En una noche oscura y silenciosa, un joven corría desesperadamente por un bosque profundo, cuyas hojas celestes crujían bajo sus pies a cada paso. El aire era frío, pero él apenas lo notaba; su atención estaba fija en las huellas marcadas en el suelo, las cuales seguía con una mezcla de pánico y determinación. El miedo se apoderaba de él, pero su impulso de seguir era más fuerte.
De repente, a través de los árboles, divisó a un caballero con una armadura plateada con detalles dorados con un símbolo en la espalda, alto y robusto, que cargaba a una niña inconsciente en sus brazos mientras caminaba hacia un portal morado. Al acercarse, la luz tenue del bosque permitió que el chico reconociera de inmediato a su hermana.
Sin detenerse a pensar en el portal morado al que el caballero se estaba acercando, el joven sintió una furia incandescente brotar dentro de él y corrió con todas sus fuerzas.
— ¡DETENTE! ¡NO TE LLEVES A MI HERMANA! —gritó, con el corazón latiendo frenéticamente y la garganta rasposa por el esfuerzo.
El caballero, como si el grito hubiera llegado a sus oídos con retraso, se detuvo por un momento. Lentamente, giró la cabeza, mostrándole una mirada severa y fría que heló la sangre del joven. Los ojos del caballero lo atravesaban como si lo juzgaran, y el chico se quedó paralizado, incapaz de moverse.
Por unos segundos que parecieron eternos, el caballero lo sostuvo bajo su mirada implacable antes de volver la cabeza con indiferencia, retomando su camino hacia el portal sin decir una palabra.
El chico, con el miedo todavía agarrando su cuerpo, finalmente reaccionó. Se sacudió la parálisis que lo dominaba y volvió a correr, sus pasos ahora más urgentes, su respiración entrecortada por la ansiedad.
— ¡QUE TE DETENGAS! —gritó, su voz quebrándose por la desesperación.
El caballero, molesto por la insistencia, lanzó una mirada furiosa sobre su hombro.
— ¡Cierra la boca, niño! —bramó, su voz retumbando en el silencio del bosque.
A pesar de la advertencia, el joven no se rindió. Siguió corriendo tras él, pero el portal estaba ya demasiado cerca. Por más que se esforzara, no pudo alcanzar al caballero antes de que cruzara, llevándose a su hermana consigo. Con un ruido sordo y ominoso, el portal se cerró justo frente a él, a solo centímetros de sus dedos extendidos.
El chico cayó de rodillas, jadeando, mientras sentía cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos.
—Esto no es real… —susurró, su voz temblorosa—. Esto tiene que ser una pesadilla… quiero que sea una pesadilla…
El silencio del bosque fue su única respuesta.
…
En la región de Vinaria, cerca del reino de Treyidam, se encontraba un pequeño pueblo llamado Otnurit. Este lugar, apartado del lujo y la seguridad del reino, estaba habitado en su mayoría por personas que no podían permitirse vivir dentro de los muros mágicos que protegían a la capital. La gente de Otnurit estaba expuesta a los peligros del exterior, y la vida allí era dura y peligrosa.
Entre los habitantes de este pueblo se encontraba la familia Brightflame, conocida no por su riqueza o estatus, sino por un oscuro rumor que los perseguía: se decía que Gerold Brightflame, el padre, había asesinado a Rarter, un diplomático del reino vecino de Dekuikar. Aunque nunca hubo pruebas concluyentes, el estigma de esa acusación nunca los abandonó. El reino decidió no encarcelar a Gerold, pero lo condenaron a una vida de vigilancia estricta: si él o cualquier miembro de su familia cometía un solo acto violento, serían ejecutados sin piedad.
La gente del pueblo no necesitaba más motivos para marginarlos. Los Brightflame eran señalados, culpados en susurros por querer desatar una guerra entre los reinos. Burlas y desprecio los seguían donde fueran, y rara vez encontraban paz. Sin embargo, aunque eran evitados, nunca faltaba quien se acercara para insultarlos o atormentarlos.
La familia estaba compuesta por cuatro miembros: Gerold, un hombre de 38 años de cabello negro y ojos ámbar, que llevaba el peso de las acusaciones con estoicismo; Alyssa Relkan, su esposa, de 36 años, cuyos ojos amatista y cabello negro eran su principal herencia a sus hijos; Kael Brightflame, el hijo mayor, un joven de 12 años con la misma mirada ámbar que su padre; y Kassia, la menor, de 10 años, cuya vivacidad iluminaba los días grises de su familia.
Esta familia está conformada por 4 integrantes: el padre de esta familia, Gerold Brightflame, un hombre de 38 años, con un pelo de color negro y unos ojos de color ámbar; la madre de la familia, Alyssa Relkan, una mujer de 36 años, con un pelo de color negro como la noche y ojos de color amatista; el hijo mayor, Kael Brightflame, un chico de 12 años, con el pelo de color negro y unos ojos de color ámbar al igual que su padre; y al final la hija menor. Kassia Brightflame, una chica de 10 años, con un pelo de color negro y unos ojos de color amatista al igual que su madre.
Gerold y Alyssa pasaban sus días trabajando duramente, recibiendo un pago inferior al de cualquier otro por el simple hecho de ser quienes eran. A pesar de sus esfuerzos, la familia apenas podía mantenerse. Kael y Kassia, mientras tanto, solían quedarse en casa, jugando en el patio, alejados del pueblo, donde las miradas y los murmullos los perseguían como fantasmas.
Kael, con más conciencia de lo que ocurría a su alrededor, siempre intentaba ocultarle a Kassia el odio que los demás les tenían. Quería proteger su inocencia, mantener esa sonrisa brillante en su rostro el mayor tiempo posible. Pero, aunque intentaba ser fuerte por ella, el desprecio de la gente lo hería profundamente, más de lo que estaba dispuesto a admitir.
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Editado: 28.10.2024