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Cuando terminó la función y salieron del cine, se sorprendieron tremendamente al ver que un verdadero diluvio estaba cayendo.
— ¿Y ahora qué hacemos? — Preguntó Paty, con preocupación.
— Espérense aquí. — Dijo Julián. — No se muevan.
Se regresó rápidamente al interior del cine y Paty lo vio hablar con uno de los empleados. Este asintió y se dirigió hacia la puerta de unas oficinas para luego regresar con una enorme bolsa negra de las que se usan para la basura. Julián le agradeció y volvió a salir del cine.
— Vamos a taparnos con esto. — Le dijo a Paty. — Carga a la niña y ponla en medio de nosotros. Si te parece, vamos a mi casa que queda muchísimo más cerca que la terminal. Ahí vamos a esperar a que pase la lluvia. ¿De acuerdo?
— Bien. — Asintió la joven, levantando a la niña.
Julián Pasó el brazo por encima de los hombros de la joven y cubrió a todos con la bolsa y empezaron a correr el par de cuadras que los separaba de la casa de él.
Llegaron riéndose, aunque totalmente mojados.
— ¡Qué preocupada me tenían! — Exclamó la mamá de él, acercándose en su silla de ruedas. — ¡Qué diluvio tan grande se dejó venir! ¿Están bien? ¿No se mojaron mucho?
— Un poquito. — Dijo Paty, colocando a la niña en el suelo y sacudiéndose el agua de encima. — Pero Ely no, afortunadamente. Fue muy buena la idea de su hijo de conseguir esta bolsa.
— ¡Ay mija! — Exclamó la mujer. — ¡Tú vienes empapada! Julián, préstale algo para que se cambie y búscale unas chanclas, mete los zapatos atrás del refrigerador para que se sequen con el calor del motor, anda. Ve a cambiarte tú también que vienes hecho una sopa.
— Qué pena me da venir a dar lata. — Dijo Paty. — Pero si intentábamos ir a la terminal a que yo tomara el camión, lo más seguro es que lo tuviera que hacer nadando.
Un relámpago surcó el cielo haciéndolos sobresaltarse con el sonido del trueno.
— Se está poniendo peor. — Negó la señora. — Dudo que salgan camiones, así como está el clima.
— ¡Ay Dios! ¿Y ahora qué hacemos? — Pregunto Patricia, con preocupación, mientras abrazaba a su hija quien se mostraba abiertamente asustada.
— Yo creo que mejor se quedan aquí a pasar la noche. — Dijo la señora con prudencia. — No creo que se quite el diluvio antes de que cierren la terminal.
— Ay señora, qué pena. — Negó Paty. — De verdad no quiero dar lata.
— ¿Prefieres que Ely se moje? — Preguntó Julián, saliendo de la recámara, vestido con un pantaloncillo corto y una camiseta y entregándole a ella una muda igual. — Quédense aquí mejor. Ya mañana nos vamos juntos al trabajo. No creo que los patrones te regañen por eso. ¿O sí?
— ¡Y dale con eso! — Exclamó la joven, tomando la ropa y las sandalias que le entregó. — ¿Cuántas veces te tengo que decir que no me tienen de esclava y que si yo estoy ahí es por gusto?
Julián nada más negó y extendió los brazos hacia la niña.
— Ven Ely, deja que tu mamá se cambie de ropa para que no se enferme. Mientras, ayúdame a hacer la cena. ¿Sí?
— ¿No vamos a ir al rancho del tío Paolo y la tía Delia? — Preguntó la niña, yéndose con él.
— Hoy no, princesa. Está lloviendo muchísimo y es peligroso salir a la carretera. Tú y mamá van a dormir aquí y ya mañana nos vamos al rancho. ¿Te parece?
— ¿Y las hadas y los duendes? — Preguntó la niña con preocupación. — ¿Van a estar bien?
— ¡Claro que van a estar bien! — Dijo él sentándola en una silla para luego ir al refrigerador a sacar unos huevos. — Acuérdate que ellos son mágicos. De hecho, creo que la lluvia los ayuda a aumentar su magia.
— ¿En serio? — Preguntó Ely, mirándolo con atención.
— Pues sí, porque el agua de la lluvia le hace mucho bien al bosque. ¿Sabes? Los árboles y todas las plantas crecen más, todo se pone más verde y más bonito. Ya verás mañana que tus hadas van a estar muy bien.
La pequeña sólo sonrió mientras él se afanaba en la estufa.
— Me contó mi hijo que tú eres la guardiana del bosque mágico que hay en el rancho. — Dijo la señora, acercando su silla de ruedas a la niña. — Que los cuidas mucho y que vigilas que los visitantes no los dañen.
La niña asintió con orgullo.
— La reina de las hadas le dijo al tío Paolo que quería que yo los cuidara. — Dijo la pequeña. — Y me regaló una corona de flores muy bonita.
— ¿En qué ayudo? — Preguntó Paty, entrando a la cocina.
— En nada, ya está todo listo. — Negó Julián.
— Platicaba con tu niña. — Dijo la señora. — ¡Qué lista es! Y muy responsable, por lo que veo.
Patricia sonrió con orgullo y acarició la cabeza de la pequeña.
— Ely adora lo que hace y es muy feliz en ese lugar. — Asintió. — No sólo cuida el bosque, también ayuda con los animales del refugio. ¿Verdad mi niña? Les da de comer y a veces hasta ayuda a cepillar a los ponys y a la cebra.
La pequeña asintió sonriendo.