El agua metálica goteaba de su piel, mientras Laia se mantenía en pie, sintiendo el roce de su ropa húmeda pegada penosamente a su figura, que parecía revelar más de lo que pretendía. Geoffrey, con sus gafas oscuras que reflejaban la luz tenue del atardecer, no podía apartar la mirada de ella. La imagen que tenía frente a sí era una mezcla de vulnerabilidad y fortaleza, un contraste que lo mantenía cautivado. La humedad de su piel y su cabello blanco le confería un aire etéreo, casi como si hubiese emergido de un sueño profundo.
—Estás... —comenzó, pero las palabras se le enredaron en la garganta. Su voz, normalmente firme y autoritaria, titubeaba, revelando una fisura en su habitual seriedad— ¿estas bien?
Laia asintió, sin comprender porqué no habría de estarlo. Lo observó con curiosidad, notando la lucha interna que manifestaba en su expresión. Aún aturdida por la experiencia, no comprendía del todo el peligro que había enfrentado.
—¿Porqué no habría de estarlo? si solo nadé unos pocos metros ¿Por qué me miras así? —preguntó, rompiendo el silencio con un tono suave, casi un susurro. Su voz destilaba una mezcla de desconfianza y anhelo, como si anhelara encontrar respuestas en aquellos ojos oscuros.
Geoffrey desvió la mirada por un instante, sintiéndose atrapado entre la preocupación y la admiración. La había traído aquí con intenciones que ahora parecían vacías, y esa debilidad que se apoderaba de su pecho le resultaba insoportable. Había sido cobarde. Ella, con su esencia pura y curiosa, lo desarmaba. En su mente, la imagen de los monstruos del lago se desvanecía.
—No deberías haber estado tan adentro del agua —dijo finalmente, su tono volviendo a ser el de un guardián, aunque la calidez en sus ojos no podía ocultarse— era peligroso.
—Pero si tú me dijiste que entrara... ¿Y tú...? —la pregunta brotó de sus labios, desafiándolo con la mirada. La curiosidad en sus ojos chispeaba, empujándolo a revelar más. —¿Tú sabías que era peligroso?
Geoffrey se quedó en silencio, consciente de que su respuesta podría romper el delicado hilo de confianza que comenzaba a tejerse entre ellos. La lucha entre su deseo de protegerla y la atracción creciente lo llenaba de confusión.
—A veces, lo desconocido puede ser más amenazante de lo que parece —respondió evasivamente, sintiéndose atrapado en la red de sus propias decisiones.
Laia frunció el ceño, notando la evasiva en su tono. La incomprensión de la situación se asentó entre ellos como un velo. Ella, aún temblando, dio un paso hacia él, buscando una conexión en medio de la confusión.
—Lo único que sé es que tengo muchas preguntas y no entiendo nada. —su voz, a pesar de la timidez, llevaba la determinación de su curiosidad innata. —¿Por qué me llevaste aquí si sabías que era peligroso?
Geoffrey, incómodo con la cercanía, se apartó ligeramente. Cada palabra de Laia resonaba en él, desafiando su seriedad, su profesionalidad, sus bases creadas tras Olena, no había anticipado nada de esto. Pero sabía que debía mantenerla alejada de los peligros que lo acechaban. Como un gesto reflejo la tomó del hombro y la guió más adentro en la playa, lejos del agua, como si los monstruos aun pudieran atrapar sus tobillos que apenas tocaban la superficie.
—Solo quería mostrarte la verdad —murmuró, sus ojos buscando algo en los de ella, algo que la guiara hacia la comprensión sin ponerla en riesgo.
Laia se soltó de él, más desconfiada ahora que nunca, buscando la forma de atar cabos donde no los encontraba. Se volvió al lago y este seguía tan pacífico como se suponía que debía ser el mar estático. Se volvió a Geoffrey y lo miró fijamente, sintiendo el peso de su mirada. No sabía si él realmente podía protegerla de lo que acechaba en la oscuridad, pero en ese instante, con el resplandor del atardecer reflejándose en el lago, se dio cuenta de que su destino estaba inextricablemente entrelazado con el suyo.
Geoffrey, aún con el nudo en la garganta, desvía la mirada cuando Laia lo enfrenta con una expresión de genuina confusión. La pregunta que ella formula con voz suave, "¿A qué verdad te refieres?", lo deja sin palabras. Se siente incapaz de revelar lo que realmente ocurrió.
—No es nada —murmura, con una negación apenas perceptible, como si la verdad estuviera atrapada detrás de su lengua. Su tono profesional, habitual, vuelve a tomar el control mientras la insta con una mano a seguirlo de nuevo hacia la orilla.
Pero Laia no se movió. Una chispa inusual de obstinación ilumina sus ojos mientras lo desafía, cruzando los brazos bajo la ropa empapada. —No me moveré hasta que me lo expliques —su voz, temblorosa por el frío del agua, tiene un matiz de resolución— me has traído aqui sin explicaciones, me has hecho mojarme hasta los huesos, me has dicho que vaya más lejos y luego de la nada me gritas que regrese... ¿Eres consciente de que eso no tiene el menor sentido?
Geoffrey vacila. La imagen de Laia, mojada, con mechones teñidos de blanco pegados a su rostro y su figura delineada bajo la tela empapada, lo desconcierta. Nunca imaginó lo atrayente que se verían sus pequeños senos con la tela pegada a los pezones, transparentando y exponiendo más de la cuenta. Algo en su apariencia, tan graciosa y apetecible, a la vez tan inocente, lo sacude profundamente. Su control habitual parece desmoronarse ante la ternura de la escena. Sin pensar demasiado, se acercó, sus pasos firmes sobre la arena húmeda. La tomó suavemente por los hombros, su mirada fija en esos ojos expectantes.