CAPÍTULO 12: El Choque
Chris y Darem avanzaron hasta llegar a la sala principal un amplio salon abandonado, Darem y Chris detectaron un sonido proveninente de una puerta al final del salon.
Chris y Darem se acercaron ambos apuntando a la puerta y entonces...
La puerta cedió con un chirrido seco.
Darem no esperó a ver qué había detrás. El reflejo fue inmediato: apretó el gatillo y el disparo retumbó en la sala principal. El eco aún flotaba en el aire cuando dos figuras aparecieron entre el polvo.
—¡¿Estás loco?! —gritó César, llevándose la mano al hombro izquierdo.
La bala lo había alcanzado de refilón, atravesando el tejido del uniforme y dejando una herida sangrante. Seraphine se quedó paralizada un segundo, con los ojos muy abiertos.
—¡Alto, alto! ¡Somos nosotros! —exclamó ella, levantando las manos—. ¡Somos nosotros!
Chris bajó el arma de golpe.
—¡Darem, baja el rifle ya! —ordenó—. ¡Identificación antes de disparar!
Darem se quedó helado. El arma le temblaba entre las manos.
César empujó a Darem con fuerza en el pecho antes de que nadie pudiera reaccionar.
—¿Sabes lo que acabas de hacer, imbécil? —le gritó, llevándose la mano al hombro herido—. ¡Pudiste matarme!
Darem retrocedió un paso, nervioso.
—¡Lo siento! Pensé que era un vampiro, la puerta se abrió de golpe y—
No terminó la frase.
El puño de César impactó torpemente contra su mandíbula. No fue un golpe limpio, más bien desesperado, pero lo suficiente para hacerlo tambalear.
—¡César, basta! —gritó Chris, interponiéndose—. ¡Cálmate!
Darem reaccionó tarde. Empujó a César por reflejo y ambos acabaron chocando contra una columna. Se notaba que ninguno sabía pelear de verdad: golpes abiertos, mal calculados, más rabia que técnica.
—¡Esto es por tu abuelo, por tu apellido y por todo! —escupió César, lanzando otro golpe que rozó el rostro de Darem.
—¡Yo no te hice nada! —respondió Darem, intentando sujetarlo, pero resbalando torpemente—. ¡Ni siquiera quería estar aquí!
Seraphine intentó agarrar a César por detrás.
—¡Para ya, estás sangrando! —le gritó.
César se soltó de un manotazo y volvió a abalanzarse sobre Darem, que cayó al suelo y rodó para evitar otro golpe. Se levantó como pudo y respondió con un puñetazo desordenado que impactó en el costado de César.
—¡Basta los dos! —Chris levantó la voz, desesperado—. ¡Esto no es un entrenamiento, es una misión real!
Pero ninguno escuchaba.
Solo había respiraciones agitadas, resentimiento acumulado y dos historias familiares chocando de frente en medio de un hotel vacío.
El golpe resonó seco cuando César empujó a Darem, y ambos retrocedieron jadeando, más por torpeza que por fuerza. Chris y Seraphine intentaron interponerse de nuevo, pero la tensión ya se había desbordado.
Entonces ocurrió.
Un rugido profundo, antinatural, emergió desde las escaleras que descendían a los niveles inferiores del hotel. No era humano. No era animal. Era algo enfermo.
Los cuatro giraron la cabeza al mismo tiempo.
Desde la penumbra apareció la criatura.
Era un vampiro deformado, su cuerpo cubierto de tumores palpitantes, venas hinchadas y carne abierta que parecía respirar por sí sola. Sus ojos brillaban con un rojo febril y su boca se abrió más de lo que debía, dejando escapar un alarido que hizo vibrar los ventanales rotos.
—¿Qué… demonios es eso…? —susurró Chris, apretando el arma con manos temblorosas.
El vampiro rugió de nuevo y se lanzó hacia ellos con una velocidad brutal.
Darem y César reaccionaron por puro instinto y se apartaron en direcciones opuestas. Pero Seraphine no fue lo bastante rápida.
—¡Seraphine! —gritó Chris.
La criatura la atrapó del brazo y la levantó del suelo con una facilidad aterradora. Seraphine soltó un grito ahogado mientras el vampiro hundía el rostro en su cuello. Su cuerpo se tensó, sus dedos se crisparon, y en cuestión de segundos su fuerza empezó a abandonarla.
—¡Suéltala! —gritó Darem, paralizado por el horror.
El vampiro la arrojó a un lado como si fuera un objeto sin valor y giró la cabeza, fijando ahora su atención en César.
La criatura se abalanzó sobre él.
César dio un paso atrás, pálido, incapaz de reaccionar a tiempo.
Y entonces, sin pensarlo, Darem se lanzó.
—¡CÉSAR, APÁRTATE!
Darem empujó a César con todas sus fuerzas. El vampiro falló el ataque por centímetros, sus garras cortaron el aire… y el siguiente objetivo fue Darem.
El impacto fue brutal.
La criatura lo golpeó de lleno y lo lanzó contra un poste metálico del salón principal. El sonido del choque resonó por todo el edificio. Darem cayó al suelo, el aire escapando de sus pulmones, la vista nublándose por el dolor.
El vampiro se giró lentamente hacia él, avanzando con pasos pesados y húmedos, mientras los tumores de su cuerpo pulsaban con un latido enfermizo.
Darem intentó incorporarse, pero el mundo le daba vueltas.
Por primera vez desde que había entrado en el proyecto S.T.A.R.S, entendió algo con absoluta claridad:
Esto ya no era un entrenamiento.
Esto era una lucha por sobrevivir.
César cayó de rodillas junto a la pared, con la respiración entrecortada. La herida del hombro seguía sangrando y un hilo oscuro le resbaló por la comisura de los labios cuando escupió al suelo. El ruido del combate retumbaba a pocos metros, pero por un instante todo quedó en silencio dentro de su cabeza.
Apretó los dientes.
—¿Por qué…? —pensó, llevándose una mano al pecho mientras intentaba recuperar el aliento—. ¿Por qué me empujó?
Levantó la vista justo a tiempo para ver a Darem chocar contra el poste, golpeado por aquella cosa. Podía haberle dejado ahí. Podía haberse apartado. No tenía ninguna razón para ayudarle.
—Desde el primer día no hice más que provocarle… burlarme… buscar pelea —continuó en su mente, con una mezcla de confusión y rabia—. Y aun así… me salvó.
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Editado: 23.12.2025