Clocks: La mirada del tiempo

04: Esclava personal

Laia lo observó hasta que desapareció por completo detrás de la puerta. Las palabras que había dicho seguían resonando en su mente: "Te quedarás hasta que sepa cómo devolverte a tu tierra." Pero, ¿Cuánto tiempo sería eso? El peso de la incertidumbre la envolvió de nuevo. Se secó las lágrimas con la palma de la mano, pero el temblor en sus dedos no se detuvo. Ella tenía una vida, una que había construido cuidadosamente: su hogar, su familia, sus logros, que no eran pocos. Todo lo que conocía, todo lo que le daba sentido, había sido arrancado en un instante, dejándola prisionera en esta torre en una tierra ajena, rodeada de androides... ¿Airæmitas? Y luego estaba él, el guardián. Intrigante, severo, y tan impenetrable como el enigma de este lugar.

La puerta se abrió sin previo aviso, interrumpiendo sus pensamientos. Entró una figura femenina, otra esclava Airæmita, aunque distinta a los demás. A diferencia de los otros que la habían acompañado hasta la torre, esta esclava tenía una presencia más sutil, casi delicada. A primera vista, su esbelta figura la hacía parecer mucho más joven, quizás de quince o dieciséis años. Su cuerpo de madera brillaba con un lustre nuevo, y a diferencia de Fares y los demás, que tenían la cabeza lisa y sin adornos, esta llevaba un tocado de cadenas de engranajes negros que simulaban mechones de cabello ensortijado, retorciéndose lentamente como si estuvieran vivos.

—Soy su esclava —dijo la joven, con una voz que, aunque suave, tenía un tono inusual de calidez. Su sonrisa era más humana de lo que Laia esperaba, pero el gesto parecía vacío de emoción genuina. La esclava se arrodilló con fluidez frente a ella, como si fuera parte de un ritual perfectamente ensayado.

Laia parpadeó, desconcertada por la mezcla de tecnología y servidumbre—. El guardián me ha ordenado llevarla a su nueva habitación. Le ruego que me siga.

El pensamiento de que todos esos seres, con sus ojos brillantes de engranajes y cuerpos de metal y madera, fueran esclavos, le resultaba inquietante. Laia, aún desorientada por la experiencia y no del todo convencida, asintió lentamente y se levantó. Siguió a la joven Airæmita fuera del despacho. Sus pasos resonaban en el silencio del corredor mientras bajaban por varias escaleras en espiral, los escalones de piedra fría bajo sus pies la hacían sentir aún más lejos de su mundo.

Finalmente, se detuvieron frente a una puerta decorada con intrincados grabados de ramas y flores entrelazadas, en tonos de blanco y oro. Era una belleza inesperada en medio de la frialdad mecánica de la torre, casi como un pequeño refugio escondido. La esclava, con una suave inclinación, empujó la puerta para abrirla y se hizo a un lado, invitándola a entrar.

Laia miró el interior de la habitación con cautela, sin saber qué esperar.

La habitación era un despliegue de lujo, pensada claramente para alguien de alto estatus. Los objetos y adornos brillaban con toques de oro y plata, reflejando la luz de manera que todo parecía resplandecer, aunque de una forma fría y calculada. Pesadas cortinas en blanco y negro, trenzadas con hilos de oro, colgaban imponentes de las ventanas, creando un contraste dramático con las paredes. Estas estaban adornadas con intrincadas pinturas doradas de relojes y engranajes, como si el tiempo mismo dominara cada rincón del lugar.

En una de las paredes, una alta torre se erguía majestuosa, rodeada de nubes en tonos verde azulados, dando la sensación de que la torre habitaba tanto en el cielo como en la tierra. El resto de las paredes alternaba entre franjas de blanco y negro, proyectando una sensación de orden y control, mientras que los muebles, de cuero antiguo y en impecable estado, llenaban las esquinas con su presencia silenciosa. Al fondo, una imponente cama con dosel se alzaba, su estructura sólida y adornada con detalles dorados que parecían apropiados para la realeza.

—Dios mío... —murmuró Laia en italiano, asombrada por la opulencia de la decoración, aunque los tonos sombríos no eran de su gusto. Siempre había preferido los colores vivos, alegres, que parecían completamente ausentes en este lugar.

—¿La habitación es de su agrado, señorita? —preguntó la esclava, ladeando su cabeza mecánica con un movimiento suave pero ligeramente antinatural.

Laia paseó la mirada por la habitación una vez más, permitiendo que sus dedos rozaran los muebles mientras examinaba cada detalle. Había una perfección inquietante en todo, como si la habitación hubiera sido preservada por el tiempo mismo, sin el desgaste propio del paso de los años.

—Es... increíble —dijo, aunque sus palabras carecían de sinceridad. Sonrió levemente, buscando suavizar la tensión—. No es exactamente mi estilo, pero es... impresionante.

Se giró hacia la Airæmita, deseando romper la barrera de la formalidad que sentía en el ambiente. —¿Cómo te llamas?

Por un instante, la esclava pareció sorprendida. Su sonrisa, aunque tenue, se desvaneció momentáneamente, como si la pregunta hubiera desencajado algo en su programación.

—Naroa —respondió con una voz mecánicamente tranquila.

—Genial, Naroa. ¿Podemos hablar, verdad? —Laia intentó sonar amigable, bajando un poco la guardia. La joven esclava asintió con una ligera inclinación de cabeza.

—Yo soy Laia, pero mis amigos me dicen Ly —añadió, tratando de establecer una conexión más personal.

El desconcierto en la expresión de Naroa fue evidente. —¿Desea que su esclava la trate como una amiga? —La pregunta llevaba una nota de incredulidad, como si tal solicitud fuera fuera de lo común.




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