CAPÍTULO 10: El entrenamiento
El campo de entrenamiento improvisado detrás del edificio administrativo era una mezcla de barro, estructuras metálicas y un circuito que parecía más propio de una base militar que de la Casa Blanca. El aire frío de Washington D.C. cortaba la piel, pero todos mantenían la vista al frente.
Bush, apoyado en su silla de ruedas reforzada —mitad metal, mitad historia viviente— avanzó hasta quedar frente a los cuatro jóvenes. Sus ojos, duros y cansados, recorrieron el grupo: Darem, con el ceño fruncido; César, con los brazos cruzados y cara de superioridad; Seraphine, recta y concentrada; y Chris, visiblemente asustado pero tratando de aparentar seguridad.
Bush elevó la voz:
—Bienvenidos a vuestro primer día real en el proyecto S.T.A.R.S. —dijo con un tono firme que imponía respeto—. Habéis sido seleccionados porque tenéis algo que el 99 % de los jóvenes no tiene: la voluntad de lanzaros a lo desconocido.
Señaló con la mano hacia el circuito.
—Este será vuestro primer entrenamiento. Una prueba sencilla… en teoría. Tenéis que superar los obstáculos: muros de madera, zanjas de agua, redes, cuerdas, torres de equilibrio y finalmente una carrera corta hasta la meta. No se trata de fuerza solamente. Se trata de resistencia, coordinación y, sobre todo, cabeza fría.
Seraphine asintió con seriedad. Chris tragó saliva. Darem respiró hondo. César solo sonrió con burla.
Bush continuó:
—Si no podéis completar esto, no sobreviviréis ni cinco minutos en un universo desconocido. Así que más vale que os lo toméis en serio. —Se giró hacia el oficial que estaba junto al panel de control—. Cuando diga tres, soltad el pitido.
Luego volvió a mirar a los jóvenes.
—Una última cosa: no quiero héroes ni idiotas. Esto es entrenamiento, no una competición para ver quién presume más. —Sus ojos se clavaron en César un instante, que fingió no darse por aludido—. Trabajad con cabeza. Si alguno se hace daño, no llegará al portal. Y si no llegan al portal, no entran al proyecto.
Se hizo un breve silencio. El viento movió el polvo del suelo.
Bush levantó la mano.
—A sus posiciones.
Los cuatro caminaron hacia la línea de salida. El oficial levantó un megáfono.
—Preparados…
Darem apretó los dientes. César sonrió confiado. Seraphine inclinó ligeramente el cuerpo hacia adelante. Chris puso sus manos en las rodillas para impulsarse.
—Listos…
Bush observaba, impasible, analizando cada postura, cada respiración.
—¡YA!
El pitido resonó y los cuatro salieron corriendo hacia el primer obstáculo.
La señal de salida resonó en todo el campo de entrenamiento y los cuatro arrancaron a correr entre zanjas, muros bajos y estructuras metálicas. El terreno era irregular, diseñado para forzar errores.
César tomó velocidad rápidamente y, al ponerse a la par de Darem, giró apenas el cuerpo para empujarlo con el hombro.
—Muévete, Roger —escupió—. No estorbes.
Darem logró mantener el equilibrio por poco y respondió sin mirarle.
—Corre tú, no necesito ayudas sucias.
César frunció el ceño y, al llegar a una zona de cuerdas suspendidas, intentó enganchar el brazo de Darem para hacerlo caer. Darem reaccionó a tiempo, se soltó hacia un lado y rodó por el suelo, evitando el sabotaje.
—¿Eso es todo lo que tienes? —murmuró, incorporándose.
Siguieron avanzando. Chris y Seraphine mantenían un ritmo constante, concentrados en el recorrido. Darem, al saltar una valla baja, apoyó mal el pie y tropezó, cayendo de rodillas. Por un segundo, el aire se le escapó de los pulmones.
—Maldita sea… —susurró.
Pero no se quedó en el suelo. Apretó los dientes, se levantó y reanudó la carrera. César, creyendo que ya lo había dejado atrás, bajó la guardia por un instante. Fue entonces cuando Darem, al pasar junto a él, estiró el brazo y le enganchó el pie con un movimiento rápido.
César perdió el equilibrio y cayó de bruces contra la tierra.
—¡¿Qué haces?! —gritó, furioso.
—Competir —respondió Darem sin detenerse.
La meta apareció al fondo del circuito. Chris fue el primero en cruzarla, seguido muy de cerca por Seraphine. Darem llegó tercero, respirando con dificultad, pero de pie.
Unos segundos después, César se incorporó, cubierto de polvo. Cruzó la meta tarde y se quedó inmóvil, clavando la mirada en Darem. Su expresión era pura rabia.
—Esto no se va a quedar así —dijo, señalándolo—. No eres nadie sin tu apellido. Solo un niño mimado jugando a héroe.
Darem lo miró, cansado pero firme.
César se acerco y apretó con fuerza el cuello del buzo de Darem, obligándolo a inclinarse hacia él. Sus ojos ardían de rabia contenida, y su respiración era pesada.
—Mírame cuando te hablo —escupió—. ¿Sabes por qué me molesta tanto verte correr como si nada?
Darem sostuvo su mirada, tenso, pero sin responder.
—Nuestros abuelos pelearon —continuó César—. El tuyo ganó, sí. Fénix Roger, el gran héroe, el maldito símbolo de todo. —Soltó una risa cargada de desprecio—. Pero esta vez no va a ser igual. Si tú y yo peleamos, los Sentinel vamos a ganar.
Darem frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando…?
César sonrió de lado, con crueldad.
—¿No te lo dijeron? Claro que no. A los Roger siempre les cuentan solo la parte bonita. —Se acercó aún más—. Mi abuelo se llamaba Darem Sentinel. Fue el único rival real que tuvo Fénix. El único al que respetó de verdad.
Darem abrió ligeramente los ojos.
—Por eso te llamas así —añadió César—. No por orgullo, no por tradición. Te llamas Darem porque tu abuelo necesitaba recordarle al mundo que hubo alguien que casi lo derrota.
Apretó más fuerte su agarre.
—Eres un recordatorio. Una sombra prestada.
Yo, en cambio, soy un Sentinel de verdad.
Lo empujó hacia atrás con brusquedad.
—No te confundas. Esto que pasó hoy fue solo un entrenamiento. Cuando llegue el momento de verdad… —se inclinó hacia él— vas a entender por qué nuestra sangre nunca olvidó esa derrota.
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Editado: 23.12.2025