Veo una sombra frente a mi, alzo la mirada, es David.
Él se acerca a mi se arrodilla y comienza a limpiar cada una de mis lágrimas, parece que logra leer mi mente porque me envolvió en un abrazo fuerte y acogedor. Lo necesitaba, debo decirlo.
—Déjalo salir Mariana, está bien llorar de vez en cuando, después de eso tu corazón comenzará a sanar—
Sus palabras me envolvían, seguí llorando manchando su camisa, lo abracé tan fuerte que no quería soltarlo, logré percibir su olor, ese perfume tenue que él utilizaba y aún así no aflojó el abrazo hasta que mi llanto cesó.
Se sentó a mi lado y colocó mi cabeza sobre su hombro, por primera vez me sentí segura con otra persona, me sentí aliviada, tan solo su presencia hacía que mi mundo percibiera el color.