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Esa misma noche, luego de cenar y ayudar a doña Inés, el ama de llaves a limpiar la cocina, Patricia se despidió y se dirigía a su cuarto cuando Delia, la dueña del rancho, la alcanzó.
— ¿Te pasa algo, Paty? — Le preguntó. — Hoy te he visto muy apagada, muy seria... ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
La joven se detuvo y la miró con tristeza.
— Sí, por favor. — Asintió luego de un momento. — ¿Me deja que acueste a la niña para poder platicar un poco? Necesito desahogarme con alguien y, tal vez, un consejo.
— Sí, por supuesto. — Asintió Delia. — Anda, vamos al local, ahí te espero.
Cuando la niña se durmió, Paty salió y se sentó ante la mesa donde su jefa la esperaba. Soltó un suspiro profundo y no pudo evitar que una lágrima escurriera por su mejilla.
— Se trata de Julián. — Dijo con tristeza.
— ¿Pasa algo malo con él? — Preguntó Delia, con preocupación.
Paty negó.
— Creo que no. — Dijo con pesar. — Creo que me equivoqué con él y ahora no sé qué hacer.
— ¿Te equivocaste cómo?
— Me gusta mucho. — Admitió Patricia, sonrojándose. — Muchísimo, y creo que yo a él. Pero...
— ¿Pero qué? — Insistió Delia.
— Soy una mamá soltera. — Dijo Paty, empezando a llorar abiertamente. — ¿Viera la cantidad de hombres que se me acercaban en la ciudad con malas intenciones pensando que sería muy fácil llevarme a la cama por no tener marido?
— Me lo puedo imaginar. — Asintió la jefa, asintiendo con comprensión.
— Y no es así, se lo puedo asegurar. — Negó Paty con enojo. — Sólo estuve con el papá de mi niña, y eso por pendeja, porque de verdad creí que me amaba.
— ¿Y qué es lo que pasa con Julián? — Preguntó Delia.
Patricia le empezó a contar todo, la ida al cine, las atenciones, los detalles y la discusión de esa tarde.
Al terminar de narrar todo, lloraba sin parar. Delia soltó un suspiro y le palmeó la mano.
— Si alguien te entiende en esta vida, créeme que soy yo. — Dijo con empatía. — ¿Sabes que ya estuve casada antes?
Paty la miró con asombro.
— ¿En serio? — Preguntó en medio de las lágrimas.
— Yo era muy joven, inocente e inexperta. Acababa de llegar a la ciudad para estudiar la carrera, ahí en la universidad conocí a un joven que, simplemente me deslumbró. — Empezó a narrar Delia. — Me invitó a salir, me llevaba flores... Ya sabes, todo eso que hacen para seducir a una mujer, y como siempre me negué a acostarme con él, acabó proponiéndome matrimonio y acepté. Nos casamos y, a partir de ese día todo cambió. Se volvió violento, me insultaba, salía con cuanta mujer quería y me lo restregaba en la cara, se volvió posesivo y, me golpeaba. Y tuvo el cinismo de decirme que sólo se casó para poder acostarse conmigo. Al final, mi papá me fue a rescatar luego de una golpiza que me envió al hospital. Logré divorciarme y me quedé aquí, haciéndome cargo de todo, luego que mis papás fallecieron.
— Dios mío... — Musitó Paty, sin saber qué más decir.
— Como te imaginarás, yo desconfiaba totalmente de los hombres, y estaba absolutamente segura de que jamás me volvería a enamorar. ¡Bendito Dios me equivoqué! — Dijo con una gran sonrisa. — Aunque, debo admitir que a Paolo le costó muchísimo trabajo, muchísima paciencia y muchísimo esfuerzo el que yo confiara en él y no lo mandara al diablo al primer intento. ¿Sabes?
— Pero usted no tuvo bebé. — Musitó Patricia.
— Por desgracia. — Dijo Delia, sorprendiendo a la joven. — Porque a mí me hubiese encantado tener un hijo. ¿Sabes? Yo no lo veo como una maldición, sino todo lo contrario. Elenita es un gran regalo que te dio la vida, no importa las circunstancias en las que fue concebida.
— Lo sé. — Asintió Paty. — Adoro a mi hija, yo mataría y me dejaría matar por ella. Le aseguro que no me pesa tenerla. Al contrario, es por ella que no acepto las proposiciones de nadie. Quiero darle un buen ejemplo a mi niña y que no acabe como yo.
Delia asintió.
— Eso te lo aplaudo, en serio. — Dijo luego de un momento. — Pero, te lo digo por experiencia: Confía. Date la oportunidad de confiar de nuevo. A mí me parece que Julián es un muy buen muchacho.
— Ya no me dirige la palabra. — Musitó Patricia con tristeza. — Se ofendió mucho por lo que le dije, con justa razón.
— No creo... — Negó Delia. — Tú tienes tus razones para desconfiar, y él lo debe entender. Deja que esta noche lo consulte con la almohada, verás que se dará cuenta, si de verdad te quiere, que debe ser más paciente contigo y que AMBOS deben hablar con total honestidad. ¿Entiendes?
Paty asintió en silencio, meditando las palabas de la otra mujer.
Delia le palmeó la mano cariñosamente.
— Anda, ve a descansar. Y también deja que la almohada te aconseje.
— Gracias jefa. — Asintió la joven, con gratitud.
— Llámame Delia, no me gusta que me trates con tanta formalidad. ¿No somos amigas? Y, al final de cuentas... ¿No soy también tía de tu hija o algo así?