CAPÍTULO 5: Caras familiares
La humedad del túnel rezumaba por las paredes de ladrillo ennegrecido. El murmullo del metro, todavía temblando en la distancia, recorría las tuberías como un susurro metálico. Sobre un charco de agua turbia, Alex respiraba hondo mientras su brazo derecho, prácticamente deshilachado, terminaba de regenerarse.
Los tendones blanquecinos, expuestos y tensos como cuerdas, se estiraban y volvían a su sitio. La carne, pálida y fría, se cerraba sobre sí misma hasta recuperar la forma del miembro. Cada fragmento encajaba como una pieza de un puzle orgánico.
Alex chasqueó la lengua con fastidio.
—Menuda molestia… —murmuró, observando cómo los últimos filamentos musculares se soldaban—. Este cuerpo aún es torpe. Demasiado reciente.
Flexionó los dedos. El brazo respondió, aunque con un leve temblor. No le gustaba. No le gustaba nada.
—Y encima… —frunció el ceño, dejando escapar una risa baja, casi divertida—. Todavía no puedo usar mi técnica de dolor compartido. Qué desgracia.
Se incorporó con calma, sacudiéndose el polvo de los pantalones. Sus ojos, fríos y vacíos, destellaron bajo la tenue luz de una bombilla parpadeante.
—Paciencia… —susurró—. Solo necesito tiempo. Adaptarme un poco más. Cuando lo haga… oh, entonces sí que será divertido.
Un goterón cayó desde el techo, golpeando su hombro. Alex giró el cuello con un crujido felino, observando la oscuridad que se extendía hacia el fondo del túnel.
—Darem Roger… —sonrió con una mezcla de aprecio y desprecio—. La próxima vez no vas a escapar tan fácil.
Y con un paso ligero, casi danzante, se adentró en la sombra.
La mansión Roger respiraba tranquilidad bajo la luz cálida de las lámparas antiguas. Darem estaba sentado en el enorme sofá del salón, aún dándole vueltas a lo ocurrido. La persecución… Alex… el metro explotando… Todo parecía una locura sacada de un manga, pero era real.
Desde la cocina llegaba el sonido de ollas y el aroma de la cena que Lilith estaba preparando. A Darem le vino a la cabeza algo que llevaba tiempo sin pensar: su familia. Una familia marcada por tragedias, batallas y desapariciones.
“Tengo familia que enfrentó cosas horribles… Lucas, Annie, Enid… Y yo corriendo por el metro como un idiota…”, pensó, masajeándose la muñeca aun dolorida.
—¡Darem! —llamó Lilith desde la cocina—. ¡A cenar!
Darem se incorporó y caminó hacia el comedor. Lilith ya lo esperaba sentada, con dos platos servidos y esa elegancia natural que mantenía sin importar la situación.
Se sentó frente a ella. Por un momento solo se escuchó el tintinear de los cubiertos.
Hasta que Darem alzó la vista.
—Abuela… —comenzó con cautela—. ¿Por qué no sabemos nada del tío Lucas, Annie o… Enid? Nunca hablas de ellos.
Lilith dejó los cubiertos con delicadeza. Su expresión se suavizó, pero también cargó con un peso antiguo.
—Es una historia larga, cariño —respondió—. Después del 2035, cuando falleció tu abuelo Fénix, cada uno intentó seguir adelante. Lucas y Annie… se volvieron humanos. Y con el tiempo, las complicaciones de salud, la edad… —hizo una pequeña pausa—. Se fueron.
Darem asintió en silencio.
—¿Y Enid? —preguntó.
Lilith suspiró, mirando el mantel como si buscara las palabras adecuadas.
—Enid era distinta. Es inmortal. Una lycan… probablemente la única que queda actualmente. —Alzó la mirada hacia él—. La muerte de tu abuelo la destrozó más que a nadie. Para ella, Fénix era su todo, su padre en todos los sentidos. Cuando él murió… Enid quedó sola. Sin propósito. Sin dirección.
Guardó silencio un instante, recordando algo que ya no se atrevía a hablar en voz alta.
—Decidió alejarse de la familia —continuó Lilith—. Y no volvimos a saber nada. Tal vez esté en Berlín. Tal vez en Múnich, Nueva York… quién sabe. Es un alma errante. Una que no quiere ser encontrada.
Darem bajó la mirada hacia el plato.
—Qué vida más rara tuvo el abuelo… —murmuró casi para sí.
Lilith sonrió con un dejo de melancolía.
—Tu abuelo vivió demasiado, sufrió demasiado y amó demasiado. Por eso dejó huellas en todos los que estuvieron a su lado. Para bien y para mal.
Darem no respondió. Solo continuó comiendo en silencio, mientras la idea de Enid, la lycan inmortal que perdió a todos y vagó sin rumbo, se quedaba clavada en su mente.
Lilith hizo una pausa para beber un sorbo de agua. Sus ojos, normalmente firmes, se suavizaron con un matiz de nostalgia.
—Enid… —continuó, apoyando los codos sobre la mesa—. Siempre fue fuerte, pero la fortaleza no significa que no puedas romperte por dentro. Tras la muerte de tu abuelo, simplemente dejó de encajar en este mundo. Él era su centro. Y cuando lo perdió, perdió también su motivo para quedarse cerca.
Darem jugó con el tenedor, dándole vueltas sin mirar la comida.
—¿Y nunca intentó volver? ¿Ni siquiera cuando papá…? —preguntó en voz baja.
Lilith negó con la cabeza lentamente.
—No. Yo la busqué, créeme. Cuando Elias murió pensé que quizá aparecería. Pero Enid… cuando desaparece, desaparece del todo. Siempre lo ha hecho. No es algo personal. Ella es así.
Darem frunció el ceño, tratando de imaginarse a esa figura casi legendaria de la que todos hablaban.
—Pues vaya familia complicada tenemos… —murmuró.
Lilith soltó una risa leve, cansada.
—Créeme, cariño, eso es quedarse corta. Si te contara solo la mitad de las locuras que vivimos con tu abuelo… —suspiró, moviendo la cabeza con una sonrisa triste—. Pero al final todos hicimos lo posible por seguir adelante. Como podemos.
Darem la observó durante unos segundos, viendo cómo la luz del comedor resaltaba las líneas en su rostro.
—Abuela… ¿a veces lo echas de menos? —preguntó, casi sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Lilith dejó el tenedor a un lado y se quedó mirando su plato un instante antes de alzar la vista.
—Todos los días de mi vida —respondió con sinceridad tranquila—. Pero no cambiaría nada. Tu abuelo vivió de un modo que la mayoría solo puede soñar, y nos dejó una familia fuerte. Tú eres parte de eso.
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Editado: 23.12.2025