Cocinando El Amor

Prólogo

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Patricia estaba sentada al pie de un árbol, observando cómo su pequeña hija Elena jugueteaba y reía alrededor del pequeño bosque que había en el rancho donde vivían.

Era una joven madre soltera que lo había pasado muy mal cuando quedó embarazada de un canalla, Juan Carlos Márquez, que sólo jugó con sus sentimientos y luego la abandonó, negando incluso ser el padre de la criatura, aunque él era el único hombre con quien Paty había estado. Él era hijo y heredero del propietario de varias gasolinerías, y ella era una simple empleada en una de ellas. Ese hombre la echó sin miramientos del trabajo y la dejó desempleada y a su suerte.

Cuando se quedó sin dinero y no podía encontrar trabajo en ningún lado, no tuvo más remedio que viajar al pueblo de donde su fallecida madre era originaria, a pedir asilo a su tía Matilde, único pariente vivo que tenía, mientras buscaba trabajo en el pueblo. Tuvo la suerte de ver un anuncio donde pedían camareros y ayudantes de cocina en un rancho cercano al pueblo, así que se animó a ir a ver si tenía la suerte de ser contratada. Se sentía desesperada porque, además de estarse quedando sin dinero, su tía era una auténtica bruja que las maltrataba tanto a ella como a su niña y le urgía poder tener algo con qué pagar una casita o un cuarto en algún otro lado y poder alejarse de esa mala mujer.

Para su sorpresa, quien estaba contratando a la gente era un chef muy famoso, que se había mudado a esa zona y estaba creando, junto con la dueña del rancho, un parque temático que iba a abrir al público. Durante la entrevista de trabajo, para asombro de todos los trabajadores del rancho, pero sobre todo del chef y de la dueña, descubrieron que, al parecer, su hija era sobrina de Paolo Rey, dado que este era medio hermano de Juan Carlos, aunque le aseguró que no tenía ningún trato con esa familia ni era un hijo reconocido del padre de su ex, sino que, por el contrario, el padre de Juan Carlos había hecho con la madre de Paolo exactamente lo que el hijo había hecho con ella. Todos se compadecieron de la situación que vivía la joven y decidieron apoyarla, más por la niña, ella estaba consciente de eso, las trajeron al rancho y les dieron alojamiento. Ahora era la cajera en el pequeño restaurant del refugio de animales, aunque por iniciativa propia y, sobre todo, por agradecimiento, también ayudaba a atender las mesas pues Julián, su compañero, no se daba abasto en algunas ocasiones, o ayudaba a doña Juana, la cocinera. Incluso ayudaba en el rancho a atender a los animales del refugio y también ayudaba a limpiar la casa de Delia, aliviándole la carga a doña Inés, su ama de llaves.

Elenita era absolutamente feliz en ese lugar, la habían nombrado “Guardiana del bosque mágico” y se suponía que la pequeña debía cuidar a las hadas y los duendes que vivían en el lugar. Siempre usaba una corona de flores que le habían colocado para tal fin y la niña disfrutaba tanto y hacía tan bien su labor, que siempre estaba a la entrada del bosque, cuando llegaban visitantes, advirtiéndoles que no tocaran las hadas ni los duendes y que debían cuidar el lugar.

Paty sonrió mirando a su hija recoger algunas flores y llevarlas al pie del árbol donde estaba “la reina de las hadas” una figura particularmente llamativa que los dueños del rancho habían colgado ahí, a quien la niña tenía especial afecto.

Soltó un suspiro y miró hacia el cielo, el pasar de las nubes. En escencia, estaban muy bien ahí. Elenita era querida por todos y la cuidaban mucho. No les faltaba comida y tenían un techo sobre sus cabezas, pero ella, tenía que reconocer que le empezaba a pesar la soledad. Porque, aunque se llevaba bien con todos los habitantes del rancho y los trabajadores, muy en el fondo se sentía sola y no dejaba de culparse a sí misma por haber creído en las mentiras de ese mal hombre. Adoraba a su hija y haría todo lo que fuera porque a la pequeña no le faltara nada y que fuera feliz. Pero sabía perfectamente que, para ella misma, ya no había un futuro en pareja, ni un “y vivieron felices para siempre”.

Con tristeza, se puso de pie y se sacudió el pantalón.

— Vámonos Ely, ya es tarde y tenemos que ayudar a la abuela Inés a preparar la cena.




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