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Esa tarde mientras cerraban el local, Paty sonreía tenuemente.
— ¿De qué te ríes? — Preguntó Julián, con curiosidad.
— De lo que dijiste en la mañana a ese gusano. — Dijo ella. — ¿En serio soy tu prometida y nos vamos a casar?
Julián soltó una carcajada y se acercó a abrazarla.
— No te lo quería pedir así. — Negó apenado. — He estado juntando dinero para comprarte un anillo y todo eso, pero pues todavía no me alcanza.
Paty lo abrazó y le dio un breve beso.
— No lo necesito. — Negó con un suspiro. — Me basta con tu amor. Usa ese dinero para otra cosa que sea más necesaria.
— ¿En serio? — Preguntó él, sorprendido. — ¿Ni siquiera uno sencillo con una circonia? Porque, para un diamante, dudo mucho poder comprarlo algún día.
Paty soltó una alegre carcajada.
— ¿Y qué diablos haría yo con un anillo de diamante dándole de comer a los cerdos? ¿Te imaginas si se me cae y se me pierde o alguno de los animales se lo traga?
— Pues, lo haríamos barbacoa para poder sacárselo. — Dijo Julián, encogiéndose de hombros.
Ambos volvieron a reírse.
Luego él se puso serio.
— Estaba pensando que, mientras nos casamos, deberías mudarte al pueblo, a mi casa, para que no estés aquí en la oficina del jefe. Además, Ely no tarda en entrar al kínder y creo que es mejor que esté allá con mamá. ¿O cómo le vas a hacer para llevarla y traerla a la escuela?
— ¿De verdad quieres que nos mudemos contigo y con tu mamá? — Preguntó Patricia, con ilusión.
— ¡Claro! Mamá te adora. ¿Sabes? También a Ely. Disfruta mucho cuando ustedes la visitan. Se que estaría muy feliz si ustedes vivieran con nosotros.
— No estoy segura que mi niña esté muy conforme con dejar el bosque.
— Yo creo que sí. — Meditó Julián. — Va a ir a la escuela y va a hacer amiguitos permanentes. Aquí sólo trata con niños que vienen una sola vez y no regresan, ella necesita alguien con quién jugar, ir a fiestas de cumpleaños y todo eso que hacen los niños. ¿No crees?
— Pues, así como lo pintas...
— Anda Paty, dime que sí. — Insistió él. — ¿Por qué no vamos a hablar con los jefes y les decimos que te vas conmigo?
— ¿Crees que se enojen? — Preguntó ella, con algo de preocupación.
— ¿Y por qué habríamos de enojarnos? — Dijo Delia, saliendo con Paolo de la oficina. — ¡Al contrario! Nos da mucho gusto que tú y tu niña empiecen a vivir una vida normal. Se lo merecen ambas.
— Cuídamelas mucho. — Le dijo Paolo a Julián con seriedad. — No olvides que Ely es mi sobrina. Trátamelas bien o te las verás conmigo.
— Le aseguro que así será, patrón. — Asintió el joven. — Sabe que las adoro a las dos y que sólo quiero hacerlas felices.
— Bien, vámonos entonces. — Asintió el hombre.
— ¿A dónde? — Preguntó Patricia.
— Al pueblo, a tu nueva casa. — Dijo él, encogiéndose de hombros. — Los voy a llevar en mi camioneta. ¿O planean irse en autobús cargando a la niña y las maletas?
— ¡Gracias jefe! — Exclamó Paty mientras corría a buscar sus cosas.
— Gracias jefe. — Asintió Julián, con una gran sonrisa.