Clocks: La mirada del tiempo

19: Tiempos Suspendidos

Geoffrey permanecía de pie en la penumbra del despacho, observando a Laia desde la distancia mientras ella se inclinaba sobre el telescopio en el balcón. El brillo plateado de las estrellas caía sobre ella, acentuando el tono blanco de su cabello y dándole un aire casi etéreo. La suave brisa de la noche agitaba sus mechones, que brillaban bajo la luz estelar como hilos de plata moviéndose en el aire.

Laia estaba completamente absorta en su tarea, con la mirada fija en las estrellas que se extendían sobre el horizonte infinito. Movía el telescopio con delicadeza, enfocando diferentes puntos del cielo, como si buscara respuestas que solo el universo podía ofrecerle. Geoffrey no pudo evitar admirar la concentración en su rostro, la quietud en sus movimientos. La veía tan pequeña y frágil, envuelta en la noche, pero también percibía una fuerza silenciosa en ella, una determinación que lo desconcertaba y lo atraía al mismo tiempo.

Dio un paso hacia el balcón, y el crujido de la madera bajo su pie rompió levemente el silencio. Laia giró la cabeza y lo miró con una sonrisa ligera, apenas perceptible en la penumbra.

—Lo siento, —dijo ella con una voz calmada y un toque de emoción que no podía esconder—. Me dejé llevar otra vez. Es difícil no perderse en el cielo cuando hay tanto por ver.

—No tienes por qué disculparte, —respondió Geoffrey, caminando hacia ella con pasos medidos—. El telescopio está ahí para ser usado. Y tú pareces aprovecharlo mejor que nadie.

Se detuvo a un par de pasos de ella, sus ojos oscuros e inquebrantables desviándose hacia el cielo, tratando de seguir la dirección en la que ella había apuntado el telescopio. Sin embargo, se encontró volviendo a mirarla, atraído por la imagen que Laia formaba a la luz de las estrellas. La claridad de su piel, el brillo en sus ojos cuando hablaba con entusiasmo de las constelaciones, y el sutil temblor en su voz cada vez que mencionaba algo que le emocionaba.

—¿Encontraste lo que estabas buscando? —preguntó él, su tono tan neutro como siempre, aunque una pequeña parte de él esperaba que la respuesta fuese "no". Porque si aún estaba buscando, tal vez eso significaba que seguiría ahí, que no se marcharía todavía.

Laia apartó la vista del telescopio y lo miró de frente, con una sonrisa que mezclaba melancolía y ternura.

—No estoy segura de qué estoy buscando, para ser honesta. —Sus palabras fueron un susurro que parecía deslizarse en el aire de la noche—. Ya he mirado mi galaxia hasta conocer su estructura al completo. Ahora solo busco entre las demás luces. Ya no sé que busco, honestamente. Pero estar aquí, mirando las estrellas... me hace sentir un poco más cerca de encontrarlo, aunque no sepa qué es.

Geoffrey sintió un impulso inexplicable de acercarse más, de alargar la mano y rozar su cabello para comprobar si realmente era tan suave como parecía bajo la luz plateada. Pero en lugar de eso, se limitó a asentir con un gesto breve y solemne.

—Tal vez el cielo tiene un modo de darnos respuestas sin que nos demos cuenta, —dijo él, y sus palabras flotaron en el aire, cargadas de un significado que ni siquiera él estaba seguro de comprender del todo.

Laia volvió a sonreír, y sus ojos se desviaron de nuevo hacia el telescopio. Pero Geoffrey no dejó de mirarla, aún fascinado por aquella escena, grabando cada detalle en su memoria. Sabía que el tiempo era un maestro cruel, y que cada instante compartido con ella era una frágil joya que no debía dar por sentada.

Por un breve momento, bajo el vasto cielo estrellado, el guardián se permitió olvidar la distancia que normalmente imponía entre ellos y simplemente disfrutar de la compañía de Laia, quien parecía tan cerca y, a la vez, tan lejana como las estrellas que ella admiraba.

El silencio se hizo más profundo mientras la noche avanzaba. Geoffrey, aún de pie junto a Laia, no apartaba la mirada de ella. Podía sentir una tensión sutil en el aire, una especie de atracción magnética que no podía ignorar. Por primera vez, sentía que el espacio entre ellos, tan pequeño, era también inmenso, cargado de posibilidades que no se había permitido considerar.

Laia apartó la vista del telescopio y se encontró con la mirada de Geoffrey. Había algo en la forma en que sus ojos diferentes la observaban, una intensidad que la hizo sentir desnuda bajo su escrutinio, como si pudiera ver más allá de sus palabras, más allá de su expresión. Por un momento, fue incapaz de mantenerle la mirada y sintió un rubor leve subirle por las mejillas.

—¿Te ocurre algo? —preguntó él, con un tono tranquilo pero con un matiz de curiosidad, como si realmente quisiera escuchar más allá de su respuesta superficial.

—No, nada, —respondió Laia con un leve titubeo, apartando la mirada hacia el cielo para disimular la pequeña chispa de nerviosismo que había crecido en su pecho—. Es solo... que estar aquí, contigo, se siente diferente a otras noches.

Geoffrey inclinó la cabeza ligeramente, con sus labios apenas esbozando una sonrisa, pero sus ojos seguían serios.

—¿Diferente? —repitió, su voz más baja, como si no quisiera romper la atmósfera que se había creado entre ellos.

Laia volvió a mirarlo, en ella había ahora añoranza y una suave e inocente curiosidad.

—Sí... es como si el tiempo se detuviera un poco, —confesó ella en voz baja—. O tal vez es solo que no quiero que avance.




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