Clocks: La mirada del tiempo

10: La historia de dos aprendices

—¿Lady qué? —exclamó Laia, haciendo una mueca de confusión. Otra vez ese nombre.

—Es una larga historia, señorita Laia —respondió Naroa, con cierta vacilación.

—Pero yo quiero saberlo, Naroa. Necesito saberlo. Ni siquiera sé de qué se me acusa, porque no conozco a esa tal Lady...

—Lady Time —completó Naroa en un tono más grave. Hizo una pausa antes de continuar—. Se lo contaré, pero... prométame que no dirá que fui yo quien se lo dijo.

Laia, queriendo ganarse su confianza, puso la mano sobre su corazón. —Lo prometo.

Naroa la miró un momento, como evaluando su sinceridad, y finalmente decidió hablar, aunque bajó la voz de manera casi imperceptible. Mientras caminaban por un caserío de chozas amontonadas, la tensión crecía. Afuera, en su mayoría, había ancianos Airæmitas, vestidos con túnicas blancas que parecían desgastadas por el tiempo. Las manecillas en sus frentes estaban torcidas o casi inmóviles, indicando que sus vidas estaban llegando a su fin. Algunos observaban a Laia con recelo, sus ojos tras las gafas destellando una mezcla de temor y desaprobación.

—Hace mucho, mucho tiempo —empezó Naroa, mientras saludaba a varios de sus conocidos, quienes miraban a Laia con curiosidad— mucho antes de que los Airæmitas fuésemos creados, existió el Padre Tiempo, creador del hilo temporal que rige tanto a seres vivos como a los inanimados de todos los mundos. Fue una época muy antigua, más o menos después del quinto Re-diseño del hilo espacio-temporal, también conocido como el Exterminio Universal.

—¿Exterminio Universal?

Naroa sonrió con ternura. —¿Tan diferente es su mundo? No pretendo ofenderla, señorita Laia, pero su cultura parece estar muy atrasada en cuanto al conocimiento del tiempo y el espacio.

Laia rió suavemente. —No te preocupes, aceptamos nuestra ignorancia con filosofía. Sigue con tu historia, quiero saber más.

—Debo explicarle primero qué es el Exterminio Universal, de lo contrario no entenderá— aclaró Naroa con dulzura.

Habían caminado sin detenerse hasta que llegaron a una especie de plaza. Laia se daba cuenta de lo extenso que era el pueblo Airæmita y lo fascinantes que eran, a pesar de no ser completamente biológicos. Aunque carecieran de humanidad en el sentido tradicional, parecían más complejos que cualquier persona que hubiera conocido. Naroa le ofreció un asiento de piedra, incómodo pero funcional, frente a la plaza donde unos veinte pequeños Airæmitas jugaban, tomados de las manos, girando hasta marearse. Las manecillas en sus rostros giraban descontroladamente hasta que volvían a estabilizarse. Sus ropas blancas estaban manchadas de arena, pero los adultos no parecían molestarse.

—Verá, todo tiene un inicio y un final, y para todo hay un límite— continuó Naroa —El Padre Tiempo, junto con los guardianes del pasado y del futuro, tienen la tarea de romper las líneas temporales cada quince decillones de siglos. Se le llama exterminio porque implica la eliminación de galaxias, universos y, en algunos casos, dimensiones enteras.

—¡Woo! —exclamó Laia en voz baja— ¿Algo como el apocalipsis?

—Supongo —asintió Naroa— Se hace para dar paso a nuevos universos que funcionarán de manera completamente distinta. Este proceso es supervisado por los Seres Superiores, bajo el mando del Absoluto, quienes crean nuevos universos a partir de las cenizas de los anteriores.

—Entiendo... pero ¿Qué tiene esto que ver con esa tal Lady?

—A eso voy —Naroa rió, sacando una jarra de agua y un vaso de su bolso de cuero para servirle a Laia— No debería decirle esto, señorita, creo que el guardián se molestaría.

—Si Geoffrey se molesta, yo hablaré por ti. No te preocupes, solo cuéntame— insistió Laia, bebiendo el agua de un solo trago.

—Después del quinto Re-diseño del hilo espacio-temporal, el Padre Tiempo recibió la orden de los Superiores de crear dos aprendices, usando el polvo de estrellas sobrante. Hombre y mujer, para que siguieran su camino y, eventualmente, no necesitaran ni al guardián del pasado, ni al del futuro, ni al Padre Tiempo.

Laia observaba la fruta que aún tenía en su mano mientras escuchaba atentamente. Nunca se había detenido a pensar en los orígenes de Geoffrey.

—El aprendiz masculino debió ser Geoffrey —intuyó Laia, Naroa asintió. —Y la femenina era... ¿ella?

Naroa se inclinó hacia atrás en su asiento, mirando a Euan y Darir pasar. Parecían más tranquilos y amistosos que antes ahora que habían humillado a Laia, ella no bajó la cabeza, pero si desvió la mirada.

—En ese tiempo ella se llamaba Olena, era la anterior propietaria de su habitación, señorita. Pero sí, tiene razón, ella se convirtió en LadyTime. Durante mucho tiempo vivieron en armonía bajo la tutela del Padre Tiempo y los guardianes, sin saber su verdadero destino. Cuando llegó el momento de recibir las joyas del poder, ambos reaccionaron de manera distinta.

—Imagino que Geoffrey fue el de la reacción benevolente —supuso Laia mientras retomaban la marcha.

—Me temo que se equivoca, señorita. El señor Geoffrey se indignó por no haber sido informado de que la vida del Padre Tiempo, que consideraba como un padre, terminaría al entregarle las joyas. En cambio, Olena, aunque impulsiva y volátil, no hizo mayor cosa... hasta que, durante la hora del descanso, cuando nadie vigilaba las joyas, decidió robarlas. Fue con Geoffrey y le contó cómo lo había hecho para dárselas a él.




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