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Era fin de semana y el rancho estaba lleno de visitantes. Julián atendía las mesas y Patricia estaba ante la caja, cobrando las entradas, cuando un lujoso auto se detuvo bajo los árboles y bajó una pareja con un niño pequeño.
Paty, al verlos, ahogó una exclamación y se giró hacia Julián.
— Háblale al jefe, rápido. — Le indicó en voz baja.
— ¿Qué pasa? — Dijo él, acercándose con preocupación.
— Ese que llegó es el papá de Ely. — Susurró ella, tratando de que nadie más escuchara.
Julián miró a la pareja, que se acercaba al edificio, y luego se apresuró a ir a la oficina, donde Paolo trabajaba.
La familia entró al local, él mirando todo con algo de desprecio, mientras la mujer sonreía amablemente y llevaba a su niño de la mano, señalándole las cosas de interés.
— Buenos días. — Dijo la señora a Patricia, quien permanecía con la vista baja. — ¿Nos puede dar tres entradas, por favor?
— ¡Vaya, vaya! — Exclamó el hombre al reconocerla. — ¡Mira nada más quién está aquí! ¿No encontraste a ningún otro idiota a quién endilgarle a tu bebé y por eso te viniste a encerrar a este agujero de mala muerte?
— ¡Juan Carlos! — Exclamó su esposa, algo escandalizada. — ¿Por qué insultas a la joven?
El hombre soltó una carcajada.
— Porque esta mosquita muerta no se merece otra cosa. — Dijo con desprecio. — ¿Puedes creer que se inventó que estaba embarazada de mí y me quería endilgar un hijo de quien sabe quién?
— Eres exactamente igual que tu padre. — Dijo Paolo con enojo, saliendo de la oficina, sorprendiendo a todos. — Actúas exactamente igual que él, seducen mujeres, se burlan de ellas, y cuando consiguen lo que quieren las abandonan a su suerte y no se hacen responsables de las consecuencias de sus actos.
— ¿Paolo Rey? — Preguntó la mujer, sorprendida, al reconocerlo. — ¿Por qué está diciendo lo que dice?
— Porque es verdad, señora. — Dijo el chef, encogiéndose de hombros. — El papá de este canalla le hizo a mi mamá exactamente lo mismo que hizo este imbécil a la señorita. ¿Quieren pruebas de ADN? Nos las podemos hacer, por mí no hay problema. Y creo que Paty también permitirá que se las hagan a su hija. ¿Cómo la ves, hermanito?
— ¡Eso es mentira! — Exclamó Juan Carlos, algo asustado. — ¡Nos están difamando a mi familia y a mí! Ni mi padre ni yo nos mezclaríamos jamás con gentuza de esta calaña.
— Dirás lo que quieras, pero esta gentuza no te quiere aquí. — Respondió Paolo. — Quiero que te largues de este lugar y jamás regreses. Ni mi sobrina ni yo necesitamos el dinero de ustedes, ni el apellido ni nada. En realidad, nos daría vergüenza que nos relacionaran con víboras como tú. Así que largo de aquí.
Julián se acercó al hombre y lo tomó por el cuello de la camisa.
— Paty es mi prometida, me voy a casar con ella y su hija es mi hija. ¿Entendió? Si la vuelve a insultar, se las verá conmigo. — Dijo con rabia. — No lo quiero cerca de mis mujeres, porque lo mato. Le aseguro que lo mato. ¡Largo de aquí!
Mientras hablaba, lo había empujado hacia la puerta, donde lo aventó hacia afuera, haciéndolo caer sobre la tierra ante la mirada asustada de todos los presentes.
— Cualquier cosa que hagan tú o tu familia en contra de Patricia o de la niña, yo voy a tomar cartas en el asunto y voy a publicar en todas mis redes cómo tú y tu papá les jodieron la vida a dos mujeres inocentes. ¿Entiendes? Voy a hacer pública toda la mierda que hacen ustedes, así que más vale que te largues de aquí y no regreses.
El hombre se levantó de un salto y corrió a su vehículo.
La mujer se quedó de pie, mirándolo con vergüenza y decepción.
— ¿Tienes una hija de mi marido? — Le preguntó a Paty, luego de un momento.
La joven asintió en silencio.
— Deja que nuestros hijos se conozcan. — Dijo la mujer. — Yo no te culpo de nada, sé la clase de alimaña con la que me casaron.
— ¿Por qué quiere que se conozcan los niños? — Preguntó Patricia, sorprendida y bastante intrigada.
La mujer se encogió de hombros.
— Llevan la misma sangre, no queremos que a futuro sean otros María Teresa y Danilo. ¿Verdad?
Paolo se carcajeó ante eso mientras Paty y Julián miraban intrigados.
— ¿De qué habla? — Preguntó la joven.
— Es una vieja canción. — Dijo la mujer, con una sonrisa divertida. — búscala luego en internet. Mientras tanto, yo me voy a divorciar, lo que pasó hoy es lo que necesitaba para poder escapar de este horrible matrimonio forzado. Gracias. En cuanto a tu hija, puedo hacer que él te pase una pensión mensual o algo así.
— No señora. — Negó Patricia. — No quiero absolutamente nada de ese hombre, ni dinero, ni apellido ni nada. Es más, no lo quiero cerca de mi hija.
— Como gustes. — Asintió ella mientras el marido tocaba el cláxon del auto con furia, exigiendo que saliera. — ¿Podemos quedarnos mi hijo y yo a recorrer el lugar, por favor? No me quiero regresar con ese idiota y, ya que viajamos hasta aquí, me gustaría que el niño disfrutara un día bonito luego de lo que le tocó ver.