Cocaina

II. EL PRINCIPE PERDIDO

Su cuerpo esta molido por una mala noche. Lo habían echado de la pensión por falta de pago y esa noche llovió para más joder. Un rincón de la terraza vacía de una casa en venta fue su refugio, su hotel de cinco estrellas; el lugar abandonado, con las paredes llenas de grafitis y envuelto en un olor de mierda de perro, rata, humano y quien sabe que más, fue en ese momento una bendición. Ya había vivido algo parecido cuando cayó al fondo del pozo con la muerte de su padre, sabía que solo necesitaba un techo y unos cartones secos como colchón, tuvo la precaución de sacar la chaqueta, pero más nada, sus cuatro trapos decentes se quedaron atrapados en una maleta de lona en la pensión como un seguro para que pagara. A la mierda, ahora tenía donde dormir. Pero no pudo hacerlo. El hombre que se tapaba con los cartones, su vecino de habitación les había echado ojo a los zapatos. Él tenía calle, él sabía.

 

Fue una noche horrible y a Sibila no se le había ocurrido aparecer, la muy maldita. ¿Estaría con otro tipo? ¿O con el mismo?, pensó. Su cabeza se daba golpes contra la pared de manera delicada recordando a la espigada y sensual Sibila. Su piel morena, su cabello luengo y negro. Su endemoniado carácter, su arrogancia, su bocaza, su sexo básico y práctico, sus deliciosas tetas, la obsesión que generaba, teniéndola sin tenerla en realidad.  La amaba, hasta el punto de morir o matar por ella, estaba seguro. Pero se la hacía siempre y siempre la perdonaba. Era de su calaña, era igual que él, en algunos aspectos menos en uno, su adicción era distinta: él prefería la cocaína, ella lo prefería a él.

 

Sibila no podía saber que se quedó sin trabajo y sin donde vivir, lo podría ocultar con astucias, pero no por mucho tiempo. Algo creíble inventaría, si ella sabía que había robado en su trabajo por comprar droga lo mandaría al carajo y más allá. Ella era lo único que le quedaba y no quería soltarla a pesar de los consejos de todos, no entendían que solo con ella podría a tener una familia, que ella era necesaria para tener una razón para vivir. Era su mujer, ajena, pero suya.

 

Ahora si había tocado fondo, ahora su adicción lo había llevado a la quinta paila del infierno. Solo quería que amaneciera de una buena vez y que la lluvia parara. Y de repente el cielo de la madrugada se tiñó de purpura y anunció la llegada de la aurora. Se incorporó, casi sin vida. Su vecino de habitación, por llamarlo de alguna manera, ya lo conocía, sabía quién era. Sabía que era el diablo.

  • Aja Camilin hoy le toco en el hotel… ¿no es que vivía en una pensión?
  • Nada… vainas que pasan. – dijo con la voz ronca que evidenciaba la noche que había pasado.

 

Allí delante de mi esta ella y su cuerpo delgado que no ha perdido sus curvas de mujer. Mi mente por un segundo se posa en los recuerdos de cama y de la magia que hacía en ella, que me excitan inmediatamente y me obligan a controlarme. No la amo o no lo sé. Lo único que sé es que no puedo separarme de ella, como una adicción que no me mata, que más bien me salva la vida.

 

Unos jeans oscuros ajustados, descalza con las uñas fucsias, ese estúpido color que le encanta mientras que a mi suele herirme la vista, jugueteando con su cabello suelto, como siempre que esta alterada o meditabunda, pensando con que palabras herirme, y aunque yo finja que no lo hace y hasta me burle, lo logra cada vez con mayor facilidad y destreza. Mi pequeña alumna crece y es más cruel que yo, más intelectual y más orgullosa.

 

  • Abre la puerta – habla fuerte y claro, como si fuera una orden que debo obedecer de inmediato.
  • Nunca Perséfone, aquí te quedas- Devuelvo la orden y hablo con más severidad que ella.
  • ¿Por qué me obligas a lastimarte Hades?
  • ¿Que? ¿Ya no me estas tratando como un perro?¿ puedes lastimarme más?
  • No, créeme a los perros los trato mejor.

 

Camilo algo nervioso le debe marcar desde un celular callejero a Sibila. Había perdido su celular dejándolo como parte de pago en un pequeño casino de barrio, invento cualquier cosa y ese día la libró. Tenía que serenarse si quería resultar creíble y no meterse en líos innecesarios. Bueno, si muy necesarios, pero no los quería. Suena su celular, una, dos, tres a buzón. Está enojada, lo intuye ayer no la llamó. Relame sus labios como signo de ansiedad y de manera inconsciente y mecánica peina con su mano la barba. Necesita un tinto.




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