Han pasado los días, Mariela me nota extraña y me encuentro más pensativa de lo usual. En mi cabeza hay un huracán de emociones, la tristeza abunda en mi corazón, no quiero ir a la escuela, pero Mariela llega a traerme.
Salgo de mi habitación y me dirijo a la cocina para preparar el desayuno, tomo 10 pesos de una alcancía que tengo escondida detrás de una olla, un guardadito para emergencias, lo necesario para poder estudiar.
Papá está en la sala, acaba de llegar y se encuentra borracho, ni siquiera llegó a dormir a la casa, se ha gastado su salario en la bebida y ahora Mario se encarga de los gastos. Tenemos que esconder el dinero para que papá no lo gaste.
Papá ha caído en depresión y me está sumergiendo a mi también en ella. El enojo y la tristeza me agobian, ¡No puedo más!
¡Estoy harta de esta vida miserable!
Es lo único que pasa por mi mente en ese momento.