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CAPÍTULO 8: La despedida

CAPÍTULO 8: La despedida

Al amanecer, la mansión Roger estaba en un silencio extraño. Darem bajó las escaleras con su maleta medio abierta, aún metiendo a toda prisa un par de camisas y su cuaderno de apuntes. La sala estaba iluminada por la luz tenue que entraba por los ventanales, y su abuela lo observaba desde el sofá, con las manos cruzadas y el gesto tenso.

—¿Entonces… Alucard te dijo todo eso? —preguntó Lilith, intentando mantener la voz firme.

—Sí —respondió Darem mientras cerraba la maleta con un golpe seco—. Y sé que suena muy loco, pero… es lo mejor. No quiero ponerte en peligro. Alex me está buscando a mí.

Lilith bajó la mirada. No lloraba, pero su expresión bastaba para demostrar lo que sentía.

—Ojalá tu abuelo estuviera aquí —susurró ella—. Sabría exactamente qué decirte.

Darem sonrió un poco, intentando aligerar el ambiente.

—Bueno… después de todo, soy un Roger, ¿no? Sobrevivimos a todo.

El comentario, inocente para él, cayó como un peso en el pecho de Lilith. No pudo evitar pensar en Fénix: en su risa, sus cicatrices, su forma de enfrentar al mundo. Ese hombre que había luchado contra monstruos, guerras y traiciones… solo para caer al final. Para ella, Fénix seguía siendo la sombra más grande de la familia.

Antes de que pudiera responder, unos golpes fuertes resonaron en la puerta principal. Darem tragó saliva. Era la hora.

Lilith se levantó y lo abrazó sin decir nada al principio. Un abrazo fuerte, largo, como si intentara memorizarlo.

—Prométeme que volverás —dijo finalmente, con un hilo de voz.

—Te lo prometo —respondió Darem apretándola igual—. Volveré entero.

Lilith le acarició el rostro, intentando sonreír.

—Era igual que tú… —murmuró, pensando en Fénix—. Con esa manera de hablar como si nada pudiera detenerle.

Darem no entendió el comentario del todo, pero decidió no preguntar. Se separó despacio y tomó la maleta. La puerta se abrió, dejando ver a dos agentes uniformados del proyecto S.T.A.R.S.

—Señor Roger —dijo uno—. Es hora.

Darem respiró hondo, miró una vez más el interior de la casa donde había crecido, y salió.

Lilith se quedó en la entrada, viendo cómo el vehículo se alejaba calle abajo. Y mientras la figura de su nieto desaparecía, no pudo evitar susurrar para sí misma:

—Por favor… que no tengas el mismo destino que él.

En el amplio pasillo subterráneo que conectaba directamente con el búnker presidencial, unas puertas blindadas se abrieron con un sonido metálico profundo. Darem, aún algo mareado por tantas horas de viajey vuelo, dio un paso adelante. El aire olía a desinfectante, metal y electricidad estática. Habían llegado.

Dos agentes del Servicio Secreto le hicieron una seña para avanzar. La iluminación era blanca, fría, casi quirúrgica. Al final del corredor había un elevador especial, y cuando las puertas se abrieron, allí estaba él.

George W. Bush.

Pero no el líder que aparecía en los archivos históricos. No el presidente que recordaba de los libros. Este Bush estaba sentado en una silla de ruedas reforzada con placas metálicas, exoesqueletos hidráulicos en los brazos y soportes biomecánicos visibles a través de rendijas en su uniforme. Sus ojos, uno humano y otro mecánico, brillaron con interés al ver a Darem.

—Por fin llegaste —dijo Bush con una voz áspera, envejecida pero firme—. Sí que tienes su mirada. Aunque… eres más delgado. Mucho más delgado.

Darem tragó saliva.

Señor Bush… es un honor estar aquí.

Bush soltó una carcajada ronca que hizo vibrar su respirador artificial.

Honor, dice…. Siempre decía eso cuando alguien estaba acojonado. Tranquilo, chico. Si no estuvieras en peligro, no te habríamos traído a la Casa Blanca. Bueno… no tanto.

El elevador descendió con un leve temblor. Bush giró su silla y se posicionó frente a él.

Mira, Roger… —dijo Bush—. Tú no eres el único joven reclutado para el proyecto S.T.A.R.S. Aquí hay dos más que se ofrecieron voluntariamente. Yo diría que son prometedores… o quizá suicidas. Pero ya sabes cómo es la juventud.

Darem alzó una ceja.

¿Dos jóvenes más?

Sí, muchacho. —Bush dio un golpecito en la consola de su silla, moviendo los engranajes—. Llegaron hace un par de días. No son soldados, pero tienen potencial. Seguro te llevas bien con ellos. Ojalá… porque una vez entres en el portal, necesitarás aliados. No importa de quién seas nieto.

El elevador se detuvo. Las puertas se abrieron revelando un enorme hangar subterráneo iluminado por luces industriales. Cables gruesos cruzaban el techo, pantallas holográficas mostraban datos en tiempo real y, en el centro, un enorme anillo metálico giraba lentamente, rodeado de científicos.

Bush sonrió apenas.

Bienvenido al corazón del proyecto S.T.A.R.S., Darem.
Este será tu nuevo hogar… si sobrevives.

—Bien, Darem —dijo Bush mientras la puerta se abría con un zumbido eléctrico—, ya es hora de que entiendas exactamente en qué consiste el Proyecto S.T.A.R.S.

Bush señaló el portal.

—Esto de aquí es nuestra primera apertura estable entre universos paralelos. Los alemanes iniciaron el proyecto en los años noventa, y nosotros lo retomamos hace poco. El objetivo es simple: exploración, análisis y supervivencia. Queremos comprender qué hay más allá… antes de que “lo que hay más allá” venga hasta aquí.

Darem tragó saliva.

—¿Y por eso reclutáis a jóvenes? ¿Para mandarlos a esos lugares?

Bush soltó una pequeña carcajada, seca y metálica.

—Tranquilo, muchacho. No sois carne de cañón. Sois exploradores. El proyecto funciona así: durante seis meses estaréis viajando a distintos universos. Pero no vais a entrar ahí sin preparación. Antes de eso tendréis un entrenamiento intensivo de tres meses. Físico, técnico y táctico. Aprenderéis defensa, primeros auxilios, supervivencia en entornos desconocidos, manejo de dispositivos interdimensionales y un par de cosas más que ya verás.




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