Clocks: La mirada del tiempo

22: Una caminata

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Yew, frunciendo el ceño.

—Es obvio, Yew, no seas idiota —espetó el hombre de barba rubia—. Él usó las aguas de la laguna del recuerdo y la visión para descubrirlo.

—¡Hey! No soy idiota, ¡pude haberlo deducido yo solo! —protestó Yew, aunque sin demasiada convicción.

Un siseo cortante del guardián los mandó a callar. Había comenzado a irritarse con sus constantes discusiones infantiles. Geoffrey se masajeaba las sienes. Las ojeras profundas bajo sus ojos evidenciaban las largas jornadas que había pasado mandando mensajes a los mensajeros del Temporal Space. Hacía un milenio que no sabían nada de Índigo, desde que se casó, y el creciente peso de esa incertidumbre comenzaba a aplastarlo. No podía darse el lujo de hacer esperar a la joven humana más tiempo. Además, Yew había dejado claro que Laia tenía un futuro grandioso, algo que se confirmaba por la falta de visiones sobre su vida, un indicio de que su destino era clave en el tejido de la realidad.

—Lo último que deseo en este momento es escuchar sus estúpidas discusiones. Tengo problemas más importantes que atender —murmuró Geoffrey, con la voz cargada de una fatiga reprimida.

Yew e Iyals, sorprendidos por la dureza de sus palabras, guardaron silencio. Sabían que, aunque su guardián no lo admitiera, tenía razón. Su incompetencia había generado retrasos, y cada minuto que perdían complicaba más los eventos que se avecinaban.

—Tengo pilas de papeleo, cientos de informes, y miles de folios que llenar desde el amanecer hasta el ocaso —Geoffrey cerró los ojos con fuerza, tratando de contenerse—. No puedo perder más tiempo en insignificantes seres inferiores. ¡Yew, por el bien del tiempo y del delicado tejido de la realidad, que sé que veneras como a tu propia existencia, dime qué hacer!

Yew, el hombre del cabello bicolor, bajó la mirada, incómodo. Sabía más de lo que debía, pero revelar información adicional podría alterar la línea temporal de forma irreversible. Aunque Geoffrey ocupaba una posición privilegiada, no podía exponerlo a detalles que no debería conocer. La frustración lo carcomía.

El guardián se puso de pie con brusquedad y golpeó el escritorio, sobresaltando a los presentes.

—¡Fares! —rugió con una voz que sacudió la habitación—. Sácalos de mi torre.

Fares entró rápidamente, llevándose a Yew e Iyals sin cuestionar las órdenes. Ellos tampoco ofrecieron resistencia. Geoffrey respiró hondo, su mente nublada por la ira y el cansancio. Necesitaba deshacerse de Laia de una vez por todas. Desde que esa humana había llegado, sus problemas se habían multiplicado exponencialmente. El caos que rodeaba su presencia no solo afectaba a su torre, sino que repercutía en la estabilidad del Temporal Space. Los superiores ya sospechaban algo, no por la falta de informes, sino por las repetidas reparaciones que Yew había tenido que realizar en la línea terrestre. Cada ajuste, cada paso mal dado, aumentaba el riesgo de un colapso en la línea temporal.

—Señor... —la voz temblorosa de Fares lo sacó de sus pensamientos.

Geoffrey lo fulminó con la mirada, una expresión de pura furia y agotamiento dibujándose en su rostro.

—¡Habla de una vez! —bramó.

—Los guardianes de las demás torres... se han marchado.

Geoffrey soltó una carcajada amarga y hundió la cabeza entre sus manos. —Bendito sea el caos... —murmuró, aliviado al saber que, al menos, no tenía a otros guardianes observando cada uno de sus movimientos—. Lárgate.

Fares, sin embargo, permaneció en su lugar, vacilante. —S-señor... aún hay algo más. El señor Yew le sugiere dar un paseo por el lago espejo... para desahogar su frustración.

Geoffrey levantó la vista, sus ojos destellaban con ira contenida, y señaló la puerta con un gesto amenazante. El esclavo desapareció de inmediato, temiendo la inminente explosión de su amo. Geoffrey se quedó solo, pero sus pensamientos tomaron un giro oscuro. Una idea indebida se formó en su mente: ese paseo podría ser algo más que un alivio para su ansiedad... Podría ser el final del problema. Si Laia desapareciera en el lago espejo, todo volvería a la normalidad.

Laia tarareaba suavemente, sumida en los recuerdos de su vida pasada. Estaba de buen humor por primera vez en semanas, pintando la vista desde el balcón de su antigua casa. El sol se derramaba sobre el horizonte, iluminando con tonos cálidos las pintorescas calles de su ciudad natal. Perdida en la nostalgia, no escuchó los primeros golpes en la puerta.

—Adelante, Nary —dijo con dulzura, esperando a su amiga esclava.

Pero cuando la puerta se abrió, no era Nary quien la saludaba. Geoffrey entró con paso firme, sus ojos recorriendo la estancia con una expresión indescifrable. Laia dejó caer su pincel improvisado, sorprendida por su repentina aparición.

—Yo...

—No hay tiempo para explicaciones —la interrumpió él con una frialdad que heló la habitación—. Vendrás conmigo ahora.

Algo había cambiado en su tono, algo que Laia no pudo ignorar. Geoffrey ya no se molestaba en mantener las cortesías que antes usaba. Esta vez no era una petición, era una orden. Sin embargo, Laia, aunque sorprendida, no bajó la cabeza como antes. Algo dentro de ella había cambiado. Se puso de pie con calma y siguió al guardián sin demostrar miedo ni inseguridad. Caminaba a su lado, no detrás, como él había exigido, pero no se dejó intimidar.




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