niegas a tomarlo?

—Sabe a amoniaco.

—¿Qué consideras más importante?

—El curarme.

—¿Cuándo es la próxima toma?

—Ahora, antes de la cena. Pero también puede ser después de la cena…

—¿Dónde está?

—Ay… —suspiró, cerrando los ojos, rendida—. En mi abrigo.

Hatori, sin apartar la vista de ella, chasqueó los dedos en la cara de Yenkis, que estaba ahí de pie junto a ellos. Este se sobresaltó, pues se había quedado aturdido al presenciar semejante intenso interrogatorio policial, y el hombre le señaló hacia la entrada, donde estaba colgado el abrigo de Evie en el perchero. Yenkis captó el mensaje, sonrió y fue a buscarlo. Regresó con una botellita, con una cuchara de plástico dosificadora propia, y se las entregó a Hatori, que lo esperaba con la mano extendida, sin dejar de vigilar a Evie.

—Tómatelo.

—No… —dijo la niña, con cara tristona—. Jamás me obligarás.

—Quedarás arrestada.

—Lo soportaré.

—Hm… —suspiró Hatori—. Eres difícil, tendré que recurrir a la tortura —se levantó de la silla y se fue hacia la cocina, que se encontraba en una zona abierta algo más allá del comedor.

—¡No! ¡Eso otra vez, no! ¡Cualquier cosa menos eso, por favor! —imploró la niña.

—No me dejas opción.




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