“El último paquete y el número desconocido.”
Habían pasado dos semanas desde que sabía su nombre, no quería admitirlo pero tenía miedo de buscarlo en alguna red social, cada que hacía eso terminaba mal, además, no podía enamorarse de el sin conocerlo.
Hace 2 semanas que ambas miradas chocaban varias veces al día pero no había querido contarle a nadie, según ella “quedaría como tonta, solo son coincidencias".
Grettel se encontró atrapada en sus pensamientos sobre Nathaniel más de lo que estaba dispuesta a admitir. Cada vez que sus miradas se cruzaban, un cosquilleo recorriera su espalda, y se preguntaba si él también sentía esa extraña conexión. Durante la clase, en los pasillos, incluso en esos breves momentos de descanso, su mente vagaba hacia ese chico que parecía tener un magnetismo innegable, y se preguntaba si cada vez que sus ojos se encontraban había algo más que simple curiosidad.
¿Era solo su imaginación o había un significado más profundo tras esas miradas compartidas?
Ah, y en esas dos semanas Melissa se habia hecho muy popular, cada vez que iban a la cafetería los demás se acercan a tomarse fotos con ella o simplemente la saludaban. Y Grett simplemente se quedaba como estatua mientras ella lo hacía.
Así que ahora tenía dos amigos populares y ella sólo los seguía como pato.
Después de Dasha y Krystal las ganas de tener un equipo se habían esfumado completamente, pues tenía el temor de que ocurriera lo mismo que con ellas, el constantemente miedo aparecía cada vez que alguien le hablaba.
—¿Te parece si vamos saliendo de la escuela?
Levantó la mirada y se encontró con la mirada de Melissa entusiasmada.
—¿A dónde?— Preguntó, tratando de ocultar su confusión.
Ella hizo un puchero. —Sabía que no lo recordabas... A comprar las cosas del vídeo.
Era cierto, lo había olvidado.
—Me parece bien, sólo deja aviso a mamá.
—Muy bien.— Contestó Melissa, sonriendo con su característica alegría que parecía iluminar todo a su alrededor.
Tenían que hacer un video en parejas para la clase de gastronomía, la receta era un postre, ellas eligieron el pay de limón.
Mientras caminaban hacia la salida, la energía de Melissa era evidente.
Durante todo el camino, Melissa iba hablando sin parar, compartiendo anécdotas, risas y un mar de palabras que fluían. Grettel escuchaba atentamente, y aunque en ocasiones su mente divagaba, no le incomodaba en absoluto. Al contrario, disfrutaba de esa charla que le ofrecía un respiro de su propia mente inquieta.
Melissa era todo lo opuesto a ella.
Era alguien feliz, no tenía ni un poquito de miedo del que dirán y eso era algo que Grett admiraba; si quería hablar, hablaba. Si quería reír, reía. Si quería bailar, bailaba, no le importaba que hubiese gente que alrededor. No le importaban las miradas de los demás.
La alegría de Melissa era contagiosa, pero también era la sensación de que esa felicidad parecía estar lejos del alcance de Grettel.
En ciertos momentos, mientras escuchaba a Melissa, Grettel no podía evitar sentir un peso en su pecho, una punzada de culpa por las sombras de su pasado que aún la atormentaban. Las cosas que había vivido, las decisiones que había tomado, todas parecían entrelazarse con su presente, recordándole que ser feliz no siempre era una opción para ella.
Cuando finalmente llegaron al centro comercial, ambas quedaron asombradas por la multitud que se agolpaba por todas partes, como un gallinero.
El ruido era ensordecedor; risas, gritos y el sonido de carritos chocando creaban una atmósfera caótica. Grettel sintió que la ansiedad la envolvía, como si las miradas de la multitud se dirigieran hacia ella, haciéndole desear ser invisible.
Malditas rebajas.
Por un momento sintió que se le había ido el aire.
—La batalla ha empezado— Dijo Mel.
A pesar de toda esa gente, en 30 minutos ya estaban en la laaaarga fila de espera para pagar los productos, llevában en el carrito el limón, la leche, el queso crema, la leche condensada y...
—Melissa.— Murmuró Grettel con un ligero toque de urgencia.
—¿Uh?— Respondió Melissa, distraída.
—¿Y las galletas?
Los ojos de Melissa se abrieron de par en par, como si de pronto se hubiese acordado de una gran catástrofe. —Estoy segura de que las había puesto aquí.— Dijo mientras revisaba el carrito como si las galletas pudieran haberse escondido entre los demás productos.
Ambas se miraron. Atrás de ellas habían como 50 personas esperando su turno, si salían de la fila ahora, llegarían al autobús la siguiente semana.
—Grett... ¿Podrías ir?, Mi tobillo comienza a doler y en un rato tendré que ir al ballet.
Mierda.
—No pasa nada... ya voy, espera un momento.
Sin mucho más que decir, comenzó a caminar hacia el pasillo de las galletas, sus dedos jugando nerviosamente con la pulsera en su muñeca, un hábito que tenía cada vez que el nerviosismo la superaba. Sentía cómo la gente la observaba mientras caminaba, una sensación que hacía que su corazón empezara a latir más rápido y que su respiración se volviera más rápida que lo normal.
No sabía bien cómo lo logró, pero al fin llegó al pasillo. Sus ojos recorrieron rápidamente los estantes hasta que, finalmente, encontró lo que estaba buscando: la última caja de galletas, brillante como un tesoro escondido entre los otros productos.
Increíble suerte que tengo.
Pero claro, siendo Grettel, no podía tener ni un gramo de suerte. Observó la escena como si ocurriera en cámara lenta: una mano se adelantó y tomó la última caja de galletas justo cuando ella apenas estiraba la suya para alcanzarla.
Giró la cabeza, decidida a pelear por esas galletas con quien fuese, solo para encontrar el peor escenario posible. Su mala suerte era tal que, por supuesto, la persona que sostenía la caja era Nathaniel.
Él también la miró, y en ese momento sintió como si la temperatura de su rostro subiera diez grados.
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Editado: 24.10.2024